Mis novelas

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jueves, junio 23, 2022

DE PADRES E HIJOS

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Dada la cercanía del Día del Padre, comparto con ustedes esta reflexión: Poco frecuente es que a un padre brillante lo suceda un hijo igual de capaz en la misma rama del quehacer humano. El famoso fenómeno de los “juniors”, esos hijitos que pasan la vida como parásitos, suele ser, por desgracia, más común. Sin embargo, hay suficientes excepciones a esta regla para llenar de esperanza a padres exitosos que se esfuerzan para que sus vástagos aprendan de su buen desempeño.

Tal fue el caso de dos gobernantes de nuestro país en el lejano siglo XVI, cuando todavía éramos una colonia del Imperio español. Me refiero a dos virreyes: Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón, conocido como “Velasco el Viejo” y Luis de Velasco y Castilla, a quien se puso el mote de “Velasco el Mozo”.

La historia del padre es una trayectoria de trabajo y dedicación. Comenzó a servir al emperador Carlos V a los 14 años, convirtiéndose poco a poco en un buen militar y hombre de confianza del soberano, quien lo fue asignando a puestos en que requería gente leal y honesta que lo informara con veracidad. Pasó así por ser veedor y capitán general de las Guardias de España, encargado de abastecer a los tercios y virrey del Reino de Navarra. Tras su segunda viudez, contrajo matrimonio con doña Ana de Castilla, mujer de estirpe ilustre y buena fortuna.

Cuando llegó el momento de sustituir al primer virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza, el emperador puso sus ojos de inmediato en ese buen servidor que había demostrado sus dotes: don Luis de Velasco, y lo envió allende el océano con el encargo de poner en su lugar a los encomenderos que estaban abusando de los naturales y darle noticias confiables, pues le llegaban de América chismes e intrigas contradictorios.

Velasco el Viejo realizó una buena labor durante su gobierno, de 1550 a 1564. Trató de ayudar a los nativos, frente a los abusos de los mineros, liberó esclavos ilegales, abolió la encomienda, realizó innumerables obras públicas. Inauguró la Real y Pontificia Universidad de México y fomentó las exploraciones hacia el océano Pacífico y la Florida, donde fundó los primeros asentamientos españoles.

Le tocó enfrentar la primera gran inundación de la Ciudad de México, en 1558. Y, por supuesto, procuró las mejores alianzas matrimoniales para sus hijos, entre ellos la de Luis, a quien casó con María de Ircio y Mendoza, descendiente del primer virrey don Antonio.

Dejó, pues, a su hijo Velasco el Mozo con la mesa bien puesta. Pero este joven no se durmió en sus laureles, sino que aprovechó ese capital político, social y financiero para convertirse en un fuerte candidato a virrey, nombrado por el rey Felipe II, otro hijo exitoso de padre notable, que lo había probado con un puesto de embajador en Florencia.

Asumió el cargo de virrey de la Nueva España, por primera vez, en 1590. Como su padre, se preocupó por las condiciones de los indígenas, especialmente los trabajadores de las minas. Viendo que las arcas virreinales requerían más fondos, buscó nuevas fuentes de riqueza y abrió las antiguas fábricas de sayales y paños. Fomentó las congregaciones, para integrar a los indios que permanecían dispersos en las sierras. Y uno de sus temas de atención principales fue la conquista y pacificación de los territorios chichimecas del poniente del país.

Cinco años más tarde, fue enviado a encabezar el virreinato del Perú, donde gobernó de 1595 a 1604. Pero como los problemas se multiplicaban en Nueva España, el rey decidió regresarlo para que, otra vez, pusiera orden en nuestro territorio.

Durante su segundo mandato, de 1604 a 1607 comenzó las obras de desagüe de la Ciudad de México, que continuaba inundándose, sofocó una insurrección de esclavos negros y financió más exploraciones.

Como premio a su buen desempeño en las colonias, el rey Felipe III le pidió presidir el Consejo de Indias y lo nombró marqués de Salinas del Río Pisuerga.

Un caso de gran padre y gran hijo digno de ser recordado.

Si te gusta la historia de este tiempo, lee mi novela De estirpe guerrera, publicada por Textofilia Ediciones.

jueves, junio 16, 2022

LOS ESCRITORES DEL JAPÓN CONTEMPORÁNEO

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

En 1964 el mundo occidental volteó hacia Japón, a quien había tratado de olvidar, quizás por la vergüenza de haber lanzado sobre esa isla las bombas que no sólo destruyeron Hiroshima y Nagasaki, sino que dejaron sobre varias generaciones de japoneses terribles enfermedades.

Ante la estupefacción de muchos, la televisión, los periódicos, mostraban imágenes de una gran potencia, un país que había capitalizado la prohibición de poseer un ejército e invertir en la industria bélica, destinando recursos, energía, creatividad y trabajo a la ciencia, la tecnología, el deporte y las artes.

