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martes, octubre 05, 2021

METEPEC CAPITAL DEL ESTADO

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Era un día frío de febrero, de los que cada vez escasean más en este Valle. Pero esa mañana, en el año de 1848, temblaban como nunca los habitantes de la capital del Estado, especialmente el gobernador Francisco Modesto de Olaguíbel y los miembros del Congreso estatal. Menos de treinta años habían transcurrido desde la orgullosa Declaración de la Independencia Nacional cuando el general Cadwalader del poderoso ejército norteamericano, instalado desde el 8 de enero en el convento de San Francisco y el mesón de la Plaza de Zaragoza de la ciudad de Toluca, se dirigió al gobernador para exigirle que recaudara y le entregara contribuciones de la población. Con ello evitaría, le amenazó, que su columna de seiscientos hombres bien armados iniciara hostilidades. 

Un mes llevaban estos soldados allí, en forma supuestamente pacífica; pero las autoridades mexiquenses desconfiaban; sabían con qué fiereza luchaba aquel ejército, que ya ocupaba la capital de la República a pesar de las heroicas defensas de Padierna, Churubusco, Molino del Rey y Chapultepec. Esos gringos eran salvajes y sacrílegos, decía la gente de Toluca, se habían atrevido a violar el sagrario de la Iglesia del Carmen para regar las hostias consagradas por todo el atrio.

Los legisladores expresaban la necesidad de trasladar los poderes del Estado a un sitio seguro, para evitar, como afirmó el diputado Tomás Ramón del Moral: “que en lo de adelante no podamos hacer el más insignificante arreglo sin obtener el previo beneplácito de esa nación, exclusivamente preocupada de intereses materiales…”. Se refería, desde luego, a los Estados Unidos.

Diputados y gobernador coincidían en la premura de tal medida. Se pusieron sobre la mesa los nombres de varios pueblos y villas. Finalmente se decidió mudar el gobierno a Sultepec, para alejarlo varios kilómetros de Toluca. El viaje se emprendió de inmediato.

Pero quiso el destino que se interrumpiera en la primera etapa del camino, en este lugar: Metepec, por entonces un pueblo tranquilo, dedicado a la agricultura, la alfarería y la fabricación de sillas con asiento de tule. Pueblo que poco recordaba de su gloria colonial, cuando fuese Cabecera de Doctrina, y menos del tiempo en que se erigiera como uno de los poblados principales del Señorío Matlatzinca.

Aquí tuvo efecto, el 7 de ese mismo febrero de 1848, el relevo de gobernador ante el Congreso, que aceptó la renuncia de Olaguíbel y nombró a Manuel Gracida gobernador provisional del Estado.

El pueblo de Metepec se trastocó: de la noche a la mañana se había convertido en la capital del Estado. Aunque esto duró solamente hasta el 28 de abril del mismo año, es decir, menos de cuatro meses, ya nada era lo mismo: había comenzado una carrera sin fin llamada progreso. Llegaron nuevos habitantes, demandaron mayores servicios, construyeron modernas edificaciones.

El gobierno estatal miraba al pueblo con gratitud y decidió oficializarla otorgándole el título de “Villa”. El 15 de octubre de 1848, cuando la emergencia nacional había pasado gracias al tratado de Guadalupe Hidalgo, los legisladores Teodoro Riveroll, diputado presidente y los diputados secretarios José del Villar y Bocanegra y Simón Guzmán, firmaban el Decreto número 97 del Congreso Local, por cual este sitio dejaba de ser un pueblo para llamarse “Villa de Metepec” y solicitaban al nuevo gobernador del Estado, Mariano Arizcorreta, hiciese imprimir, circular y ejecutar dicho decreto.

El progreso no permitió a la Villa volver a aletargarse. La población siguió creciendo; la imagen urbana cambiaba rápidamente pero los servicios que ofrecía el gobierno municipal se quedaban siempre atrás de los requerimientos de la población. En 1988 se consiguió un nuevo título y, con él, un mayor presupuesto para Metepec. El decreto de la legislatura del Estado de México apuntó:

“Se eleva a la categoría política de Ciudad, a la Villa de Metepec…”

El carro del progreso se aceleró en Metepec a partir de ese hecho, aparentemente fortuito. 

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