Mis novelas

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lunes, marzo 18, 2024

EL NIÑO BENITO JUÁREZ

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Un personaje que no debemos olvidar, por su importantísimo legado a la formación de este país, es, sin duda, Pablo Benito Juárez García, ese Benito Juárez que en la primaria nos meten hasta en la sopa, pero siempre recubierto de una imagen metálica o pétrea que nos lo hace odioso. En su honor estuvimos muchas veces, en días cercanos al 21 de marzo, de pie en el patio de la escuela, escuchando discursos acartonados o empalagosos poemas, encaminados a enaltecer al héroe, pero cuyo resultado era contraproducente en el ánimo de los alumnos.

En busca de otra imagen para ese enorme estadista y fascinada por ese siglo XIX mexicano, de donde proviene lo que hoy vivimos como nación, escribí hace algunos años la novela El Cuervo y el Halcón, un intento de humanizar no sólo al Benemérito, sino también a su histórico rival, el Archiduque Maximiliano de Habsburgo.

Comparto aquí un fragmento que habla de la niñez de Benito Juárez:

Dos años había cumplido Benito, a quien nadie llamaba por su nombre completo, Pablo Benito, pues en San Pablo Guelatao a todos los hombres se bautizaba Pablo algo, para hacer honor al santo patrono de aquel pueblo, tan chico que más bien debía decirse caserío, cuando su hermana Josefa lo tomó de la mano y, sin explicarle la razón del revuelo que traían en la casa, de los gritos de la madre agarrándose la panza, lo llevó de prisa, casi arrastrando, y lo fue a entregar con los abuelos.  Ahi le encargo a Benito, abuela, voy por mi tía Cecilia, que ya se le viene la criatura a mi madre, oyó el niño decir a su hermana, antes de mirarla correr otra vez, ahora hacia el otro lado de la población. En cuanto se perdió de vista, se soltó en llanto, un llanto azorado y a la vez provisto del presentimiento de que algo grave sucedía a su alrededor.  Cállate, ven, te doy chocolate, le dijo la abuela, verás que todo saldrá bien.  Entonces, Benito cambió las lágrimas por una cara larga y silenciosa. 

Cuando Josefa llegó, horas más tarde, y entre sollozos ahogados le dijo algo a la abuela que la hizo taparse la boca para esconder un grito, Benito Juárez aprendió a desconfiar de las personas cercanas. Y cuando de nada servía su búsqueda, ni había respuestas a su insistente pregunta de dónde estaba su mamá, imaginó que la habían vendido, como a veces hacía su padre con las borregas más lindas. Guardó para sí sus conclusiones; no dejó a nadie verlo llorar, cubriéndose la cara con el rebozo de su hermana, mientras el cuerpo rígido de su madre permaneció entre cuatro cirios, a la mitad de la casa. 

Todo el pueblo llegó a velarla.  Los hombres, muy serios, se descubrían la cabeza y se persignaban. Las mujeres lloraban ruidosamente. Tempranito, emprendieron la procesión al cementerio. Los parientes de muerta y viudo se turnaban la carga del ataúd.  María Longines, la recién nacida iba en los brazos de su tía Cecilia, para aprovechar al cura y bautizarla de una vez. 

Volvieron a San Pablo. Marcelino se llevó a sus hijos, con excepción de la criaturita que permaneció bajo el cuidado de la tía.  Esa noche, el padre de Benito buscó la paz en una botella de aguardiente. Y cada día, desde entonces, sólo en ella encontraba consuelo.  Josefa, Rosa y Benito tenían cuidado de no contrariarlo, de no hacer ruido cuando se quedaba dormido, para evitar los gritos y las cachetadas, las lamentaciones por su mala fortuna.  Las niñas dejaron de alborotar y se ocuparon cada vez menos del arreglo de su hermanito. Él pasaba horas afuera, mirando el campo, observando a los pájaros, en especial a los cuervos que lo fascinaban con su mirada metálica. Habló menos y dejó también de reír a menudo, como en los tiempos en que Brígida le hacía cosquillas, le decía escuincle de porra y lo dejaba hacer bolitas de masa mientras ella echaba las tortillas. 

