La
península de Yucatán, donde los mayas construyeron fascinantes ciudades –entre
ellas Chichén Itzá, maravilla del mundo—, constituye uno de los parajes
naturales más sorprendentes del planeta. Algunos geólogos sostienen que esta
porción de tierra es parte de un gran arrecife que emergió debido a movimientos
telúricos o quizás, a causa de la colisión con otro cuerpo celeste, como el
meteoro que cayó en Chicxulub hace unos 65 millones de años, causando la
extinción de los dinosaurios.
La peculiar geografía de esta península, su
suelo calcáreo, orografía plana, microclima y su sistema de ríos subterráneos
que forman los llamados cenotes, le permiten albergar especies vegetales y
animales únicas, y la convierten en un sitio enormemente atractivo para los
visitantes.
Los cenotes más conocidos son los de forma
redonda, con paredes verticales. El ejemplo más famoso de este tipo es el
Cenote Sagrado de Chichén Itzá. Hay otras formas en los que la boca es de un
diámetro de menores dimensiones que el del embalse, como formando una olla.
También existen cenotes-grutas, en los que el agua se encuentra a gran profundidad.
Otros, con forma de cuenca, forman lagos y lagunas que pueden alcanzar grandes
dimensiones.
En tiempos remotos, los mayas –esos
pobladores de avanzadísima cultura que han llenado de enigmas las páginas de
nuestra historia—, se asentaban alrededor de esos enormes depósitos de agua
fresca y transparente, tanto por razones de supervivencia como debido a que, en
su cosmovisión, los cenotes constituían la entrada al paraíso, al mundo de
dicha eterna que moraban los dioses.
Hoy, uno de los mayores retos para los
aficionados al buceo es recorrer los kilométricos laberintos dentro de esas
cavernas acuáticas y admirar las formaciones de sus rocas, los efectos de la
luz que se cuela a través de los pequeños orificios de la roca y se refracta en
las aguas purísimas. Los arqueólogos buscan en sus profundidades objetos y
restos de los ritos de aquellas civilizaciones con la esperanza de encontrar
claves que ayuden a descifrar los misterios de los antiguos mayas,
principalmente el inquietante enigma del abandono de sus enormes centros
urbanos.
Imaginar la vida de esas comunidades, unas
en medio de selvas ricas en especies vegetales y animales, otras, a un lado del
Caribe transparente, aparece ante nuestros ojos cansados de asfalto, ruido y
contaminación, como una estampa del paraíso.
Por fortuna, podemos visitar esos sitios
todavía no arruinados por completo bajo la voracidad de nuestra destructora
especie. Ver las ruinas que dan testimonio de la majestuosidad de las antiguas
ciudades mayas; gozar de esas playas azul turquesa y blanca y suave arena;
internarnos en las selvas y manglares y sumergirnos en los frescos cenotes.
Además, degustar la deliciosa gastronomía del sureste.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario