Mis novelas

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jueves, abril 28, 2022

ERNEST HEMINGWAY

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Entre los escritores galardonados con el Premio Nobel, uno que, sin duda, parece personaje de novela, es el norteamericano Ernest Hemingway. Hijo de un médico de Virginia y con seis hermanos, Ernest practicó un sinfín de actividades durante su vida. Adquirió del padre el gusto por la caza y la pesca, practicó todo tipo de deportes y aprendió música, que era la afición de su madre. Boxeaba lo mismo que tocaba el violoncello. Trabajó como reportero y se negó a asistir a la Universidad, a pesar de su clara inteligencia y sus incontables habilidades. Pero el espíritu inquieto, indómito de Hemingway necesitaba acción y libertad. Para saciar la primera, se enlistó en el Cuerpo de Expedición Americano, para ir a la Gran Guerra europea. Como tenía un defecto en un ojo, fue admitido solamente como conductor de ambulancias de la Cruz Roja. Llegó a Francia a finales de mayo de 1918, para marchar a Italia. Unas cuantas semanas más tarde fue herido de gravedad por la artillería austriaca. Con las piernas heridas y una rodilla rota, fue capaz de cargarse a hombros a un soldado italiano para ponerlo a salvo. La heroicidad le valió el reconocimiento del gobierno italiano con la Medalla de Plata al Valor. Estuvo a punto de perder la pierna de no mediar la intervención de una enfermera, Agnes Von Kurowsky, de quien se enamoró locamente. La guerra y el destino se interpuso entre ellos y nunca se casaron, pero Ernest quedó marcado para siempre por ese amor. Esa romántica historia ha sido llevada al cine y se exhibió aquí bajo el título de Pasión de Guerra, una cinta que seguramente recordarán.

Volvió a los Estados Unidos donde permaneció poco tiempo, trabajando como reportero. Se casó con Elisabeth Hadley con quien se mudó a París, para tratar de vivir como escritor y, con ello, saciar su ansia de libertad. En París se relacionó con los miembros de la llamada Generación Perdida: Gertrude Stein, Ezra Pound y F. Scott Fitzgerald entre otros, y también con James Joyce. La familia Hemingway vivía en un apartamento modesto, aunque en cartas a sus familiares fanfarroneaba diciendo que habitaban en la mejor zona del Barrio Latino. Como para la mayoría, sus comienzos literarios no fueron nada fáciles. Los primeros trabajos pasaron inadvertidos. Ernest se ganaba la vida como corresponsal viajando por toda Europa. En días de extrema necesidad llegó a emplearse como sparring para boxeadores e incluso cazaba palomas en los Jardines de Luxemburgo cuando sacaba a pasear a su hijo, para alimentarse con ellas. Por fin, en 1925, con la novela Fiesta, saltó a la fama y comenzó a vender muy bien sus obras en Estados Unidos queenviaba desde España, a donde se había mudado.

De nuevo participó en dos guerras: la Guerra Civil española, del lado de los republicanos o “rojos”, y en la Segunda Guerra Mundial, como patrulla y luego como corresponsal de guerra.

Tras esos años turbulentos se estableció en Cuba, donde escribió varias de sus obras inmortales, entre ellas la fascinante novela El viejo y el mar, que le valió el Premio Pullitzer en 1953, obra que también ha sido llevada al cine, magistralmente interpretada por Anthony Quinn. Un año después se le otorgó el Nobel de Literatura por el conjunto de su vasta y deslumbrante obra.

Pero este hombre asombroso tenía un lado oscuro: era depresivo y había caído en el alcoholismo. En 1961 le diagnosticaron la enfermedad de Alzheimer. A los pocos días, estando ebrio, se disparó con una escopeta. Aunque no dejó nota suicida y hay quienes piensan que pudo ser un accidente, se asume generalmente que se disparó deliberadamente para acabar con su vida.

