Mis novelas

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martes, septiembre 28, 2021

LA HIJA DE TLACAELEL

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Hay, en la historia de los antiguos mexicanos, un personaje fundamental, todavía poco estudiado.  Se trata de Tlacaelel, el cihuacóatl o consejero principal de Moctezuma I y de sus sucesores Axayácatl y Tizoc, a cuyo genio político y militar se debió la tremenda expansión del imperio mexica. 

Lo primero que aconsejó al tlatoani Izcóatl fue no ceder ante la intimidación de los tecpanecas y luchar por la supremacía mexica, aliándose con los otros enemigos de su enemigo principal.  Se formó así la Triple Alianza, entre Tenochtitlan, Texcoco y Tacuba, dirigida por Itzcoatl, el propio Tlacaélel y su hermano Motecuhzoma Xocoyotzin, además del príncipe Nezahualcoyotl de Texcoco.  Fuerza conjunta que iba a infligir grandes derrotas a los tecpanecas, hasta la caída de Azcapotzalco en 1428.

Después de esta victoria, Tlacaélel recibió el título de Cihuacoatl, consejero supremo del rey, y se aplicó una reforma completa de la sociedad. Con él nació la visión mística guerrera del pueblo mexica que se consideró la nación elegida del sol.  Del éxito de esta estrategia adquirió, tal vez, el nombre de Tlacaélel, que literalmente significa “entrañas de macho”.

Como guerrero, Tlacaélel planeó campañas militares encaminadas a conquistar a los pueblos del Anáhuac, ensanchando los dominios mexicas de mar a mar, y también por el norte y el sur.  Como ideólogo, explica Miguel León Portilla, el historiador que prácticamente descubrió a esta importante figura histórica, “hizo posible la formación de una nueva imagen del ser de los mexicas, tanto en su conciencia histórica como en su concepción religiosa. Para ello, de común acuerdo con el tlahtoani Itzcóatl, dispuso se quemaran los códices o libros de anales, en los que el pueblo mexica aparecía débil y pobre, y se reescribiera su historia a la luz de la grandeza que estaba alcanzando. Se dice además en las antiguas crónicas, que Tlacaélel se afanó por enaltecer la persona del dios Huitzilopochtli, hasta hacer de él la deidad suprema de los mexicas. Por consejo de él, Motecuhzoma Ilhuicamina reedificó y amplió el Templo Mayor de Tenochtitlan”.

El tiempo de Tlacaélel, que coincide con el famoso rey poeta de Texcoco, Nezahualcóyotl, es un campo de estudio que invita a los investigadores a descifrar momentos claves de nuestro pasado.

Y ha invitado también a algunos novelistas, como Antonio Velasco Piña, con su obra: Tlacaélel, el azteca entre los aztecas y, entre los autores cercanos, a María Eugenia Leefmans, quien se acercó a este tiempo a través de un personaje femenino: Macuilxóchitl, hija de Tlacaélel, quizá la única mujer del mundo indígena de que tenemos noticia gracias a su quehacer poético. Fascinada por ese mundo del calmecac y los tlacuilos, Leefmans recrea la historia de una mujer inteligente, sensible y enamorada de Nezahualcóyotl, el rey poeta, a quien reverencia como un semidiós.  

La novela de María Eugenia Leefmans, titulada La noche en el maizal y publicada, en su primera edición, por el Instituto Mexiquense de Cultura, transcurre en ese Cemanáhuac de los tiempos gloriosos, cuando en Texcoco se reunían los más grandes artistas, los poseedores de la tinta roja y negra, con la cual plasmaban en códices la historia y el sentir de su tiempo.

Es evidente la meticulosa investigación que la autora llevó a cabo.  Gracias a ella y a su propia inspiración poética, consigue una atmósfera atractiva y creíble que nos traslada al mundo de nuestros antepasados.  De una manera cotidiana e íntima, María Eugenia Leefmans nos hace convivir con la hija del gran cihuacóatl, una mujer inteligente, que debido al poder de su padre tiene acceso a una educación intelectualmente superior al común de las mujeres de su cultura. Sin embargo, no consigue realizar sus aspiraciones románticas.

En suma, les recomiendo leer La noche en el maizal; es una novela interesante, que nos da una dulce probada de un mundo atrayente y poco conocido por nosotros, los herederos de esa riquísima cultura.

martes, septiembre 21, 2021

EL IMPRESCINDIBLE COLÓN

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Hoy cedo a la tentación de opinar sobre una polémica que está en boga: el asunto del cambio de estatuas en Paseo de la Reforma. Algo aparentemente trivial, pero que implica reflexiones de gran transcendencia: ¿qué significa la mexicanidad? ¿Somos indígenas, españoles, mestizos? La mezcla de sangres y culturas (a las que podemos agregar algunas más que sólo esas dos) es nuestra verdadera esencia… ya es hora de asumirlo. Tenemos algo de indígenas y algo de conquistadores y, también, otros genes e influencias culturales.