Benito iba marcando, en el amate que llamaba su árbol, una rayita por cada día desde que enterraron a su mamá.

lunes, marzo 11, 2024

MATA HAR

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Está muy en boga ese estilo de baile que aquí llamamos danza árabe y los norteamericanos, belly dance, es decir, danza del vientre. Esta disciplina engloba diversos estilos de bailes folclóricos y rituales, provenientes de otros tantos sitios y culturas del Medio Oriente. Entre ellos se encuentran antiguas danzas de la India, Egipto, Siria y Persia, mezcladas con el estilo andalucí, emparentado con los bailes flamencos del sur de España. 

Son elementos comunes los movimientos circulares de las bailarinas, relacionados con las órbitas de los astros y con ritos encaminados a la fertilidad, preocupación primigenia de las antiguas culturas en que surgieron.  Tales movimientos sensuales sedujeron al mundo occidental desde el primer encuentro. Las corrientes orientalistas de Europa, desde el siglo XVIII y, con más frenesí en el XIX, idealizaron y expresaron, a través del arte, todo lo relacionado con esas culturas exóticas. 

En esa época, el mito se hizo realidad en una mujer de trágico destino que se convirtió en ícono universal: Mata Hari, la famosa bailarina, fusilada bajo acusaciones de fungir como doble espía durante la Primera Guerra Mundial. 

        Esta mujer no tenía en realidad nada de sangre oriental: su verdadero nombre era Margaretha Geertruida Zelle, originaria de los Países Bajos, donde nació en 1876. Muy joven, contrajo matrimonio con un oficial de marina mucho mayor que ella. A él lo asignaron a la isla de Java. Al volver a Europa, Margaretha trajo consigo el conocimiento de la danza y, en su mente fantasiosa, una historia que inventó sobre sí misma: “Mi madre, gloriosa bayadera del templo de Kanda Swany, murió a los catorce años, el día de mi nacimiento. Por ello, los sacerdotes me pusieron Mata Hari, que quiere decir “ojo de la aurora”. Afirmaba haber aprendido allá los sagrados ritos de la danza.

En 1903, ya divorciada, se mudó a París; allí comenzó su éxito como bailarina exótica, en un circo, donde la gente hacía cola para verla actuar. Y muchos caballeros desfilaban a los camerinos, en busca de algo más que danza. Mata Hari coleccionaba aplausos… y amantes, de todas las nacionalidades. Aunque sus favoritos eran los uniformados, se anotaron en su larga lista otros hombres importantes, como el compositor Giacomo Puccini o el Barón Henri de Rothschild, quien la colmó de joyas.  A todos les contaba versiones diferentes sobre su origen y, seguramente, los engañaba acerca de sus sentimientos.

Cuando estaba en la cúspide, estalló la Gran Guerra. Mata Hari se encontraba en Alemania. Su amante en turno, Kraemer, cónsul alemán en Amsterdam y jefe del espionaje de su país, la involucró en el jugoso negocio de la información secreta. Ella comenzó a obtener información de los franceses, específicamente del capitán Ledoux, jefe del Servicio secreto de su país, con quien estaba también involucrada. 

Obviamente, una mujer tan notoria no haría un buen papel como espía secreta; las cosas se complicaron aún más porque se enamoró de un joven oficial ruso. Poco antes de que la Guerra llegara a su fin, Mata Hari cayó prisionera en Francia y se le sometió a uno de los juicios que la historia registra como una gran injusticia, sin pruebas concluyentes, y basado en hipótesis no probadas.  Aun así, utilizándola como castigo ejemplar, se le condenó a la pena de muerte.

Ninguno de sus amantes impidió el desenlace. Tampoco sus encantos, ya un poco marchitos, que trató de utilizar con los guardias y, al final, con el pelotón de fusilamiento. Cuentan que se negó a que le vendaran los ojos, y que lanzó un beso de despedida a sus verdugos, con tal dulzura, que sólo cuatro de los doce soldados se atrevieron a apuntarle. Los otros ocho dispararon fuera del blanco.