Les recomiendo ampliamente la novela Adiós Hemingway, del cubano Leonardo Padura, una entretenida manera de acercarse a este grande de las letras a través de otro tremendo autor contemporáneo.

jueves, abril 21, 2022

LA NOVELA HISTÓRICA: JUEGO DE ESPEJOS

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Un tema que me apasiona, tanto que a ello dedico la mayor parte de mi tiempo, es la novela histórica. Este género, relegado hace años a las bibliotecas de los intelectuales, hoy es uno de los que más ventas producen a editores y libreros.  También atrae a más y más plumas, autores que utilizamos la historia como tema principal de su obra o, a veces, sólo como pretexto para hablar del tiempo en que vivimos y de nuestros fantasmas y obsesiones personales.  

          ¿A qué se deberá esta proliferación de obras surgidas de momentos, inspiradas en personajes históricos? ¿Qué tan fiel a la historia es y debe ser una narración de este tipo?

          Una novela encierra en sí misma un universo: personajes, ambientación, lenguaje, tiempo, argumento, conflictos, reflexiones. A través de estos múltiples y complejos elementos, el escritor plasma una concepción de la vida, siempre desde la visión del arte, desde la consecución y búsqueda de la belleza. 

          El novelista que saca, por decirlo así, elementos de la Historia, se apropia de ellos para hacerlos parte de ese universo que es su creación. En ese momento los desliga de la fidelidad histórica (cuestión que muchos historiadores no le perdonan), y los somete a las reglas internas de su narración, reglas impuestas por el escritor, el artista cuyos fines, decíamos, son estéticos. 

Sin embargo, lo maravilloso de la novela, desde el punto de vista del autor, es que se trata de un espacio al que le cabe todo, puede combinar ese objetivo estético con otros, como la denuncia social y política, sus ideas sobre una posible mejor realidad, presente, pasada o futura, su análisis psicológico de los personajes históricos y de los ficcionales, que algunas veces (¡qué coincidencia!) se parecen a alguien en su realidad.

Dice la doctora Maricruz Castro Ricalde en su libro Ficción, narración y polifonía, “El caso de los mundos de ficción, en relación con los mundos posibles y la verdad, es el extremo a lo que puede conducir la imaginación.  Entre los mundos posibles, hay algunos más cercanos a la realidad y otros que se tocan con la ficción”.  Mario Vargas Llosa, en sus Cartas a un joven novelista, apunta: “La ficción es una mentira que encubre una profunda verdad; ella es la vida que no fue, la que los hombres y mujeres de una época dada quisieron tener y no tuvieron y por eso debieron inventarla. Ella no es un retrato de la Historia, más bien su contracarátula o reverso, aquello que no sucedió, y precisamente por ello debió de ser creado por la imaginación y las palabras…”.

          La novela histórica, entonces, no es “la Historia” pero ¡cómo se parece a ella! Se da este nombre a aquellas narraciones donde los sucesos históricos determinan el argumento, le proporcionan gran parte del trasfondo; es decir, su acción se ubica predominantemente en el pasado.

          Paralelamente (o como una parte del mismo) al llamado boom de la literatura latinoamericana, surge en nuestros países lo que algunos especialistas como Ángel Rama, Seymour Menton, José Emilio Pacheco, bautizaron en 1979 como “La nueva nueva novela histórica”. A través de ella los escritores latinoamericanos, enfocados más hacia los problemas sociohistóricos que psicológicos, buscan las claves para comprender el mundo actual. Haciendo eco al llamado de Fernando del Paso en la Revista de Bellas Artes en 1983, los novelistas latinoamericanos (Fuentes, Vargas Llosa, Silvano Santiago, Sergio Ramírez, Herminio Martínez, Ignacio Solares, por mencionar a los más conocidos), “asaltan las versiones oficiales de la historia”.

          Como las demás obras del boom, la nueva nueva novela histórica se caracteriza (de acuerdo con Seymour Menton) por su afán muralístico o totalizante, experimentación estructural y lingüística, erotismo exuberante e intertextualización.