Además de las divisas y las medallas olímpicas, Japón consiguió entonces que sus escritores fueran traducidos a las lenguas occidentales y, como los científicos y los deportistas, sorprendieran al mundo con su calidad.  Herederos de los relatos, epopeyas o monogatari, así como de los poemas cortos o haiku que tanto maravillaron, junto con sus fascinantes estampas, a nuestros artistas de principios de siglo, el mundo pudo leer a grandes novelistas. 

Los cambios sociales, políticos e ideológicos del Japón de la posguerra, habían dado pie al surgimiento de una nueva generación de escritores. Masuji Ibuse publicó Lluvia negra, de la cual hay una versión cinematográfica. Shintarō Ishihara escribió La tribu del sol y Seicho Matsumoto creó Niebla negra. Aunque de todos ellos hay dos que destacan más aún, se trata de Dazai Osamu y Yukio Mishima.

Entre las obras de Dazai Osamu, podemos mencionar El sol que declina y Ya no humano, las dos en parte autobiográficas, donde critica ásperamente la hipocresía del mundo moderno. Yukio Mishima, gran figura de este periodo, escribió Confesiones de una máscara, El pabellón de oro, El mar de la fertilidad, entre otras. Una hora después de entregar esta última obra al editor, se hizo el seppuku, el suicidio ritual, en protesta por la influencia occidental que no toleraba.

Son todas las mencionadas, obras que transmiten las vivencias y pensamientos propios de un pueblo que ha sufrido enormemente, pero que estaba consciente de sus grandes capacidades. Leyéndolos se percibe la tendencia genética a la filosofía, alimentada por la derrota. Los personajes a que dan vida estos autores son seres que se cuestionan todo el tiempo ante el absurdo de la existencia humana. 

Al redescubrir esos tesoros literarios, la Academia sueca se aprestó, sólo cuatro años más tarde, a otorgar el Premio Nobel de Literatura a un japonés, Kawataba Yasunari, autor de obras como País de nieve, Mil grullas o El maestro de Go, quien alguna vez escribió: Los cedros son tan erguidos, rectos y bellos. Querría que los corazones humanos crecieran de esa manera... 

Casi treinta años más tarde, el Nobel recayó de nuevo en las letras japonesas, esta vez en Kenzaburo Oé, otro autor profundo e inquietante, cuyo estilo revela una gran influencia de los existencialistas franceses. Sus títulos más importantes, como Una cuestión personal, Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura o El grito silencioso giran, en mayor o menor medida, en torno al tema de su hijo discapacitado. 

Hoy, una de las voces que nos habla de la cosmovisión del Japón contemporáneo es Hakuri Murakami, el autor de Tokio Blues y After Dark entre varias novelas. Se le considera, desde hace varios años, un fuerte candidato para el Nobel.

jueves, junio 09, 2022

EL CHOCOLATE

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Tome un poco de xocolatl, le tradujo Malitzin a su amo, Hernán Cortés, mientras una esclava alargaba al teúl el pocillo de oro lleno de la bebida espumante reservada para grandes ocasiones y exclusiva de los pipiltzin. El visitante habría querido esperar a que su anfitrión bebiera primero, precaución nada descabellada dadas sus intenciones de conquista, pero la intérprete le indicó que esa bebida era de y para dioses. Cortés, encantado con la confusión que lo convertía en Quetzalcóatl reencarnado y listo para recuperar su trono, dio un largo trago y, seguramente, estuvo de acuerdo en que se trataba de un sabor celestial.

Esa degustación, de tinte político, sin saberlo ninguno de los involucrados en tal escena, constituía el primer paso de una de las más grandes revoluciones gastronómicas del planeta: la difusión del chocolate hacia Europa donde se convertiría en lujosa delicadeza.

Hay que decir que los mexicas no eran los pioneros en el consumo de tal delicia. Las semillas que se utilizaban también como moneda en toda la zona de influencia del Imperio Azteca, se obtenían de la vaina del árbol llamado Theobroma, originario de las zonas selváticas del sureste. Eran, pues, un producto que llegaba al Altiplano gracias al comercio con los mayas.

En el cargamento de regalos que Cortés envío al emperador Carlos I (más conocido como Carlos V) para obtener su favor y contrarrestar las acusaciones en su contra deslumbrándolo con piezas de oro, plata y fina plumería, se contaban unos granos de cacao e, imaginamos, la receta para preparar la bebida de reyes y dioses.

El poderoso monarca, que solía recogerse en monasterios para concentrarse en asuntos de gobierno, envolviéndose en paz espiritual, dejó en manos de monjes la preparación de aquella pócima que, se suponía, daba lucidez y fortaleza, además de ser antídoto de casi cualquier veneno.

En las santas cocinas se comenzaron a hacer experimentos para dulcificar el sabor del chocolate. Le agregaron miel y probaron a perfumarlo con especias, sobre todo canela.

