Mis novelas

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martes, agosto 31, 2021

LITERATURA RUSA

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES


Así como la mayor dulzura y cantidad de jugo de una naranja dependerá en gran parte del clima y las características del suelo en que esté sembrado el árbol del que nace, los frutos surgidos de la creatividad humana tienen, sin duda, el sello del lugar en que sus autores nacen y se desarrollan.

Quiero referirme hoy a este fenómeno en el caso de la novela rusa, un universo literario tan extenso y poblado como el enorme territorio que fue antaño el Imperio de los zares, más tarde la confederación conocida como URSS y hoy, el país nada pequeño que es Rusia al que, en aras de agrupar la producción artística, sumaríamos algunos de sus vecinos, antaño repúblicas confederadas.

Leer a las grandes plumas de la tradición rusa, desde Pushkin y Chejov hasta Solzhenitsyn, deteniéndose por fuerza en los grandes realistas: Gorki, Gógol, Tostoi, Dosteyevski, Turgueniev y en simbolistas como Pasternak, es, para un escritor, acercarse a algunos de los mejores maestros en la construcción psicológica de personajes, en el dominio de lenguajes narrativos que envuelven al lector con su música y su fuerza, como si se sumergiera y nadase en mar abierto.

Esa lectura constituye la experiencia vital de adentrarse a la cultura eslava, a un mundo lejano, donde sobrevivir cada invierno helado ha sido un reto permanente. El carácter eslavo se esculpe a fuerza de cincel sobre hielo y se prepara para veranos cortos pero agobiantes. Los embates de la naturaleza, la escasez de alimentos, se suman a las dificultades sociales y políticas por las que ha transcurrido la historia de aquellos países. Como describió Víctor Hugo al hablar de la retirada del ejército napoleónico: “A una llanura blanca le sucede otra llanura blanca”, así son grandes extensiones de territorio. Leemos en La hija del capitán, de Pushkin y en Doctor Zhivago de Pasternak, el valor de un buen abrigo, de unas papas debidamente conservadas para comer en invierno el de un atado de leña seca para avivar el fuego y no morir congelados. En las obras de Solzhenitsyn, el rigor de los campos de trabajo de las islas siberianas. Pero también nos sorprende el calor sofocante del verano y lo insalubre de dicha estación en San Petesburgo, como lo perciben los personajes de Dostoyevski.

Y a esos extremos se suma la permanente zozobra: ¿son los hunos y mongoles, las tropas de Napoleón, los alemanes de Bismark o los nazis de Hitler los que amenazan esas tierras? ¿Los bolcheviques, los blancos o los rojos? La paz ha sido un estado tan esporádico en aquellos países como los días templados de la ansiada primavera.

No es gratuita, pues, la profunda sensibilidad de esos pueblos en donde los artistas alcanzan niveles de excelencia casi perfecta. Músicos como Tchaikovsky o Korsakov, bailarines como Ana Pavlova, Nureyev o Baryshnikov además de los escritores que menciono, son la prueba de esa sensibilidad y talento.

No dejen pasar más tiempo, amigos, acérquense a las grandes obras de la literatura, la música, el arte de los rusos.

martes, agosto 24, 2021

LOS RETOS HISTÓRICOS DE LAS MUJERES

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Nuestro país no ha sido pionero en cuestión de reconocimiento de los derechos de las mujeres, ni en el campo de las leyes ni en el de las prácticas sociales. Recorrer el camino de la historia es, en ese sentido, un recorrido por la injusticia y, por ende, una historia de retos permanentes para quienes han luchado por revertir esa tendencia.  Aquéllas reconocidas por la historia como heroínas de la Patria, han vencido los obstáculos que, para la mayoría, impedían el desarrollo.

Por las noticias que tenemos de tiempos anteriores a la Conquista, podría pensarse que las mujeres indígenas vivían, quizás, en mejor situación: la cosmovisión que partía del indispensable principio dual aun para las deidades, permitía que, si bien las funciones se dividían de acuerdo a los géneros, no se viera al femenino como inferior, sino como un complemento igual e indispensable para la vida.

Parece pues, la discriminación de la mujer nos llega de allende el Océano, con la cultura occidental de raíz judeo-cristiana, patriarcal y machista. Los soldados españoles se encargaron de hacer de las mujeres de los vencidos objetos usados para saciar sus apetitos carnales y para ser atendidos en sus necesidades de alimentación y limpieza.