          A pesar de sus reticencias, los historiadores (unos más que otros), se han reconciliado con la novela histórica, y, haciendo notar sus salvedades, muchos maestros de Historia sugieren a sus alumnos acercarse a “la Historia dura”, a través de este género literario. Porque han reconocido, como dice Bill Buford, que “la buena literatura narrativa es un acto de seducción: su objetivo es excitar.  Excita la curiosidad, interés, expectativas”. Que es, sin duda, una buena herramienta para acercar a los lectores a su materia, muchas veces árida y difícil de comprender, para despertarles el deseo de saber más. 

          Ahora bien, ¿es esta nueva “nueva novela histórica” todavía el cajón donde se deben clasificar las obras de quienes seguimos escribiendo ficción a partir de la Historia?  Porque los 80 ya resultan lejanos… No tengo la respuesta, se queda, como siempre, en manos de los teóricos.

          Pero más allá de clasificaciones, les recomiendo acercarse a este género que resulta siempre apasionante.

jueves, abril 14, 2022

LECTORES LIBRES

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Siempre que convivo con jóvenes, les pregunto qué es para ellos la lectura. Porque si bien los pesimistas dicen que ya no existen los lectores entre las nuevas generaciones, yo creo lo contrario: los jóvenes leen todo el tiempo; leen la pantalla de la computadora, leen revistas, leen los subtítulos en el cine, leen los espectaculares en la calle, leen los mensajes de texto en su celular… en otras palabras, leen lo que les interesa.

No leen La Ilíada cuando los obliga su maestro, y se fusilan el reporte de algún amigo o de la Internet. Se niegan a leer por obligación. Pero por desgracia, muchos de ellos no han encontrado el mejor platillo de la lectura: el libro, este objeto que puedes traer en la bolsa, leer cinco minutos o cinco horas seguidas, en casa o en la calle, despacio o rápido, en orden o en desorden. Muchos se han perdido de esa gran experiencia que es tan satisfactoria, se los aseguro, como un romance apasionado. Así lo expresa Alberto Ruy Sánchez, un escritor mexicano: “Descubrí que leer era conocer una dimensión de la vida tan intensa como enamorarse”. Algo así, parecido al amor que implica intimidad, entendimiento y posesión, es lo que me han dicho algunos jóvenes a quienes, como decía, pregunté sobre su experiencia como lectores. Aquí algunas de sus sorprendentes respuestas:

“Prefiero un libro a una película porque lo siento mío, yo nunca digo ‘mi peli’ aunque la tenga en una cajita, pero sí pregunto por MI libro, porque mientras lo estoy leyendo, es sólo mío, sólo a mí me lleva al mundo imaginario que construimos entre él y yo”.

“Me gustan los libros porque duran más que la película, estás más tiempo en esa historia padre y la construyes como a ti te viene en mente”.

“Cuando leo me siento parte de la historia, estoy ahí, como un personaje”.

“Casi me muero cuando vi Harry Potter en el cine: era horrible y no se parecía nada al Harry Potter de mi libro”.

“Yo leo poco, sólo lo que me atrapa y me gusta mucho”, me confesó otro.

Así, las opiniones de los jóvenes no son tan diferentes a las de los escritores, esos aliens que les parecían tan distantes. 

Como miembro de la población adulta quiero pedir disculpas a los jóvenes por permitir que los vacunen contra la literatura, que los alejen de esas maravillosas experiencias, comparables al placer erótico, al obligarlos a leer lo que no va con sus intereses ni con su espíritu. Porque, les aseguro, no hay otra manera de ampliar la vida, sacarle jugo a nuestra breve y limitada estancia en este mundo que la lectura; existencia limitada por el tiempo, por el espacio, por la sociedad y los recursos.  Sólo leyendo podemos vivir varias vidas en una y eso nos hará más plenos, más felices y tan libres como es posible.