De acuerdo con las leyes vigentes, su cuerpo, como el de todo criminal, se entregó a los estudiantes de medicina para su estudio. Su cabeza embalsamada permaneció en el Museo de Criminales de Francia, hasta que alguno de sus admiradores la robara y desapareciera en 1968.

Tal es la historia de Mata Hari, la espía, famosa por su talento para bailar. Quizá no una mujer ejemplar, pero sí digna de ser mencionada en este mes dedicado a las mujeres.

jueves, febrero 29, 2024

ESCRITORES PORTUGUESES

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Por alguna razón misteriosa, y a pesar de la cercanía tanto geográfica como cultural entre Portugal y España, a nuestro país que es hijo, en cuanto a las letras, de esa Madre Patria, poco y tarde nos llegan obras de los grandes autores que ha dado y sigue haciéndolo la nación lusitana. Con excepción de José Saramago, quien después de recibir el Premio Nobel y, gracias a las excelentes traducciones de su esposa Pilar, ha sido ampliamente difundido en nuestra lengua, nos suena familiar, quizás, el nombre de Fernando Pessoa, pero más por haberse convertido en personaje de otros novelistas, como el propio Saramago o el italiano Antonio Tabucci, que por su obra imprescindible. Pero poco conocemos de otros genios portugueses, como Eca de Queiroz, o los que todavía respiran y escriben en aquella península, como Agustina Bessa Luís, Antonio Lobo Antunes o José Luis Peixoto, por nombrar a los más famosos.

Marcados por el mar, por una orografía difícil y un clima casi siempre malo, los literatos portugueses se caracterizan por su profundidad, son expertos en penetrar hasta lo más íntimo del alma humana y retratan de forma asombrosa las intrincadas relaciones entre las personas. También son notorias la originalidad de sus descripciones y la inclinación a dejar testimonio de su realidad, de su gente y sus costumbres.

Para muestra, dos probadas, primero, un fragmento de La Sibila, novela de Agustina Bessa Luís:

uno de los aspectos más característicos de Quina era despreciar por principio a todas las mujeres. No que personalmente las odiase, pero, en general, les atribuía una categoría deprimente, y, como elemento social, no las tenía en cuenta. La verdad era que, toda la vida, había luchado ella por superar su propia condición, y, al conseguirlo, al llegar a ser apuntada como cabeza de familia, conocida en la feria y en el tribunal, buscada por negociantes, consultada por los viejos labradores, que la trataban con la misma seca objetividad usada entre ellos, mantenía en relación con las otras mujeres una actitud no desprovista de originalidad. Amadas, sirviendo a sus señores, llenas de un mimo doméstico e inconsecuente, convertidas en abyectas a costa de serles negada la responsabilidad, usando el amor con instinto de ganancia, parásitas del hombre y no compañeras, Quina sentía por ellas un desdén un tanto despechado e incluso tímido, pues había en esa condición de esclavas regaladas algo que la hacía sentirse frustrada como mujer.

Y del monumento que es el Libro del Desasosiego, de Fernando Pessoa, este fragmento, muy adecuado para mis colegas escritores:

Las frases que nunca escribiré, los paisajes que no podré describir nunca, con qué claridad los dicto cuando, recostado, no pertenezco sino lejanamente, a la vida. Cincelo frases enteras, perfectas palabras por palabra, contexturas de dramas que se me narran construidas en el espíritu, siento el movimiento métrico y verbal de grandes poemas en todas las palabras y un esclavo al que no veo, me sigue en la penumbra. Pero si diese un paso, desde la silla donde yazgo entre sensaciones casi realizadas, hacia la mesa donde querría escribirlas, las palabras huyen, los dramas mueren, del nexo vital que unió al murmullo rítmico no queda más que una añoranza lejana, un resto de sol sobre unos montes alejados, un viento que eleva a las hojas al lado del umbral desierto, un parentesco nunca revelado, la orgía de los demás, la mujer que nuestra intuición dice que miraría para atrás, y que nunca llega a existir.

domingo, febrero 25, 2024

LOBO ANTUNES

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Empiezas a leer y piensas: no estoy muy concentrada. Avanzas, fascinada por la poesía en el lenguaje y te dices: quizás entienda más adelante. Sigues, como una nave a la deriva, conducida por la poderosa corriente del lenguaje y declaras: no importa si la historia no es clara, estoy gozando verdaderamente esta lectura. Hablo de la novela titulada No entres tan deprisa en esa noche oscura, de António Lobo Antunes, el portugués que se considera un fuerte candidato al Nobel de literatura desde hace varios años.