De aquel periodo oscuro para el género femenino, rescatamos a unas cuantas mujeres, que pueden contarse con los dedos de una sola mano: la astuta Malitzin, lengua de Cortés, quien consiguió hacer notar sus capacidades, pero nunca pudo –ni siquiera intentó— dejar de ser la esclava que el Capitán usó en cuerpo y espíritu para sus fines.  Un siglo más tarde, la historia de Sor Juana Inés de la Cruz hace patente la situación de la mujer por entonces: a pesar de su insaciable deseo de saber, no le era posible acudir a la Universidad. Por no poseer dote (es decir, por no ser económicamente atractiva), no se le arregló un matrimonio conveniente. Encontró, como único refugio para su desarrollo intelectual un convento y, aún allí y a pesar de su renombre que alcanzaba las altas esferas del poder, fue sometida por la jerarquía católica, en manos, claro (y todavía en este siglo XXI), sólo de varones.

Hacia principios del siglo XIX, cuando la Colonia se acercaba a su fin, la llegada de las ideas de la Ilustración francesa iluminó también la esperanza de algunas mujeres, aquéllas con suficientes recursos y facilidades para acceder a ellas: algunas criollas vanguardistas. Entre ellas, dos heroínas de nuestra Independencia: Josefa Ortiz de Domínguez y Leona Vicario. ¿Qué trabas vencieron estas mujeres valientes? En primer lugar, a la más grande enemiga del desarrollo del ser humano: la ignorancia. Tanto Josefa como Leona tuvieron la enorme ventaja de acercarse a los libros, llenarse de lecturas importantes que, además podían comentar con sus respectivos esposos: el Corregidor Miguel Domínguez y el jurisconsulto Andrés Quintana Roo, en el caso de Leona. Ambas acudieron a grupos de intelectuales que se reunían para encontrar la forma de llevar estas ideas ilustradas a la acción social y política. Desde luego, no consiguieron esas activistas políticas, madres de la Independencia de nuestro país, ni atisbar siquiera el día en que sus derechos en esa esfera fueran reconocidos por la ley.

Para dedicarse a tales cuestiones, estas mujeres, madres de familia, contaban con una posición que les permitía estar apoyadas por servicio doméstico, es decir, no debían atender personalmente a sus hijos. Pero no gozaban de esos privilegios todas sus contemporáneas. La mayoría era analfabeta y pocos maridos tomaban en cuenta la opinión de sus mujeres o les permitían externarla delante de extraños. Además, el grueso de la población femenina trabajaba arduamente en el hogar, atendiendo docenas de criaturas y soportando embarazos y partos con pésima atención médica. Muchas morían en esos trances.

La ignorancia, la insalubridad y el acatamiento absoluto de la autoridad masculina (muchas veces subrayado con violencia física y/o psicológica), era el común denominador de las mujeres novohispanas y lo siguió siendo durante el México independiente del siglo XIX.

El gobierno porfirista se ocupó en fundar escuelas para las mujeres: hubo en todo el país, como aquí en el Estado de México, normales para señoritas y escuelas de enfermería. Llegaron a nuestro país, a invitación de la esposa del presidente, órdenes de educadoras francesas, católicas, que fundaron escuelas como el Sagrado Corazón y el Colegio Francés. Por primera vez se permitió a una mujer: Matilde Montoya, cursar la carrera de Medicina en la Universidad y surgieron algunos talentos como la poeta Laura Méndez, Rosa del Valle o la música Guadalupe Olmedo.

Sin embargo, la idea arraigadísima de que el único lugar adecuado y “decente” para las mujeres era el hogar, seguía prevaleciendo aun entre los intelectuales. Además, dada la estructura piramidal de la sociedad de ese tiempo, las mujeres que se encontraban en la base del triángulo, las que habitaban las casuchas de los peones de las haciendas y, a veces, trabajaban en la “casa grande” de las mismas, o las mujeres de los trabajadores de las minas, los ferrocarriles o las fábricas, padecían las peores condiciones de vida: pobreza extrema, insalubridad, ignorancia absoluta, violencia intrafamiliar e, incluso, por parte de los patrones que se sentían con derecho a abusar de cualquiera que viviera dentro de los límites de su territorio. En las haciendas se daban prácticas tan arcaicas como el “derecho de pernada”, donde el patrón tenía prioridad para desvirgar a la recién casada antes que el propio novio.

Al surgir el movimiento revolucionario, muchas mujeres siguieron a sus hombres en “la bola”. No podían quedarse esperando en las casuchas de las haciendas, expuestas al hambre y a la venganza del patrón. Así pues, nace la mítica figura de las soldaderas, “las adelitas”, mujeres que temían más a la soledad que a las balas.

