Mis novelas

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martes, julio 27, 2021

LA GUERRA DE LOS PASTELES

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Del cajón de las historias olvidadas, he sacado una página cuyo título parece broma, pero que constituyó un asunto serio y peligroso para nuestro país. Se trata de la llamada “Guerra de los pasteles”, sucedida en 1838.  El gobierno de Francia, a través de su embajador, transmitió en aquel año al de México una serie de reclamaciones de ciudadanos franceses avecindados en nuestro país. Entre estas reclamaciones se encontraba la del señor R. Remontel, dueño de un restaurante de Tacubaya, donde algunos oficiales del presidente Santa Anna en 1832 se habían comido unos pasteles sin pagar la cuenta, por lo cual exigía ser indemnizado con sesenta mil pesos. Adicionalmente ese mismo año, un ciudadano francés fue fusilado en Tampico, acusado de piratería, lo que tensó aún más las relaciones entre los dos países. El embajador Daffaudis abandonó su misión diplomática en México y regresó a Francia, para volver al poco tiempo (marzo) acompañado de diez barcos de guerra que apoyaban las reclamaciones de su gobierno. Fondearon frente a la Isla Sacrificios, Veracruz, amenazando con invadir el territorio mexicano. Desde uno de los barcos envió Deffaudis el ultimátum que vencía el 15 de abril.

Como el gobierno de Anastasio Bustamante se negara a tratar con Deffaudis mientras hubiera fuerzas navales francesas frente a Veracruz, el comandante de éstas, almirante Bazoche, declaró bloqueados todos los puertos del Golfo, incautó a las naves mercantes mexicanas, comenzando un bloqueo que duraría ocho meses, desde el 16 de abril de 1838 fecha en que se rompieron las relaciones entre ambas naciones.

Al ver que México no cedía ante la presión de tener sus dos principales fuentes de ingresos fiscales bloqueadas, Francia envió en octubre veinte barcos más. Al mando del contralmirante Charles Baudin, con el carácter de ministro plenipotenciario del gobierno francés, quien se reunió en Jalapa con el ministro de relaciones interiores y exteriores de México don Luis G. Cuevas. En el último proyecto de bases para el arreglo, el plenipotenciario reclamaba del gobierno mexicano la celebración de un tratado de amistad, comercio y navegación entre los dos países que concediera derechos preferentes a los franceses. Además, México debería pagar a Francia, en el término de treinta días, la cantidad de 800 000 pesos: seiscientos mil para la liquidación general de los daños sufridos por los franceses y doscientos mil como indemnización de los gastos de la flota francesa anclada en la costa mexicana.

El gobierno mexicano se negó, obviamente, a ceder a estas condiciones. Entonces la flota abrió fuego contra el fuerte de San Juan de Ulúa y la ciudad de Veracruz el 27 de noviembre de 1838; al día siguiente capitularon ambas entidades.

El gobierno de México expidió un decreto el 30 de noviembre anunciado que se declaraba la guerra al Rey de Francia e inmediatamente pidió a Santa Anna que se pusiera al frente de las tropas e iniciara la ofensiva contra los franceses.

Santa Anna llegó a Veracruz y se dispuso a defender la ciudad; el contraalmirante francés ordenó que una columna de 1000 hombres con artillería desembarcara con el propósito de aprehender a Santa Anna, y el 4 de diciembre consiguió desembarcar en Veracruz. Éste, al darse cuenta del desembarco reunió algunas fuerzas y entabló la lucha sin resultados definitivos para una u otra parte. Fue en esta batalla donde una bala de cañón alcanzó la pierna de Santa Anna.

Puesto que Francia había bloqueado para otros países europeos el acceso a uno de los mercados más importantes de América, al mes de haber iniciado los combates en tierra, con el propósito de mediar en el conflicto, la marina británica destacó a la Flota de las Indias Occidentales, logrando que Francia suspendiera su agresión. Tal intervención inglesa nos permitió que esa guerra contra Francia quedase solamente entre los capítulos anecdóticos de la historia. El 9 de marzo de 1839 se firmó un tratado de paz, en el cual México se comprometió a pagar las indemnizaciones exigidas (seiscientos mil pesos en total), pero no a mantener, en el futuro, las garantías exigidas para los extranjeros.

Francia retiró, a cambio, la flota invasora, desistió de la indemnización a los gastos de guerra y devolvió las naves incautadas.

martes, julio 20, 2021

EL PERÚ DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Un escritor imprescindible para quienes gustan de las letras latinoamericanas es el peruano José María Arguedas, nacido en 1911 y muerto, por su propia mano, en 1969. Este amante de la cultura y la lengua quechuas legó a la humanidad una obra hermosa, de gran profundidad, que nos permite sumergirnos en el paisaje y la cosmovisión del Perú mestizo, heredero de una de las principales culturas de la América indígena y, como muchas de nuestras sociedades hispanoamericanas, víctima todavía de rezagos coloniales que lastiman a las comunidades que mejor conservan sus valores precolombinos.