Dividida en los siete días de la creación, cada capítulo precedido precisamente por una cita del Génesis, la novela narra, en la voz de María Clara, la protagonista, la historia de una familia portuguesa alrededor de la enfermedad y muerte del padre. La narradora se desdobla, su voz salta en el tiempo y en el punto de vista; se pone en los zapatos de los demás miembros de su familia y vuelve a sí misma, al íntimo fluir del subconsciente marcado por recuerdos, dolorosos en su mayoría, frustrantes y envueltos en los secretos que guarda la familia –como toda familia— para conservar la honorabilidad.

Lobo Antunes, con su propuesta surrealista, ha logrado un estilo único, una literatura que obliga al lector a desestructurar la mente, abrirse y tornarse en un receptor sin expectativas, dispuesto a abordar la nave sin timón aparente que, un submarino en que se sumergirá a los confines de un océano de emociones.

Gracias a su primera profesión: la psiquiatría, este escritor conoce el fluir del subconsciente a la perfección y, con su aliento poético, usando de manera aparentemente caprichosa la puntuación y los silencios, la reiteración y las omisiones, lo somete a la única disciplina de la belleza del lenguaje, consiguiendo su anhelo de artista, que él mismo ha declarado en alguna entrevista: Yo no quiero que los lectores comprendan mis obras, deseo que las vivan.

Comparto un fragmento de No entres tan deprisa en esa noche oscura, para que sean ustedes, amigos, quienes juzguen de primera mano la calidad de este autor:

Cuántas veces, por la noche, me ocurre oír a alguien que se acerca y aleja entre los alhelíes y no me atrevo a acercarme a la ventana por temor a los muertos

    Algo me dice al despertarme que ahí fuera están los muertos

    el señor general y el presidente Krüger que hablan de Mozambique creyéndose en un balcón de África, mi abuelo que ordena las piezas del ajedrez en la pérgola del lago, mi abuela de vuelta del Casino y Adelaide que la espera con tisanas y chales, quién sabe si mi padre no acaba de fallecer en la clínica y dentro de poco el teléfono, al principio una pausa en la casa con el timbre que no para de sonar, después la misma pausa en la sala de la planta baja mientras en el cuarto de las criadas y en el primer piso protestas, arrastrar de zapatillas, habitaciones que se encienden de golpe, se vuelven conocidas y van perdiendo misterio

    anaqueles, espejos

   mi hermana descalza en los escalones que aparta brumas con los brazos

    -Es para mí

    un montón de perros quién sabe dónde, la cocinera nueva con una bata de mi madre, la de color lila que yo envidiaba tanto cuando éramos pequeñas, me la ponía a escondidas y adoptaba una expresión severa para saludarme ante el armario

    -Buenos días, señora

    irritada porque mis pies no crecían y por mi poco pecho, alguien suspendió el péndulo del reloj y el mecanismo de desequilibró en un sollozo de ruedas, mi madre en un desliz

   -Es tu padre ¿no?

    seguro que si cogiese la llave y dos vueltas ni un armario ni un baúl en el desván, cuántas veces, por la noche, me ocurre oír a alguien que se acerca y aleja entre los alhelíes y me quedo en la cama, no me atrevo a acercarme a la ventana por temor a los muertos

 

Terminas de leer y dices: gracias, António Lobo Antunes por sumergirme en la belleza de tus letras…

viernes, febrero 16, 2024

QUIÉN TUVIERA UN MAX PERKINS

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Hace algún tiempo amigos, vi en la TV la película Genius, que en español se tituló Pasión por las letras, cuyo tema es la relación entre el escritor norteamericano Thomas Wolfe, autor de novelas clásicas como El ángel que nos mira y El niño perdido y su editor, Maxwell Perkins, de la Editorial Scribner, famoso por haber descubierto y publicado a grandes plumas como Hemingway y Fitzgerald, además del mencionado Wolfe.