También entre la elite social y cultural hicieron aparición las mujeres contestatarias: Antonieta Rivas Mercado, Nahui Ollín, Pita Amor o Frida Kahlo, por nombrar algunas de las más representativas, estaban en el escaparate mostrando al mundo que no había campo ajeno a la capacidad femenina.

Pero eran la minoría. El machismo, matizado, un poco debilitado, pero todavía vivo, siguió reinando en el México post revolucionario. La desigualdad de hecho, en todos los campos, era una realidad innegable. Los obstáculos legales a la participación del género en política se erguían como una muralla infranqueable. Fue hasta mucho después, en 1953, cuando se reconoció el derecho de voto a las mujeres. 

Si embargo… ¿qué decir de este tiempo, pleno siglo XXI, en que los feminicidios ocupan uno de los primeros lugares en la lista de lo peor de nuestra sociedad?

miércoles, agosto 18, 2021

CLARICE LISPECTOR

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Hasta hace unos años, pocos lectores fuera de Brasil habían oído siquiera el nombre de una de las más grandes autoras latinoamericanas: Clarice Lispector.

Esta escritora, nacida en Ucrania en 1920, al seno de una familia judía practicante, se crio en Brasil y utilizó siempre la lengua portuguesa en su obra.

Su estilo, ajeno por completo al realismo mágico de los autores del boom latinoamericano, ha hecho que se le compare con James Joyce, con Virginia Woolf o con William Faulkner, a pesar de que alguna vez confesó no haber leído a Joyce, si bien comparte con esos autores rasgos y obsesiones.

Mi querido maestro Miguel Cossío Woodward, ferviente admirador confeso de Clarice, expresa en su prólogo a Cuentos reunidos de esta autora: Su literatura es antesala y motivo del encuentro consigo misma y con la alteridad; es imagen y posibilidad de diálogo con el enigma recóndito del otro, extraño e inaccesible y, quizás, con el misterio sin nombre que se ignora e intuye. En todo cuanto escribió está la misma angustia existencial, similar búsqueda de la identidad femenina y, más adentro, de su condición plena de ser humano. […] Sus novelas se detienen en la visión sorprendida de un momento o una situación aparentemente sencilla y donde, sin embargo, se desencadenan en tropel las voces de una fuga infinita. […] Leer a Clarice es, por lo tanto, encontrarse con ella. Desnudar su palabra, compartir una sensualidad casi física, entrar en el cuerpo de una obra que vibra y chispea, algo así como hacer el amor, que es deseo, sexo y deceso.

En su temprano lecho de muerte, en 1977, esta autora atormentada escribió: “Muero y renazco. Incluso yo ya morí la muerte de otros. Pero ahora muero de embriaguez de vida […] Mi futuro es la noche oscura”.

Esa idea de nacimiento en las tinieblas, la había desarrollado magistralmente en su novela La manzana en la oscuridad, de la que comparto una probada:

Pero ésa era una noche de muchas lecciones. Es necesario tener paciencia, a veces una noche es larga.

Es que en las tinieblas los pájaros habían sentido la acidez del alba y, mucho antes de que ésta rayase para las personas, ellos la respiraban y empezaban a despertar. Había un pájaro, especialmente, que poco faltó para que volviera loco a Martim. Era uno que llamaba a su compañera en la oscuridad; con paciencia y con calma, llamaba, llamaba. Hasta que la cosa fue creciendo hasta el punto de que Martim dio un salto y abrió la ventana de golpe. En la ventana abierta fue recibido por el silencio súbito del pájaro. Más con la nariz que con los ojos, el hombre comprendió que la oscuridad no era estable y que el pájaro ya estaba viviendo una madrugada que para él, Martim, aún era el futuro. Esto vagamente le pareció un poco simbólico y satisfactorio. Volvió y se acostó otra vez. Y otra vez el pajarito paciente volvió a empezar. El tranquilo canto del llamado llevó al hombre a un paroxismo: se tapó los oídos.

Pero al taparse los oídos, no oía al pajarito.

Sólo entonces comprendió que en realidad ansiaba oírlo. Parece que muchas veces se ama tanto una cosa que, por decirlo así, se intenta negarla, y otras veces es el rostro amado el que más nos apena. Y Martim, que tanto buscaba explicaciones para su crimen, pensó entonces si no habría huido del mundo por un amor que él no había podido tolerar.

miércoles, agosto 11, 2021

JOSÉ LÓPEZ PORTILLO Y ROJAS

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Un personaje al que la historia no ha dado el lugar que debiera corresponderle, es José López Portillo y Rojas, abuelo del homónimo ex presidente de la República.

