Inocente palomita
Que
te has dejado engañar
Sabiendo
que en este día
En
nadie debes confiar
¿Cuántas
bromas te han hecho hoy, amigo, amiga, terminando con esta estrofilla y, luego,
con la carcajada del bromista que goza tanto este día? Y es divertido, ¿no
crees? Salvo algunas bromas que rayan en lo pesado, la creatividad y la gracia
se imponen en este 28 de diciembre, día que la Iglesia Católica dedica a los
llamados Santos inocentes, y que la picardía popular ha convertido en la fecha
para sorprender a los amigos con algún engaño inocente.
Pero
¿Quiénes son en realidad estos santos? En el calendario litúrgico, esta fecha se
refiere a un capítulo de los evangelios, donde se narra la llegada de unos
reyes de Oriente a Jerusalén, al palacio del rey Herodes. Estos personajes
informan a su par judío que han venido siguiendo la estrella, señal del
nacimiento de un gran rey de reyes. Como se imaginarán, Herodes entra en
pánico; trata de averiguar quién es este peligro para su corona. Pero los
visitantes deciden no darle más informes, pues sospechan de la actitud de su
anfitrión. Herodes, para conservar su poder, da la crudelísima orden de
degollar a todo infante de dos años o menos en toda Judea. Estos niños,
víctimas de la locura del poder, son los santos inocentes.
Tal
relato espeluznante no tiene sustento en la historia laica. Cuando yo escribía
la novela El pez de alabastro, ubicada
precisamente en aquellos tiempos y lugares, revisé las fuentes históricas que
los estudiosos consideran “serias”. Ninguna de ellas menciona una matanza de
tal magnitud. El autor que dedica buena parte de su obra a la llamada “era
herodiana”, Flavio Josefo, escribió que Herodes, ya gravemente enfermo del
cuerpo y de la mente en los últimos años de su reinado (los cuales coinciden
con la época del nacimiento de Jesús), estaba obsesionado y lleno de rencor
contra el pueblo judío, pues a pesar de haberlo gobernado por más de tres
décadas, mantenido una posición bastante honrosa ante el poderío romano y
construido grandes obras de ingeniería y arquitectura, entre ellas el templo de
Jerusalén, mucho más fastuoso que el del legendario Salomón, nunca lo había
aceptado ni menos, amado. Entonces, este poderoso tirano, para obligar a que en
cada casa de la nobleza judía se guardara luto cuando él falleciese, hizo
apresar a los primogénitos de esas familias orgullosas de su estirpe y dejó
firmada la orden de que en el momento que él muriera, se ejecutara a esos niños
y jóvenes.
Tal
absurdo mandato no se cumplió. En cuanto Herodes dejó de respirar, su hermana
Salomé aconsejó a Arquelao, el heredero, liberar a los detenidos como primera
acción de gobierno para granjearse su gratitud.
Eso
dicen las dos versiones de la historia, amigos, y para quienes creen en la
comunicación desde el más allá, compartiré un dato más: durante la
investigación para mi novela, una amiga que practica el espiritismo, convocó al
espíritu de Herodes a la sesión de su grupo. El monarca se presentó y, a través
de ella, me envío un mensaje: agradecía que alguien se preocupara por
reescribir su historia y me pedía que le dijera a la gente de este tiempo que
no es responsable de la matanza de bebés que le achaca la historia sagrada…
¿Quién
tiene razón y quién trata de engañarnos, como a inocentes palomitas? Ustedes
decidan.