Eso en cuanto a nuestra raza muy mestiza y nuestra cultura multi enriquecida. Pero hablemos de monumentos.

Las ciudades van adquiriendo personalidad propia a través de los tiempos, personalidad de la que forman parte su trazo urbano, las construcciones y los monumentos icónicos. Si bien las ciudades evolucionan, se transforman, hay elementos que se hacen imprescindibles en ellas. ¿Podría estar París sin la Torre Eiffel? ¿Londres sin su Big Ben? ¿Guadalajara sin la Minerva?

Cuando damos señas y direcciones utilizamos muchas veces estos monumentos como referencia. Por ejemplo, mi tatarabuela vivía en una casa en Paseo de la Reforma justo frente a la estatua de Colón, y cuando daba señas de su domicilio decía: allí en Colón.

He visto imágenes de la cabeza de Tlalli que desean poner en esa glorieta. La verdad, me parece muy hermosa, una bella reinterpretación de las cabezas olmecas; pero hay tantos sitios en donde puede estar, que no veo por qué mutilar al Paseo de la Reforma de su hermosa estatua del  expedicionario genovés, hombre valeroso que nunca levantó un arma contra nuestros ancestros, y que lleva ahí desde 1877.

Como una muestra de cuán familiar resultaba a la población capitalina la efigie del navegante, comparto estos versos de mi abuelo, firmados bajo el seudónimo Sánchez Filmador; son un fragmento de su columna que aparecía semanalmente en el diario Novedades. Estos se publicaron allá por los años 40.

CANTO A COLÓN:

¡Ay Colón! ¡Ay Colón!

A veces yo me quedo consternado

al ver en el estado

en que se encuentra toda esta región

hermosa, aunque insalubre,

que descubriste un día 12 de octubre

cuando ¡felices tiempos! no existían

autos ni mordelones

ni tenían que subirse en los camiones,

ni ¡dichosos! tenían

que atravesar esquinas hechos bolas,

ni se les reventaban los oídos

oyendo cláxons, radios y radiolas,

ni a mariachis vestidos

de charros de opereta

con águilas de seda en la chaqueta.

¡Ay Colón ¡ay Colón!

Y para esto emprendiste esa ocasión

un viaje de dos meses nueve días

sin saber lo que hacías…

martes, septiembre 14, 2021

LOS TAMALES

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¡Qué sabroso! En este mes patrio los antojitos hacen honor a su nombre: pensamos en fiestas patrias y, de inmediato en platillos típicos; entre ellos, en uno de los manjares tradicionales de nuestra gastronomía autóctona: los tamales. Ese maravilloso invento de nuestros lejanos antepasados, que ellos llamaban tamalli, consiste en una ración de masa de maíz mezclada con manteca, bien batida y rellena con algún guisado, generalmente de carne o pollo en mole o en salsa, quizás las rajas de chile poblano, o cualquier otra delicia que la creatividad de quien cocina, discurra en el momento. Luego, bien envueltos en hojas de maíz, a veces de plátano, se cuecen al vapor y así, calientitos, se pueden comer solos, acompañados con frijoles o con salsa, crema, queso y algún guisado, al estilo Michoacán.  ¿O qué tal una torta de tamal verde, la famosa “guajolota”, acompañada de atole, antes de llegar al trabajo?

Hay evidencias arqueológicas de este alimento en varias culturas de Mesoamérica y Sudamérica, pero en ningún lugar del continente hay tanta variedad de tamales como en México.

De acuerdo con Fray Bernardino de Sahagún, los tamalli estaban relacionados con algunas fiestas religiosas. Uno de los rituales más significativos para los aztecas era la fiesta del Atamalcualiztli (tamales de agua). En esta festividad, que duraba siete días, se realizaba una especie de ayuno, en donde únicamente se comían tamales simples de masa, cocinados al vapor, sin chile ni sal u otras especies o aderezos. Dicha celebración se realizaba cada ocho años, por considerarse ésta la vida ritual del maíz, durante la cual había sido desollado con sal y cal, trabajado y aderezado con chile. Durante el ritual se libraba al maíz, al menos por esos días, de tal tortura.

También en la festividad de Izcalli, al final del año, las mujeres distribuían tamales a sus vecinos y familiares desde el amanecer. En esta misma festividad se realizaba el ritual del huauhquiltamalli, donde se preparaban tamales especiales de amaranto llamados huauhquiltamalli o chalchiuhtamalli. Algunos de estos tamales se ofrecían al dios del fuego y a los difuntos, y otros se consumían muy calientes, junto con caldo de camarones o acociles. Los jóvenes ofrecían al dios del fuego animales que ellos mismos cazaban, y los sacerdotes les entregaban a cambio tamales calientes cocidos, simbólicamente transformados por el fuego.