Afirmo que debiéramos reconocerlo no por ser hijo de gobernador o abuelo de presidente, ni por haber sido, él mismo, gobernador de Jalisco, Senador de la República, detractor del partido científico y del porfiriato, principal promotor del partido reyista o secretario de Relaciones Exteriores, que no son en sí pocos méritos, sino fundamentalmente por sus letras.

Como apunta Ramiro Villaseñor en el prólogo a la novela “Fuertes y débiles”, publicada por Editorial Porrúa, respecto a la trayectoria literaria de José López Portillo y Rojas, desde los 12 años despiertan en él sus aficiones literarias, editando el periódico estudiantil 'La Exhalación', en que publica sus primeros ensayos. A los 14 años escribe una novela de caballerías llamada 'Rolando mano de acero' que desgraciadamente se perdió cuando fue cateada su casa, junto con su archivo personal.

Al terminar sus estudios de jurisprudencia en 1871, escribe su novela corta 'El primer amor' que se desarrolla en la casa que sus padres tenían en San Pedro Tlaquepaque, y que nos proporciona material autobiográfico. Al poco tiempo emprende un viaje a Europa; salió de Guadalajara en 1872, hacia los Estados Unidos, donde observó los progresos materiales de ese país. De ahí pasó a Irlanda, Escocia e Inglaterra; de esa época daten las observaciones que le dieron material necesario para su libro 'Enrique VIII'.

Tres años permaneció en varios países europeos; próximo a regresar a su patria, sintió deseos de conocer Egipto y visitar en Palestina el Santo Sepulcro, el cual describe minuciosamente en su libro 'Impresiones de Viaje'. En Egipto sube la Pirámide y tuvo el orgullo de ser el primer mexicano que cruzó el canal de Suez. A su regreso al país, sólo tiene 20 años, publica el libro con observaciones muy atinadas. Se establece de nuevo en Guadalajara, como abogado litigante; al mismo tiempo se dedica a la enseñanza en la Facultad de Jurisprudencia, en la cátedra de Derecho.

Era común en los habitantes de Guadalajara el recorrer pueblos y haciendas; uno de esos recorridos el inspiró para escribir su novela 'La Parcela' y otras más. En 1875 se dedica a la política y sale electo diputado al Congreso de la Unión, cargo que cumplió hasta 1877.

En 1886 funda 'La República Literaria que se publica durante 4 años con toda regularidad. Trabaja tenazmente en la revista, escribiendo artículos de crítica literaria, novelas, cuentos y críticas de arte, en los que usa los seudónimos de Farfalla y Yussuf-Ben-Issa; aparte de sus trabajos originales traduce a escritores franceses, ingleses y alemanes, y recibe colaboraciones de escritores españoles.

En 1892 recoge todos sus poemas en un librito titulado 'Armonías Fugitivas', pero sus afanes literarios no están reñidos con sus afanes políticos y, en ese mismo año, vuelve a ser diputado, pero esta vez por el Estado de Nuevo León, gracias a su amistad con Bernardo Reyes.

En ese tiempo conoce a José Othón.

Por su activismo a favor de Reyes cae en desgracia ante los ojos del Dictador y va a prisión durante algunos meses.

Después de la Revolución, ya pacificado relativamente el país, se dedicó a la enseñanza, y fue nombrado presidente de la Academia de la Lengua, puesto que ocupó hasta su muerte, en 1923. Antes de morir había escrito sus novelas 'Fuertes y Débiles', 'Rosario la de Acuña' y el libro 'Elevación y Caída de Porfirio Díaz'. Esta es una de las biografías del General Díaz llevada con mayor imparcialidad, con juicios certeros alejados de toda subjetividad o pasión política, a pesar de la incomprensión que sufrió de parte de don Porfirio.
Don José López-Portillo y Rojas fue un fecundo escritor y uno de los máximos exponentes del romanticismo en México. En sus novelas denuncia las terribles injusticias sociales que se cometían durante el porfiriato; se ha llegado a decir que su lectura fue una de las causas de la Revolución Mexicana.

martes, agosto 03, 2021

EL ESPÍRITU DE ISIDRO FABELA

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Tengo la convicción de que los lugares poseen, de alguna manera, algo parecido al alma. Como las personas, transmiten sensaciones y provocan sentimientos. Quizás se deba a cuestiones físicas como sus dimensiones, coordenadas, altitud, temperatura o el índice de humedad o tal vez –y me inclino más por esta explicación— a  los seres que han pasado por estos sitios y, especialmente, a aquellos que los han habitado.