Y hablando de libertad, los invito a defender estos principios, que Daniel Pennac llamó los Derechos imprescriptibles del lector:

1.          El derecho a no leer

2.          El derecho a saltarse las páginas

3.          El derecho a no terminar un libro

4.          El derecho a releer

5.          El derecho a leer cualquier cosa

6.          El derecho al bovarismo (es decir, a tener un mundo ideal, siempre mejor a la realidad)

7.          El derecho a leer en cualquier parte

8.          El derecho a picotear

9.          El derecho a leer en voz alta

10.       El derecho a callarnos [o sea, seguir leyendo en silencio y, agrego yo, “mudarnos” por un rato a la realidad alterna a que nos invita la lectura]

 

jueves, abril 07, 2022

LEONA VICARIO

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Una de las mayores inquietudes de las mujeres es la dificultad de combinar la vida de pareja y madre con la vocación. Aún en este siglo XXI pocas lo consiguen. Pero hay en nuestra historia, precisamente entre los llamados héroes de la Independencia, una mujer que desafió a su entorno para entregarse a esas dos pasiones: el amor y el seguimiento de sus ideales, compartidos con su pareja.

Se trata de doña Leona Vicario, nombre que para muchos tiene relación solamente con el de alguna calle, sin saber quién fue y cuáles los méritos de esta valerosa mujer a quien el destino ligó por un tiempo a nuestro Estado.

Al seno de una familia criolla y acomodada de fines del siglo XVIII, nació en la capital de la Nueva España una niña de ojos grandes y facciones pequeñas, a quien bautizaron con el kilométrico nombre de María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador.  A muy temprana edad, Leona quedaría huérfana de padre y madre, permaneciendo bajo la custodia de su tío, el abogado Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, hombre conservador, fiel a la corona por profunda convicción y, claro, por convenir a sus negocios.

Al despacho de don Pomposo, seguramente instalado dentro o al lado de su casa, llegó a trabajar como pasante un joven inteligente, nada feo y, como buen yucateco, muy romántico: Andrés Quintana Roo. Desde el momento en que se vieron, Leona y Andrés quedaron flechados. A pesar de la estrecha vigilancia sobre la jovencita, los enamorados encontraron la forma de hablarse, enviarse notas, comentar ideas y lecturas ilustradas que el joven conseguía con sus colegas de la Real y Pontificia Universidad de Nueva España. En cuanto se tituló de abogado, Quintana Roo pidió la mano de Leona, pero el tío, sabedor de las ideas revolucionarias de su empleado, se la negó rotundamente y prohibió a la sobrina tener relación con él, redoblando la vigilancia sobre ella.

El amante destrozado salió de la capital para unirse al ejército insurgente. Leona encontró siempre la forma de mantener correspondencia con él y servirle de espía en los altos círculos de la ciudad. Además, se unió al grupo secreto llamado Los Guadalupes, afines al movimiento independiente.

Cuando el tío descubrió las andanzas de su pupila, la encerró en el convento de Belén de las Mochas. Pero no contaba con la bravura y decisión dignas de su nombre, y Leona, disfrazada de negra vendedora de pulque, huyó a lomo de asno, para ir a reunirse con Andrés en el mineral de Tlalpujahua, donde éste se encontraba, al servicio de Ignacio López Rayón. El comandante los casó y los jóvenes vivieron juntos la zozobra de la guerra, durmiendo en cuevas y participando en batallas.

Quintana Roo presidió después la Asamblea Constituyente, misma que formuló la declaración de Independencia de nuestra nación.

Más tarde, la pareja sufrió una fuerte decepción por la ambición imperial de Iturbide al triunfo de la Independencia, y se retiró a vivir a Toluca, donde Leona y Andrés se dedicaron al periodismo y las actividades intelectuales.

Derivado del ardor ideológico que expresaban sin temor en sus diarios, allá por 1830 Quintana Roo y su esposa se enemistaron con Anastasio Bustamante y con Lucas Alamán, cayendo en desgracia a los ojos de los poderosos que no consiguieron cambiar sus ideas ni sus principios, pero sí, evitar que se difundieran a gran escala.

Finalmente, doña Leona falleció algunos años antes que su compañero, en 1842, en la Ciudad de México.

Mi reconocimiento a doña Leona Vicario: una mujer que hizo honor a su nombre y pone muy en alto el valor femenino.

Soñar...

Mi mayor placer es soñar. Soñar dormida y más, despierta. Dejar volar la imaginación y tratar de convertir esos sueños en palabras.

EL NIÑO BENITO JUÁREZ

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