Se consideraba a los tamales como el equivalente simbólico a la carne humana, y la olla donde se preparaban (comitl), simbolizaba el vientre materno. También se usaban los tamales en los rituales de matrimonio, en donde después del amarrado de túnicas, la futura suegra le daba a la novia cuatro bocados de tamal, y luego la novia le daba de comer a su novio. Después del nacimiento de un niño, se hacían ofrendas de este alimento.

Además, los tamales secados al sol eran parte de los alimentos suministrados a los guerreros en campaña contra otros reinos o ciudades.

Aquí en el Valle de Toluca, la costumbre de comer tamales durante todo el año está bien arraigada. Hay gran variedad de ellos y muchos lugares en donde se expenden tales delicias.

miércoles, septiembre 08, 2021

LA EDUCACIÓN EN MÉXICO

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El caos en que la pandemia sumió al sistema educativo podría servirnos para reflexionar, para hacer mejoras de fondo en esa actividad fundamental para el desarrollo de las nuevas generaciones y, por ende, para un mejor futuro de la sociedad.

Se dice que hay dos cosas que no se pueden ocultar: el amor y el dinero. Y es bien cierto, aunque varios de los afortunados traten de esconder estos dones, quizás por ser el dinero mal habido o el amor en cuestión, de los que llaman prohibidos.

No es aventurado inferir el postulado opuesto: tampoco se puede ocultar cuando uno y otro escasean o, de plano, brillan por su ausencia.  Es decir, se nota cuando hay miserias y cuando hay desamor. Y, justamente, a la educación le han hecho mucha falta, desde hace décadas, esos dos elementos: amor y dinero, recursos y espíritu… es bien notorio.

Del dinero hay poco qué decir. Es de una lógica aplastante pensar que si se destina un mayor porcentaje de fondos a este rubro, habrá más y mejores escuelas, más maestros y mejor pagados, recursos para darles capacitación continua, mejores sistemas de supervisión. Becas para alumnos sobresalientes. En efecto, si las fuentes de financiamiento no fuesen limitadas, administrar sería una actividad siempre gozosa. Pero hay muchas necesidades, todos lo sabemos, y hay que quitar de un lado para llevar a otro. Qué tal, se me ocurre, bajar el gasto de publicidad del gobierno, las “autoporras”, y dedicarlo a la educación. Seguramente se estaría sembrando en vez de tirar.

Pero voy a hablar de mi tema favorito: el amor. En la educación falta mucho amor, y sin él, aunque se tuvieran todos los recursos financieros en la mano, ocurre, como dice San Pablo en su bella carta a los corintios, “si me falta el amor, no soy más que bronce que resuena y campana que toca”.

Tal carencia de espíritu, de poner el alma en tan importante asunto, se nota en programas educativos acartonados, muchos de ellos arrastrados de un ayer muy lejano y, otros, más inspirados por cuestiones políticas que por verdaderos deseos de enseñanza. 

Hay que ver a esos héroes de la historia que no consiguen salir de la estampita, que no pueden ser vistos como seres humanos, menos volverse entrañables para los estudiantes. Y qué me dicen de las lecturas que resultan vacuna infalible contra la literatura, o de esos poemas empalagosos declamados al estilo del siglo XVIII… Purgas antipedagógicas que alejan a los niños y jóvenes del amor a los libros, al saber, a sus raíces. Los convierten en tierra fértil para los valores aculturizantes: los hacen futuros desdeñadores de lo nuestro para irse de bruces tras la cultura de la televisión y el consumismo. Nuevos integrantes del ejército de analfabetas funcionales. Quizás, si no desertan antes, se unirán a los grupos de manifestantes, porque no consiguieron aprobar el examen de admisión a los planteles de educación superior… y puedo seguir por este camino del pesimismo, pero no quiero sonar patética.

Vuelvo al deseo de que en la educación se note el amor a los educandos y a lo nuestro, amén de a los valores esenciales: la Verdad, la Belleza y el Bien.  ¿Cómo? Primero, en los programas: deben contemplar, además de las ciencias, encaminadas a la verdad universal, un lugar importante para historia y cultura locales. Sólo conociendo lo nuestro comprenderán los alumnos qué significa el Bien, lo bueno, desde la cosmovisión de su comunidad. Habrá sitio para el fomento a la creatividad y al arte, que van hacia la Belleza.

En suma, la formación, la educación se planearía para que cuerpo, mente y espíritu se desarrollaran al unísono y adquirieran esa ambición inacabable de saber, así como el amor a la cultura y valores de la propia comunidad.

Soñar...

Mi mayor placer es soñar. Soñar dormida y más, despierta. Dejar volar la imaginación y tratar de convertir esos sueños en palabras.

EL NIÑO BENITO JUÁREZ

--> DE LIBROS Y OTROS PLACERES Un personaje que no debemos olvidar, por su importantísimo legado a la formación de este país, es...