Su novela Los ríos profundos, con tintes autobiográficos y una prosa salpicada de palabras en quechua, es un viaje maravilloso a la tierra de este infaltable escritor. Está narrada en la voz de Ernesto, un joven de 14 años que recorre en compañía de su padre una buena parte del territorio peruano, para ingresar a un internado.

Comparto un fragmento de esta muy recomendable novela:

En el valle del Apurímac, durante el viaje que hice con mi padre, tuvimos que alojarnos en una hacienda. El arriero nos guio al tambo, lejos de la gran residencia del patrón. Yo tenía el rostro hinchado a causa del calor y de la picadura de los mosquitos. Pasamos bajo el mirador de la residencia. Aún había sol en las cumbres nevadas; el brillo de esa luz amarillenta y tan lejana parecía reflejarse en los penachos de los cañaverales. Yo tenía el corazón aturdido, febril, excitado por los aguijones de los insectos, por el ruido insignificante de sus alas, y la voz envolvente del gran río. Pero volví los ojos hacia el alto mirador de la casa-hacienda, y vi a una joven delgada, vestida de amarillo, contemplando las negras rocas del precipicio de enfrente. De esas rocas negras, húmedas, colgaban largos cactus cubiertos de salvajina. Aquella noche dormimos entre unas cargas de alfalfa olorosa, cerca de la cuadra de los caballos. Latió mi rostro toda la noche. Sin embargo, pude recordar la expresión indiferente de aquella joven blanca; su melena castaña, sus delgados brazos apoyados en la baranda; y su imagen bella veló toda la noche en mi mente.

La música que oí en la residencia de Patibamba tenía una extraña semejanza con la cabellera, las manos y la actitud de aquella niña. ¿Qué distancia habría entre su mundo y el mío? ¿Acaso la misma que mediaba entre el mirador de cristales en que la vi y el polvo de alfalfa y excremento donde pasé la noche atenaceado por la danza de los insectos carnívoros?

Yo sabía, a pesar de todo, que podía cruzar esa distancia, como una saeta, como un carbón encendido que asciende. La carta que debía escribir para la adorada del Markask’a llegaría a las puertas de ese mundo. “Ahora puedes escoger tus mejores palabras –me dije. ¡Escribirlas!”. No importaba que la carta fuera ajena, quizá era mejor empezar de ese modo. “Alza el vuelo, gavilán ciego, gavilán vagabundo”, exclamé.

Un orgullo nuevo me quemaba. Y como quien entra a un combate empecé a escribir la carta del Markask’a…

martes, julio 13, 2021

EL BIKINI

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Cuando yo era niña (hace más de medio siglo), tuve la suerte de convivir con una tía bisabuela; imagínense, alguien nacida en el siglo XIX y que había sido joven durante el porfiriato. Se llamaba Esperanza. Perita, como le llamábamos, acompañó a sus padres diplomáticos a la coronación del rey inglés Jorge V, el nieto de la reina Victoria, en 1910. Podrán suponer que conversar con ella era, además de fascinante, una especie de viaje en la máquina del tiempo.

Una de las anécdotas favoritas de la tía Esperanza se refería a los trajes de baño. Contaba que en una ocasión, nadando en el lago de Chapala, perdió las medias de lana del traje de baño –que era una bata suelta que cubría hasta las rodillas— y, ante tal accidente, no podía salir del agua para no exhibir sus pantorrillas desnudas. Así que tuvo que permanecer a flote un buen rato, hasta que su hermana entendió el problema e hizo cerrar los ojos a los parientes masculinos que estaban en la playa.

Les cuento esta historia para hablar de la evolución de las prendas de baño. Apenas dos años después de la elegante coronación del monarca inglés, un fabricante de lana de Portland (Carl Jantzen) comenzó a comercializar una pieza sin mangas para natación femenina que dejaba brazos y piernas desnudos. Toda una innovación de cara a los Juegos Olímpicos de 1912 de Estocolmo.

La revolución de la moda que siguió a la gran guerra europea no omitió al traje de baño femenino, que pronto dejó atrás la lana para adoptar las fibras sintéticas y, a poco del final de la Segunda Guerra Mundial, en 1946, lanzaba al mundo el hoy infaltable bikini, curiosamente, creación de un ingeniero francés, Louis Réard, quien lo bautizó así en honor de las pruebas nucleares que se llevaban a cabo en el atolón Bikini en las Islas Marshall del Pacífico y, según explicaba, estaba seguro de que sería terriblemente explosivo, pues contaba con apenas 76 centímetros de tela.

Réard no se equivocó: el debut del bikini fue tan exitoso que Micheline Bernardini, la bailarina que lo modeló por primera vez, recibió aproximadamente 50.000 cartas de admiradores.