Acudo cada mes a la casa que fuera de don Isidro Fabela, conocida como Casa del Risco, allá en el bello barrio de San Ángel en la Ciudad de México, para impartir talleres literarios. Una casa donde se respira el amor al arte y al saber que su dueño profesó durante su vida. Guiado por los principios liberales y humanistas que compartió, durante su juventud, con sus compañeros del Ateneo de la Juventud, don Isidro no se dedicó a acumular riquezas materiales, excepto por sus dos pasiones: los libros y las pinturas. Reunió así una cuantiosa y selecta biblioteca y una pinacoteca exquisita, que, junto con la Casa del Risco donde se albergan, donó a la nación mexicana a través de un fideicomiso. Quería que muchos mexicanos disfrutaran, como él lo hizo, de estos manjares del conocimiento y el arte.

Pero eran mucho más ambiciosos los ideales que guiaban el pensamiento y la acción de Isidro Fabela. Él pensaba que América Latina debía unirse en un haz compacto al que llamaba Confederación Hispanoamericana, para hacer frente al imperialismo, expansionismo e intervencionismo de las naciones poderosas, específicamente de los Estados Unidos, quienes, guiados por la engañosa doctrina Monroe, se apoderaban día a día de todo el continente, ya fuese en forma política o económica.

Siendo Secretario de Relaciones Exteriores, durante el gobierno de Venustiano Carranza, redactó, en términos de Doctrina (para con ello responder a la Monroe), el principio que regiría, por más de medio siglo, la política exterior de nuestro país. Lo llamó Doctrina Carranza, y a  la letra reza: “Todos los Estados son iguales ante el Derecho, ningún país tiene derecho a intervenir en los asuntos internos o externos de otros; nacionales o extranjeros deben ser iguales ante la soberanía del Estado en que se encuentren; la diplomacia debe velar por los intereses generales de la civilización pero no debe servir para la protección de intereses particulares”.

Además de ocuparse de la cartera de Relaciones Exteriores durante más de un gobierno, Isidro Fabela fue un gobernador ejemplar de nuestro Estado. Su gobierno tuvo especial énfasis en cuestiones educativas y culturales, consciente, como buen intelectual, humanista y conocedor de sociedades más avanzadas, que sólo a través del conocimiento se accede al progreso, a la democracia y a la libertad del ser humano.

Vale la pena recordar las bellísimas palabras (que no eran palabras huecas) pronunciadas durante su discurso de despedida a sus colaboradores en el gobierno estatal, en 1945:

“Cuando fui atacado dura e impíamente –y lo fui muchas veces— jamás pensé en corresponder la injuria con la injuria, a la violencia con la violencia, porque así hubiera encadenado uno con otro los actos violentos, violando la Ley y manchándome de sangre las manos; y no, eso no podía hacerlo, pues como dije en Atlacomulco, yo salgo de aquí, amigos míos, sin una gota de sangre en mis manos y sin un peso mal habido en mis bolsillos.

¿Cómo no había yo de proceder así con limpia conducta y con fe ciega en mí mismo si había recibido las enseñanzas de Madero para amar la libertad? ¿Y cómo no había yo de proceder así si mi mejor maestro en la vida pública, me enseñó a amar a la patria  a su manera y su manera de amar a la patria era excelsa?”

Dicen que cuando Adolfo López Mateos  depositó su voto en las elecciones presidenciales de 1958, lo hizo en una papeleta que decía: “Mi voto es por el mexicano que debería ser Presidente de la República: Isidro Fabela”. ¡Qué razón tenía este ex presidente! Si pudiésemos tener, hoy mismo, un gobernante con altos ideales, firme a sus principios, honesto, pacifista y consciente del problema educativo, tanto a nivel estatal como nacional, qué bellamente podríamos escribir la historia… haríamos de todo el territorio gobernado un espacio tan mágico como la Casa del Risco.

Soñar...

Mi mayor placer es soñar. Soñar dormida y más, despierta. Dejar volar la imaginación y tratar de convertir esos sueños en palabras.

EL NIÑO BENITO JUÁREZ

--> DE LIBROS Y OTROS PLACERES Un personaje que no debemos olvidar, por su importantísimo legado a la formación de este país, es...