Mis novelas

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jueves, octubre 26, 2023

EL REGRESO DEL KAZAJO, DE GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Hace cerca de un año, mis colegas Vicente Alfonso, Emiliano Pérez Cruz y una servidora, nos reunimos para deliberar, después de leerlas y releer las mejores, cuál de las setenta y tantas novelas recibidas para optar por el Premio Nacional de Literatura “Laura Méndez de Cuenca” 2022 tenía los mayores merecimientos para obtenerlo. Debo contarles que no fue fácil. A diferencia de otros certámenes en que había fungido como jurado, en esta ocasión había varias novelas muy muy buenas, bien escritas, con propuestas originales.

Finalmente, debido a la recreación de una época interesante en nuestro país y en el mundo, la estructura a dos voces bien diferenciadas, la tensión narrativa que nunca se pierde, el excelente manejo del lenguaje, los diálogos siempre frescos y creíbles y (aunque el autor lo niega sistemáticamente) estar inspirada en un caso real, elegimos El regreso del Kazajo.

Pocos saben que Kazajo se refiera a un lugar poco conocido Kazajistán, ahora un país independiente en la costa del Mar Caspio, por entonces, en el tiempo de la novela, miembro de la URSS.

Desmenuzaré los elogios que mis colegas y yo escribimos en el dictamen:

La recreación de la época interesante: Interesantísima, diría yo. El eje narrativo de la novela se desarrolla en el año 1955, el de mi nacimiento, en medio de la Guerra Fría, cuando las potencias se espiaban mutuamente a través de agentes secretos, espías que muchas veces trabajaban para más de un solo amo.

Las descripciones y referencias que nos sumergen con maestría en ese tiempo están tan bien hechas (y lo digo con conocimiento de causa) que nunca imaginé que el autor no fuera más o menos contemporáneo mío. Al conocer a Gerardo Antonio Martínez mi asombro se cubrió de admiración, pues significa que, además de investigar acuciosamente, tiene un gran talento para insertar estos datos con enorme naturalidad.

Hablemos ahora de las voces de la novela. El eje de la acción, situado en 1955, lo cuenta un narrador omnisciente, cuya mirada se centra en Nacho Cervera, el joven investigador, abogado “fifí” que atraviesa una crisis existencial. La posibilidad de renunciar a su trabajo en un diario y dedicarse a la búsqueda de Emilio Padilla, “El kazajo”, desaparecido en el aeropuerto de la Ciudad de México al volver, tras veinte años pasados en prisiones soviéticas. En esta parte de la novela las acciones se suceden vertiginosamente sin dar respiro al lector: escenas criminales, policías “a la mexicana” y recorridos por la capital de nuestro país. Los diálogos, ágiles y creíbles, nos sumergen en la intriga y mantienen en vilo nuestra atención. Pero no dejan a un lado la esencia de la literatura: el lenguaje de la calle se convierte en arte y reflexión. Belleza y filosofía nacidas de momentos en que los personajes son guiados por bajos instintos, tal y como sucede en las calles hoy en día.

La verosimilitud de esos personajes, de esas acciones, denotan un profundo conocimiento de las prácticas policíacas, así como de las entretelas del Partido Comunista y de los diplomáticos de las grandes potencias.

El otro hilo narrativo es un largo monólogo, insertado en fragmentos que alternan con las acciones mencionadas, en que Emilio Padilla narra su historia, su militancia en el Partido Comunista, y los horrores sufridos en las prisiones soviéticas. Esa voz cambia el ritmo de la narración, pero no permite aflojar la tensión, el interés ni dejar de disfrutar la belleza, la poesía que sale de la pluma de Gerardo Antonio Martínez. Miedo, amor, desamor, soledad, son algunos de los sentimientos que transmite al lector. 

En suma, les recomiendo ampliamente esta novela; además, la edición, como todas las del FOEM, que (hasta ahora) son garantía de belleza y calidad. No van a arrepentirse. Este talentoso joven, lo vaticino, dará mucho de qué hablar en el futuro.

jueves, octubre 19, 2023

COMO POLVO EN EL VIENTO DE LEONARDO PADURA

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Uno de mis autores contemporáneos favorito es el cubano Leonardo Padura. Su estilo que combina el humor, la alegría de vivir tan caribeña, con el magistral manejo de la tensión narrativa, llenan de placer las horas de lectura de sus obras. Entre sus novelas destacan las protagonizadas por Mario Conde, un entrañable detective “a la cubana” que, para muchos de sus críticos, constituye el alter ego del propio Padura.