La tía Perita, que llegó a cumplir 100 años, sobrevivió todavía un cuarto de siglo al lanzamiento de la escandalosa prenda, pero ella, que alguna vez tuvo que hacer gala de su condición física en Chapala, no se escandalizaba fácilmente. Quizás, si hubiera llevado menos años encima, hasta habría usado un bikini.

jueves, julio 08, 2021

BERNARDO REYES Y LOS CLAVELES ROJOS

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

En mis paseos por la historia, procuro no solamente revisarla sino también revalorar a algunos de sus actores, unos injustamente minimizados; otros, exageradamente idealizados. Traeré hoy a esta charla al general Bernardo Reyes, padre de uno de los escritores más importantes de nuestras letras pero, por sí mismo, un personaje notable.

Bernardo Reyes Ogazón nació en Guadalajara en 1849, en el seno de una familia de ideas decididamente liberales. Su padre, Domingo Reyes, fue el jefe de las guardias nacionales del Estado bajo el gobierno de Jesús López Portillo en Jalisco.

Siendo Bernardo todavía un niño, escuchó gritos y balazos en la calle. Curioso, se asomó por el balcón. Entonces su madre, al tratar de ponerlo a resguardo, cayó herida de bala. Este hecho marcó para siempre su personalidad.

Cuando contaba apenas quince años, el joven Bernardo Reyes se unió a las fuerzas republicanas y estuvo muy cerca del general Ramón Corona, quien sería gobernador de Jalisco y pieza clave en el ejército de la República que venció al Imperio de Maximiliano.

Con dichas credenciales, Reyes pasó a formar parte del primer cuadro de los hombres de Porfirio Díaz, quien lo envió primero como gobernador interino de Nuevo León y luego lo hizo ocupar, en 1901, la cartera de Guerra y Marina.

Don Porfirio profesaba hacia el general Reyes sentimientos contradictorios: por una parte, confiaba en su excelencia y desempeño y lo admiraba como militar; por otra, recelaba de su carisma, y su nada oculto deseo de seguir escalando posiciones, sustentada en el enorme poder de quien tiene en su puño a todas las fuerzas armadas del país. Por ello, muy al estilo sagaz y desconcertante del Dictador, lo dejó, por una parte, hacer crecer sus expectativas de convertirse en vice-presidente y, por otra, intrigó en su contra para evitarlo. Finalmente, el desagrado de don Porfirio se hizo patente y, en cuanto otorga la Vicepresidencia a Ramón Corral, envió de nuevo a Reyes a gobernar Nuevo León.

Pero sus partidarios no quitaron el dedo del renglón y, en 1909, cuando una serie de eventos hicieron patente que la dictadura de Díaz estaba tocando su fin, los llamados “Clubes Reyistas” en prácticamente todo el país, trabajaron con pasión por la candidatura de Reyes para la vicepresidencia, a sabiendas de que su paso a la máxima investidura era cuestión de meses.

Los reyistas querían una transición controlada del poder, sin violencia. Sostenían la necesidad de un gobierno que voltease hacia al pueblo, reconociendo los problemas sociales que ya eran focos rojos en la nación. Compartían en gran parte la ideología recién publicada por Madero en su libro, pero preferían que Díaz se reeligiese por última vez para evitar confrontaciones entre las facciones que el dictador mantenía bajo su control. Se identificaban portando un clavel rojo en la solapa.

Sin embargo, el general Reyes no aceptó encabezar el movimiento organizado a su favor, pues, como militar que era, se negó a dar un paso sin la anuencia del Presidente, su superior. Así, la llamada revolución de los claveles rojos no prosperó. Al quedar acéfalo su partido, buena parte de miembros pasaron a las filas anti-reeleccionistas de Madero. Otros, quedaron a la expectativa para participar, en 1913, en el golpe de Estado en contra de Madero y Pino Suárez.

Durante la llamada Decena Trágica, el general Bernardo Reyes hizo aparición, montado en su caballo, frente a Palacio Nacional. Allí, abatido por los tiroteos de la madrugada del 9 de febrero, cayó muerto. Ese militar liberal, patriota y fiel a su deber quedó así, para la Historia Oficial, del lado de los traidores y sólo se le reconoce el mérito de haber traído al mundo a Alfonso Reyes, su hijo menor, uno de los escritores más importantes de nuestro país y, no hay duda, de la lengua española.

Nunca sabremos qué habría pasado si los reyistas, los del clavel rojo, hubieran logrado su objetivo de llevar a Reyes a la presidencia en un gobierno de transición hacia la democracia, pero bajo un líder de mano mucho más firme que la de Madero. ¿Se habría evitado la Revolución Mexicana? Una pregunta que quedará, por siempre, en el aire…

Soñar...

Mi mayor placer es soñar. Soñar dormida y más, despierta. Dejar volar la imaginación y tratar de convertir esos sueños en palabras.

EL NIÑO BENITO JUÁREZ

--> DE LIBROS Y OTROS PLACERES Un personaje que no debemos olvidar, por su importantísimo legado a la formación de este país, es...