La historia está muy bien ambientada en esos años críticos para Estados Unidos y retrata la vida de la ciudad de Nueva York y sus suburbios, como aquel donde se encontraba la amplia residencia de la familia Perkins.

Para quienes vivimos en el mundo de las letras, esta cinta es un soplo de esperanza: nos hace revivir el deseo de encontrar –si es que todavía existe alguno—al editor inteligente, al verdadero colega que se ve a sí mismo como un buscador incansable de nuevos talentos; la pieza que, incorporada junto con el autor, hará de la obra una nave espacial sin límites, una obra capaz de albergar a millones de lectores de todos los tiempos y llevarlos hasta donde la imaginación y la fascinación lo permitan.

¿Cuántos Max Perkins quedarán por ahí, perdidos entre la sobrepoblada y canibalesca selva editorial, llena de seres con mente pequeñita que sólo buscan la venta fácil? Ésos a quienes las grandes corporaciones-vende-objetos-de-palabras les dan inmerecidamente el título de “editores” cuando son una especie de ejecutivos de cuenta cuyo único móvil es alcanzar las metas de ventas que les fija su Gran hermano para no perder la chamba. Escupidores de frases pre-hechas y ajenas al verdadero arte de la literatura como: su obra no es comercial, no hay nicho de mercado para ese tema, el mercado no está demandando obras complejas…

Quedan así fuera del universo de esos pseudo editores las obras que impliquen alguna propuesta audaz, las que se refieran a personajes históricos que no sean “políticamente adecuados”. Bajo esos criterios, las grandes obras de la literatura universal no habrían visto la luz. El consuelo para quienes hemos sufrido alguna vez ese tipo de incomprensión es echar un vistazo a emblemáticas anécdotas como éstas:

La editorial Losada rechazó la novela "La hojarasca" del escritor colombiano Gabriel García Márquez (Premio Nobel de Literatura 1982). En la nota de rechazo se le recomendaba al escritor dedicarse a cualquier otro oficio diferente a escribir.

La novela "Rebelión en la granja" de George Orwell, fue rechaza por varias editoriales. Una de estas escribió al autor: "Es imposible vender historias de animales en los Estados Unidos".

La escritora británica Agatha Christie vio sus manuscritos rechazados por más de 4 años. Hoy en día sus libros han vendido centenares de millones de copias en decenas de idiomas. Solo Shakespeare ha vendido más libros.

La novela del escritor argentino Ernesto Sábato "El túnel" fue rechazada por todos los editores de Buenos Aires. Solo tras aparecer en la Revista Sur y llegar a las manos del escritor Albert Camus, quien la elogió, la novela obtuvo su merecido éxito.

La novela "Lolita" de Vladimir Nabokov, fue rechaza por casi una decena de editoriales que veían poco viable su venta tanto por lo obscena de la novela como por la polémica que podría afectar a las propias editoriales.

Doce editoriales rechazaron el manuscrito de la primera parte de "Harry Potter" de J.K. Rowling. ¿Quién quiere leer historias de brujas? Le dijeron. Hoy en día se estima que la saga de Harry Potter ha vendido más de 400 millones de libros mundialmente.

El manuscrito del "Diario de Ana Frank" fue rechazado 15 veces. Una editorial escribió: "Esta chica no parece tener una percepción o sentimiento en especial que pudiera producir interés en el libro"…mismo que ha vendido más de 25 millones de copias.

El libro de cuentos "Dublineses" del escritor irlandés James Joyce fue rechazado por 22 editoriales.

Éstas y otras historias en que el éxito sobrevino después de muchos portazos, son tónicos anti-depresión que los escritores no debemos olvidar… Y desde luego, amigos, no dejen de ver la película Genius y rogar a sus espíritus benefactores porque aparezca en nuestras vidas un Max Perkins.

