Desde
los tiempos en que los hombres vivían en las cavernas, la Luna, ese astro que
parece superar en tamaño a todos los demás astros de la noche, ha sido
inspiración para el arte y la ciencia, para la magia y la superstición. En
todas las creencias y religiones antiguas, se le identifica con deidades
femeninas, diosas ligadas al amor, a la maternidad, a la vida misma. Por
ejemplo, en la filosofía China es la esencia del principio femenino de la
naturaleza, lo pasivo y transitorio, pero también la inmortalidad. Para la
religión budista es paz, serenidad, belleza. La Luna llena y la nueva indican
tiempos de fortaleza del poder espiritual. También es símbolo de unidad o del
yo. La Luna y las aguas, juntas, representan la naturaleza no obstructiva.
Entre los taoístas, la Luna es la verdad absoluta y el ser sobrenatural. Para
los hindúes, la media Luna representa al recién nacido impaciente por crecer.
Los egipcios la consideran hacedora de la eternidad y creadora de la duración
eterna. En la concepción Islámica, representa la medida del tiempo. La media
Luna representa la divinidad y la soberanía. Constituye el símbolo del Islam y
una muestra clara es su representación en las banderas de todos los países
islámicos. En muchos lugares de África encarna al tiempo y la muerte; algunas
tribus la asocian con los árboles, y en otras significa una deidad masculina.
Se relaciona con la palmera y el maíz en Sudamérica y, en Norteamérica, con un
árbol. Allá en las tribus del Norte de nuestro continente, la Luna llena se
asemeja con la luz del Gran Espíritu, y en algunas tribus representa un poder
maligno. Entre los esquimales, la Luna es quien envía la nieve.
Dentro
de la iconografía cristiana, La Luna es la morada del arcángel Gabriel, la
seguridad y pureza.
Existen
algunas culturas donde este satélite no es un ente femenino, por ejemplo, para
los antiguos japoneses, la Luna es de carácter masculino. Entre los maoríes, es
el dios padre. En Oceanía es también masculina y simboliza la eterna juventud.
En la concepción sumerio-semita, se le conoce como el dios masculino de la
sabiduría y el medidor del tiempo. En el antiguo mundo teutón, la Luna se
asociaba al poder divino masculino.
No
faltan en el imaginario colectivo las creencias del poder mágico de la Luna
para dar vida a seres terribles como los hombres lobos, las brujas y otros
engendros de la noche. Tampoco las teorías pseudocientíficas del influjo de las
fases del satélite sobre plantas, animales y los humanos, su salud y
comportamiento. Y esto no se ha enterrado con el polvo de los tiempos: conozco
personas jóvenes que aseguran enloquecer cuando hay Luna llena y deprimirse
hasta la neurosis durante las noches negras de la Luna nueva.
Pero
más allá de nuestras creencias, nadie puede negar el atractivo de este cuerpo
celeste, ni el placer de contemplarla.
No se requiere ser un artista, casi lunático, para sentir fascinación
por la Luna.
El pasado 25 de enero pudimos apreciar la
primera Luna llena del año, llamada Luna de Lobo por la tradición india de
América del Norte. Esas culturas originarias, pendientes de la naturaleza,
sabían que en el invierno los lobos estaban especialmente activos y aullaban
más durante las noches frías que en la estación cálida, pues la comida es más
escasa y la demanda calórica, mayor.
Al
adentrarnos en el invierno, la Luna se encuentra en posición opuesta al Sol,
desde la perspectiva de la Tierra, permitiendo que su cara visible esté
completamente iluminada, y revela claramente sus cráteres y mares.
Espero
que hayan disfrutado esa Luna de lobo, y que sigan pendientes del cielo y sus
bellezas durante todo el año.
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