Uno de los grandes retos para lectores avezados es
la novela del brasileño Guimaraes Rosa, titulada Gran Sertón: Veredas. Un
extenso monólogo en que el narrador-protagonista, Riobaldo Tatarana, nos cuenta
su vida. Él es un yagunzo, es decir, una especie de guerrillero que, con su
grupo, lleva una existencia errante a través del territorio brasileño
denominado Sertón. El autor de este monumento literario, Guimaraes Rosa, era un
médico, nacido en Minas Gerais en 1908 y fallecido en Río de Janeiro en 1967.
Su pasión era el lenguaje, los lenguajes, pues llegó a dominar más de 10
idiomas de manera autodidacta. Y los localismos, las palabras procedentes de
las tribus precoloniales de su país, así como los arcaísmos, le parecían
tesoros dignos de coleccionar a través de sus letras. A ellos agregaba, cuando
el texto “lo pedía”, neologismos, es decir, palabras de su propia invención.
Rosa
amaba también su tierra, el Sertón brasileño, una vasta región geográfica
semiárida, con varias colinas de poca altura y cruzada por dos grandes ríos: el
Jaguaribe y el Piranhas.
No
es fácil, ciertamente, “conectar” con dicho narrador y dejarse llevar a su
mundo, tan diverso del nuestro, y a su día a día que, en palabras de uno de los
miembros de mi círculo de lectura, nos recuerda a Robin Hood. Sin embargo, una
vez que se consigue entrar a ese Sertón, el viaje por las distintas veredas se
convierte en una experiencia fascinante. La vereda del lenguaje, la de las
diversas especies de plantas y animales, nuevas para nosotros, pero, sobre
todo, la vereda de la exploración interior: el conflicto de conciencia
permanente en el discernimiento del bien y el mal. La tentación omnipresente
del amor prohibido, de la crueldad injustificada, de la traición o de dejarse
llevar por los apetitos de la carne.
El
Sertón, nos dice el narrador, es la vida. Y este es un libro sobre la vida,
sobre el sentido de la existencia del ser humano y sus acciones, relaciones,
sentimientos y pensamientos.
La
crítica ha comparado El Sertón: Veredas, con el Ulises de Joyce y, por ende,
con la Ilíada; solo que este periplo existencial tiene como escenario un
territorio de nuestro continente y de un tiempo menos lejano que el de Homero.
No en balde se considera a Guimaraes Rosa el mayor escritor de las letras
brasileñas y a esta novela una de las 10 imprescindibles de la literatura
latinoamericana.
Les
recomiendo, amigos, este viaje de poco más de 500 páginas, hay un antes y un
después de su lectura. Comparto una probada de esta obra:
Era una noche de toda
hondura. Estaba corriendo un viento extraño por aquella época, por ser un
viento por momentos del sur, por momentos del norte: según se frotará un
fósforo, o se tirara un puñado de arena fina clara hacia arriba, uno se daba
cuenta. Anduvimos. Pero, ahora, yo ya había cambiado mi sentir, que era por
Diadorim solamente una amistad, reyreal, exacta de fuerte, más que amistad.
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