Recientemente leí una novela de su autoría que se aleja de ese personaje y del género de thriller tropical que le es característico. Se trata de Como polvo en el viento, que el propio Leonardo Padura ha calificado como la más personal de sus obras.

A través de un coro de voces, inspiradas en personajes reales, quizá su grupo de amigos universitarios, Como polvo en el viento es un recuento de los destinos divergentes a que la diáspora cubana lanzó a muchos de ellos, quienes en la juventud convivían como miembros de una familia.

Si bien esta obra carece de la redondez y precisión narrativas de su famosa tetralogía, a mí me llegó al corazón el halo de nostalgia que transmiten sus páginas. Y contagió la tristeza de ver a una generación que pugna por abandonar su tierra, su comunidad, sus costumbres, familia y amigos. Me hizo ver ese reflejo en nuestra propia sociedad.

Pertenezco a la misma generación de Padura: ambos nacimos en 1955. A él le tocó perder a sus amigos cercanos, los que consiguieron huir de una sociedad en donde los caminos al éxito profesional y económico estaban bloqueados, amén de sufrir, día y noche, la continua sensación de estar siendo vigilados, espiados, y el terror de que a tal vigilancia sucediera la detención, los interrogatorios, la tortura, la posible desaparición misteriosa. A nosotros, los abuelos mexicanos, nos está tocando atestiguar y sufrir la diáspora de la generación que nos sigue: la de nuestros hijos que tampoco encuentran aquí las oportunidades de crecer profesionalmente de manera honesta, y se niegan a vivir con miedo a las diversas formas de presión que los poderes fácticos perfeccionan cada día.

Muchos de mis contemporáneos pasan la vida frente a una pantalla tratando de no perder el contacto con unos nietos que hablan en otro idioma, que no parten piñata en su cumpleaños ni conocen el sabor de un elote comprado en la calle.

En Como polvo en el viento, como en sus demás novelas, Leonardo Padura pinta la belleza de su isla cubana y sugiere, con la prudencia de quien ha decidido vivir bajo el régimen que no aprueba con tal de evitar la nostalgia perenne, el deterioro de una sociedad mutilada, que ha perdido a muchos, a amigos y familiares que van convirtiéndose en ajenos, distantes.

Un libro que conduce a profundas reflexiones, algunas surgidas en el lector, otras, con preguntas del propio texto, como éstas:

¿Será verdad que nadie abandona el sitio donde fue feliz…? ¿Y el sitio donde no lo fue, pero es su sitio y del cual nunca hubiera querido ni pensado alejarse? ¿Se puede marcar el instante preciso empeñado en torcer una existencia, ese quiebre funesto destinado a empujar una o varias vidas hacia inesperados derroteros? ¿Cuánto dura, cuánto pesa, cuánto decide un preciso o impreciso instante, visible o tal vez desapercibido en su momento de eclosión…? Y la felicidad: ¿cuánto dura la felicidad?

jueves, octubre 12, 2023

EL REY HERODES

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Unos lo confesamos… otros no.  Pero reside en la naturaleza humana una atracción, una fascinación por esos personajes, sean reales o de ficción, que encarnan el Mal, que triunfan guiados por malos instintos y acciones reprobables… esos que comúnmente conocemos como “villanos”. Tales “rufianes de la historia”, “malos de la película”, encarnan los instintos que nosotros reprimimos; por eso nos gustan.

La historia, escrita por los vencedores, tiende a “villanizar” a sus enemigos. Exagera sus defectos y omite sus cualidades y logros. Crea imágenes deformadas que aceptaremos sin replicar si no tenemos un sentido crítico, un escepticismo siempre alerta y la convicción de que nadie puede ser totalmente malo, ni completamente bueno; todos tenemos muchas facetas que dan cabida a claroscuros y contradicciones.  

Pero hay algo seguro: aquellos que, en algún momento logran destacar, tienen, necesariamente, una dosis de genialidad; en ella reside su magnetismo.

Uno de mis villanos históricos favoritos es el rey Herodes, quien reinó en Judea poco más de treinta años, bajo el yugo romano y coincidió, según la historia sagrada, con el nacimiento de Jesús de Nazaret.

