Hay,
en la historia de los antiguos mexicanos, un personaje fundamental, todavía
poco estudiado. Se trata de Tlacaelel,
el cihuacóatl o consejero principal
de Moctezuma I y de sus sucesores Axayácatl y Tizoc, a cuyo genio político y
militar se debió la tremenda expansión del imperio mexica.
Lo
primero que aconsejó al tlatoani Izcóatl fue no ceder ante la intimidación de
los tecpanecas y luchar por la supremacía mexica, aliándose con los otros
enemigos de su enemigo principal. Se
formó así la Triple Alianza, entre Tenochtitlan, Texcoco y Tacuba, dirigida por Itzcoatl, el propio
Tlacaélel y su hermano Motecuhzoma Xocoyotzin,
además del príncipe Nezahualcoyotl de Texcoco. Fuerza
conjunta que iba a infligir grandes derrotas a los tecpanecas, hasta la caída
de Azcapotzalco en 1428.
Después de esta victoria, Tlacaélel
recibió el título de Cihuacoatl, consejero supremo del rey, y se aplicó una
reforma completa de la sociedad. Con él nació la visión mística guerrera del
pueblo mexica que se consideró la nación elegida del sol. Del éxito de esta
estrategia adquirió, tal vez, el nombre de Tlacaélel, que literalmente
significa “entrañas de macho”.
Como
guerrero, Tlacaélel planeó campañas militares encaminadas a conquistar a los
pueblos del Anáhuac, ensanchando los dominios mexicas de mar a mar, y también
por el norte y el sur. Como ideólogo,
explica Miguel León Portilla, el historiador que prácticamente descubrió a esta importante figura
histórica, “hizo posible la formación de una nueva imagen del ser de los mexicas,
tanto en su conciencia histórica como en su concepción religiosa. Para ello, de
común acuerdo con el tlahtoani Itzcóatl, dispuso se quemaran los códices
o libros de anales, en los que el pueblo mexica aparecía débil y pobre, y se
reescribiera su historia a la luz de la grandeza que estaba alcanzando. Se dice
además en las antiguas crónicas, que Tlacaélel se afanó por enaltecer la
persona del dios Huitzilopochtli, hasta hacer de él la deidad suprema de los
mexicas. Por consejo de él, Motecuhzoma Ilhuicamina reedificó y amplió el
Templo Mayor de Tenochtitlan”.
El
tiempo de Tlacaélel, que coincide con el famoso rey poeta de Texcoco,
Nezahualcóyotl, es un campo de estudio que invita a los investigadores a
descifrar momentos claves de nuestro pasado.
Y
ha invitado también a algunos novelistas, como Antonio Velasco Piña, con su
obra: Tlacaélel, el azteca entre los aztecas y, entre los autores
cercanos, a María Eugenia Leefmans, quien se acercó a este tiempo a través de
un personaje femenino: Macuilxóchitl, hija de Tlacaélel, quizá la única mujer
del mundo indígena de que tenemos noticia gracias a su quehacer poético. Fascinada
por ese mundo del calmecac y los tlacuilos, Leefmans recrea la historia de una
mujer inteligente, sensible y enamorada de Nezahualcóyotl, el rey poeta, a
quien reverencia como un semidiós.
La
novela de María Eugenia Leefmans, titulada La noche en el maizal y
publicada, en su primera edición, por el Instituto Mexiquense de Cultura, transcurre
en ese Cemanáhuac de los tiempos gloriosos, cuando en Texcoco se reunían los
más grandes artistas, los poseedores de la tinta roja y negra, con la cual
plasmaban en códices la historia y el sentir de su tiempo.
Es
evidente la meticulosa investigación que la autora llevó a cabo. Gracias a ella y a su propia inspiración poética,
consigue una atmósfera atractiva y creíble que nos traslada al mundo de
nuestros antepasados. De una manera
cotidiana e íntima, María Eugenia Leefmans nos hace convivir con la hija del
gran cihuacóatl, una mujer
inteligente, que debido al poder de su padre tiene acceso a una educación
intelectualmente superior al común de las mujeres de su cultura. Sin embargo,
no consigue realizar sus aspiraciones románticas.
En
suma, les recomiendo leer La noche en el maizal; es una novela
interesante, que nos da una dulce probada de un mundo atrayente y poco conocido
por nosotros, los herederos de esa riquísima cultura.
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