Con el tiempo, la corte española se aficionó al chocolate tanto como las cortes virreinales en sus colonias americanas. En Nueva España, el virrey, Marqués de Mancera, diseñó y mandó fabricar un plato donde la taza encajase perfectamente para evitar que él y sus cortesanos se mancharan la ropa. Ese nuevo utensilio se llamó “mancerina”, nombre que derivó en “Marcelina”.

Parece ser que a Francia, país que se convertiría en uno de los más grandes consumidores y transformadores del chocolate, llegó este producto gracias al regio matrimonio entre Ana de Austria (bisnieta de Carlos V) y Louis III. Allí obtuvo el distintivo de “bebida oficial de la corte” en 1615.

Los franceses llevaron el portento al resto de Europa. Y fue un suizo, Henri Nestlé, quien dos siglos más tarde consiguió mezclarlo con leche condensada azucarada, dando comienzo al famoso chocolate suizo.

Pero seguía consumiéndose el chocolate solamente en forma líquida hasta que, en 1879, otro suizo, Rodolphe Lindt, consiguió desarrollar la fórmula para que el chocolate pudiera morderse y ser, a la vez, crocante y cremoso. Gracias a él las barras de chocolate salvaron de la inanición y la hipotermia a muchos soldados durante la Segunda Guerra Mundial, décadas más tarde. Y gracias a esta increíble cadena de acontecimientos, que se antoja una aventura novelesca, el mundo entero puede hoy disfrutar del chocolate en un sinnúmero de deliciosas presentaciones.

viernes, junio 03, 2022

FRANCISCO COLOANE

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

En la literatura, como en toda expresión artística, el medio ambiente en que se desarrolla un creador determina en gran parte el tono y temas de su obra. Las letras chilenas no son excepción a esta regla. El clima frío, el viento silbante, la amenaza continua de la naturaleza y su innegable hermosura, son influencias definitivas en la poesía y en la prosa de esa tierra llamada el fin del mundo.

Son muchos los autores chilenos que han trascendido los imponentes Andes. Nombres familiares para todos, como los galardonados con el Nobel: Pablo Neruda (de quien hablábamos la semana pasada) y Gabriela Mistral, o la millonaria best seller Isabel Allende, pero también son cuantiosos –y de semejante excelencia— otros que, quizá, no nos resulten tan identificables.

Uno de mis autores favoritos entre los sureños es Francisco Coloane, nacido en un palafito de Quemchi, en la provincia de Chiloé. Su madre era campesina y su padre, ballenero. Antes de dedicarse por completo a la literatura, Francisco tuvo los empleos más diversos, comenzando por ser pastor de ovejas en las estepas de la Patagonia. En sus letras se plasman con una belleza conmovedora esos campos de pastoreo, el mar embravecido, el viento y la vida aventurada y constantemente amenazada de los habitantes del extremo sur.

En el libro “Los pasos del hombre”, Coloane describe así su terruño:

La vida de esta región está regulada por el flujo y reflujo oceánico que viene desde los cuernos de la luna y de los que habrá más allá de los astros, y por las lluvias esparcidas con toda la rosa de los vientos. Llueve allá de mil formas, con cerrazones bramando huracanadas, copiosos llantos celestiales que traspasan el corazón de los vivos en comunicación con sus muertos, que reposan bajo los cementerios de conchales. A veces lágrimas de animales del agua, mitológicos unos, reales otros, brotan como chisguetazos violentos desde las soterradas holoturias hasta los puños tempestuosos bajando del cielo. <<El Diablo está peleando con su mujer>>, se oye decir en los rústicos fogones campesinos. <<Están meando el cielo y la tierra>>, replica el último viejo que se ha salvado del último naufragio. Los altos alerces conservan en su savia el ir y venir de tres mil años de llanto. El mañío acústico les repite en sus tinglados y los muermos floridos, en la suprema inteligencia de la miel de abejas.

A veces por cuarenta noches y cuarenta días arrecian los diluvios. No se sabe quién llora más ni quién llora menos. Se realiza la unidad de las cosas del cielo y de la tierra, y de los peces, pájaros, bestias del agua, en el barro los cuchivilus, los traucos en la floresta, los camahuetos en los barrancos, las viudas volanderas, los millalobos, hombres, brujos, demonios de muchas orejas y colas. Así nacimos los chilotes y así morimos, encerrados en nuestra escafandra cósmica, regulada por las luces y las sombras de los cielos a los abismos. Un mal día o una aciaga noche entran por las bocanas del océano las grandes olas de un maremoto y nos descuajan con escafandra y todo, dejándonos como un astronauta sobre el ramaje de un coigüe.


Soñar...

Mi mayor placer es soñar. Soñar dormida y más, despierta. Dejar volar la imaginación y tratar de convertir esos sueños en palabras.

EL NIÑO BENITO JUÁREZ

--> DE LIBROS Y OTROS PLACERES Un personaje que no debemos olvidar, por su importantísimo legado a la formación de este país, es...