Lo que todos hemos oído sobre este rey es que era muy poderoso, que recibió en su palacio a los Reyes Magos y que mandó matar a todos los niños del reino, para acabar con la posibilidad de que el Mesías lo destronara.

Las tres afirmaciones son más mito que realidad: era muy poderoso, en efecto, pero dependía del poder mucho mayor del Imperio romano. La historia de los Reyes magos es legendaria: no hay ninguna prueba de su existencia ni de su viaje en pos del recién nacido señalado por la estrella.  Y de la llamada matanza de los inocentes tampoco hay prueba alguna, ni documental ni arqueológica, más que la consignada en los Evangelios.

Cuenta el historiador Flavio Josefo que Herodes padeció una larga y dolorosa agonía, sumido la mayor parte del tiempo en una demencia atormentada por los fantasmas de muchas de sus víctimas, principalmente la de su segunda esposa, Mariamne, la mujer que amó con toda su alma, pero que también, junto con su primogénito, mandó ejecutar. En medio de aquellos dolores físicos y emocionales, cambiaba su testamento todos los días. En uno de ellos, hizo asentar que a su muerte debían ejecutar a los primogénitos de todas las casas de judíos nobles, esos que nunca lo aceptaron por ser idumeo (que en nuestro lenguaje sería como ser medio naco), para que nadie estuviera alegre durante sus funerales, que en todas las casas se rasgaran las vestiduras y se echaran ceniza sobre la cabeza.

Pero tan terrible instrucción no fue obedecida por sus herederos; por el contrario, en señal de buen comienzo, Arquelao, su hijo, mandó liberar a todos esos jóvenes nobles que estaban ya prisioneros. Eso sí, organizaron para el difunto los más fastuosos funerales de que se tuviera noticia.

Sabemos, pues, de sus fechorías. En cambio, son poco conocidas las virtudes de Herodes el Grande: las primeras, su genio militar y político. Además, su obsesión por las construcciones, logrando edificaciones monumentales, de gran mérito técnico y artístico. Poco queda de estos portentos de la arquitectura, pues unos años después, los romanos arrasaron con Judea para aplacar los levantamientos. Pero hay ruinas que dan fe del talento de Herodes y sus constructores: el puerto de Cesárea, provisto de unos muelles sostenidos por columnas de concreto sumergido en el mar; la ciudad de Sebaste, de estilo romano; su fastuoso palacio en Jerusalén. El templo de Salomón, reconstruido y engrandecido; la fortaleza de Masada, en medio del desierto, dotada de un sistema de recolección y almacenamiento de aguas pluviales, capaz de mantener abastecidos a todos sus ocupantes durante cincuenta días, sin recibir ni una gota más, por lo que pudo ser el último reducto de los judíos ante el embate romano, setenta años después. Y, por supuesto, el castillo-fortaleza de Herodión, donde hace pocos años el arqueólogo israelí Ehud Netzer encontró los restos de su tumba: un mausoleo que contiene en el interior, los fragmentos de un sarcófago de dos metros y medio de largo, fabricado en piedra rosa y con incrustaciones de bronce. La tumba ha sido profanada, saqueada y destruida al igual que su memoria, quizás varias veces en el transcurso de estos dos mil años. 

Los invito, amigos, a conocer un poco más de este personaje y sus familiares, especialmente de su hijo, Herodes Antipas, envuelto en los vuelos de mi imaginación, a través de la novela El pez de alabastro, que está estrenando nueva edición bajo el sello español Libros Áltera, pero está disponible para nuestro país por medio de las tiendas que todo lo venden a través de internet, ya sea en formato tradicional o en libro electrónico.

Soy Bertha Balestra, estoy triste y angustiada por la guerra que acaba de estallar en esos territorios que, de tanto estudiarlos, siento un poco míos. Espero que pronto se llegue a la paz en la tierra considerada santa por gran parte de la humanidad. 

Soñar...

Mi mayor placer es soñar. Soñar dormida y más, despierta. Dejar volar la imaginación y tratar de convertir esos sueños en palabras.

EL NIÑO BENITO JUÁREZ

--> DE LIBROS Y OTROS PLACERES Un personaje que no debemos olvidar, por su importantísimo legado a la formación de este país, es...