 

jueves, febrero 08, 2024

LA LUNA

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Desde los tiempos en que los hombres vivían en las cavernas, la Luna, ese astro que parece superar en tamaño a todos los demás astros de la noche, ha sido inspiración para el arte y la ciencia, para la magia y la superstición. En todas las creencias y religiones antiguas, se le identifica con deidades femeninas, diosas ligadas al amor, a la maternidad, a la vida misma. Por ejemplo, en la filosofía China es la esencia del principio femenino de la naturaleza, lo pasivo y transitorio, pero también la inmortalidad. Para la religión budista es paz, serenidad, belleza. La Luna llena y la nueva indican tiempos de fortaleza del poder espiritual. También es símbolo de unidad o del yo. La Luna y las aguas, juntas, representan la naturaleza no obstructiva. Entre los taoístas, la Luna es la verdad absoluta y el ser sobrenatural. Para los hindúes, la media Luna representa al recién nacido impaciente por crecer. Los egipcios la consideran hacedora de la eternidad y creadora de la duración eterna. En la concepción Islámica, representa la medida del tiempo. La media Luna representa la divinidad y la soberanía. Constituye el símbolo del Islam y una muestra clara es su representación en las banderas de todos los países islámicos. En muchos lugares de África encarna al tiempo y la muerte; algunas tribus la asocian con los árboles, y en otras significa una deidad masculina. Se relaciona con la palmera y el maíz en Sudamérica y, en Norteamérica, con un árbol. Allá en las tribus del Norte de nuestro continente, la Luna llena se asemeja con la luz del Gran Espíritu, y en algunas tribus representa un poder maligno. Entre los esquimales, la Luna es quien envía la nieve.

Dentro de la iconografía cristiana, La Luna es la morada del arcángel Gabriel, la seguridad y pureza.

Existen algunas culturas donde este satélite no es un ente femenino, por ejemplo, para los antiguos japoneses, la Luna es de carácter masculino. Entre los maoríes, es el dios padre. En Oceanía es también masculina y simboliza la eterna juventud. En la concepción sumerio-semita, se le conoce como el dios masculino de la sabiduría y el medidor del tiempo. En el antiguo mundo teutón, la Luna se asociaba al poder divino masculino.

No faltan en el imaginario colectivo las creencias del poder mágico de la Luna para dar vida a seres terribles como los hombres lobos, las brujas y otros engendros de la noche. Tampoco las teorías pseudocientíficas del influjo de las fases del satélite sobre plantas, animales y los humanos, su salud y comportamiento. Y esto no se ha enterrado con el polvo de los tiempos: conozco personas jóvenes que aseguran enloquecer cuando hay Luna llena y deprimirse hasta la neurosis durante las noches negras de la Luna nueva.

Pero más allá de nuestras creencias, nadie puede negar el atractivo de este cuerpo celeste, ni el placer de contemplarla.  No se requiere ser un artista, casi lunático, para sentir fascinación por la Luna.

 El pasado 25 de enero pudimos apreciar la primera Luna llena del año, llamada Luna de Lobo por la tradición india de América del Norte. Esas culturas originarias, pendientes de la naturaleza, sabían que en el invierno los lobos estaban especialmente activos y aullaban más durante las noches frías que en la estación cálida, pues la comida es más escasa y la demanda calórica, mayor.

Al adentrarnos en el invierno, la Luna se encuentra en posición opuesta al Sol, desde la perspectiva de la Tierra, permitiendo que su cara visible esté completamente iluminada, y revela claramente sus cráteres y mares.

Espero que hayan disfrutado esa Luna de lobo, y que sigan pendientes del cielo y sus bellezas durante todo el año.

jueves, febrero 01, 2024

LA CASA DE SAN ISIDRO

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Hace algún tiempo, de visita en Madrid, ciudad natal de San Isidro, dediqué una jornada para seguir el rastro de ese santo.

Allá, a miles de kilómetros de Metepec, sede del “Paseo de los Locos” y de los bellísimos retablos de semilla en honor de San Isidro, en aquella ciudad cosmopolita, una de las grandes capitales del mundo occidental, se conserva aún la devoción al humilde santo.

En uno de los rincones más antiguos de la metrópoli –fundada a mediados del siglo IX bajo el nombre árabe Magerit, por el emir cordobés Muhammed— está el conjunto formado por las plazas de San Andrés, de los Carros y de la Paja, sitio clave de la vida cotidiana allá por el siglo XI. Dentro de los restos del antiguo palacio de los Condes de Paredes, se construyó un hermoso museo, dedicado a San Isidro. Cuenta la tradición que en esa casa vivió y murió Isidro, humilde campesino, con su esposa María, como siervos de Iván de Vargas, un rico señor. A través de pinturas, esculturas, maquetas, un jardín botánico y el pozo antiguo, sede de uno de los milagros famosos del santo, la imaginación del visitante se motiva para llevarlo a tiempos remotísimos, cuando una finca agrícola era posible en el corazón de Madrid.

En la pequeña comunidad corrían rumores sobre la bondad y la piedad de la pareja de siervos, y el halo de mágica santidad que los rodeaba. El propio Iván de Vargas tenía en gran estima a sus virtuosos servidores, y había sido testigo y beneficiario de algún milagro. Entre estos hechos sobrenaturales, cinco han pasado a la historia, a través de la tradición oral, el Códice de Juan Diácono, las “aleluyas” y el arca en la cual reposaron sus restos por varios años. El más conocido ocurrió un día en que algunos envidiosos –nunca han faltado— fueron con el señor de Vargas a acusar a Isidro de pasar más tiempo rezando que trabajando en el campo. Don Iván fue a supervisar, y se encontró, efectivamente, a Isidro rezando, pero el trabajo no estaba desatendido: un ángel conducía en su lugar la yunta que araba la parcela correspondiente. Se dice que Iván de Vargas cayó de rodillas, en oración. Así lo expresan varias de las pinturas que conforman el acervo del museo. 

El visitante puede disfrutar también de ilustraciones que recuerdan otros milagros y sucesos de la vida del santo. Se le ve alimentando a las palomas, con parte del trigo recién cosechado; el milagro de la resurrección del burro, atacado por lobos; la salvación de su hijo caído al pozo, haciendo subir las aguas del mismo hasta sacarlo por flotación; el cruce milagroso de Santa María de la Cabeza (esposa de San Isidro), salvando las aguas crecidas del río Jarama sobre su mantilla.

El pozo está ahí, a la mitad de la casa. Es, junto con la capilla situada en lo que fueran las habitaciones de los santos, la principal atracción del museo.  Pero resulta igualmente fascinante el pequeño jardín botánico arqueológico, en donde se cultivan especies contemporáneas al santo, algunas traídas a España por los moros, como el láudano y el albaricoquero; otras europeas, como la higuera. 

Colinda el recinto con la antiquísima iglesia de San Andrés, en cuyo cementerio, en una sencilla fosa, permaneció enterrado el cuerpo de Isidro por cerca de cuatrocientos años. Al exhumarlo, lo hallaron intacto. Entonces se solicitó su beatificación. San Isidro fue canonizado en 1622. 

Una vez canonizado, los restos del siervo dejaron atrás el humilde destino que lo había caracterizado en vida, y durante sus primeros siglos de reposo eterno. Desde 1769 fueron trasladados, en pomposa procesión, junto con los de su esposa, a un sitio de más categoría. Hoy se encuentran en un arca de plata, donada por los plateros de Madrid, en la Catedral de San Isidro, parte de la Real Colegiata de San Isidro, escuela jesuita en donde estudió el propio Rey Juan Carlos.

Seguramente el espíritu del humilde labrador prefiere acercarse al pozo, al jardín, a la iglesia de San Andrés de la que fue feligrés, o presidir las fiestas de Metepec, celebradas en su honor.

Soñar...

Mi mayor placer es soñar. Soñar dormida y más, despierta. Dejar volar la imaginación y tratar de convertir esos sueños en palabras.

EL NIÑO BENITO JUÁREZ

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