Mis novelas

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martes, octubre 26, 2021

BOHUMIL HRABAL

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Hace poco más de diez años le conté a mi amigo Rafael Ramírez Heredia (qepd) que visitaría Praga. Me recomendó que no dejara de ir a tomarme una cerveza en la taberna El Tigre Dorado, el sitio favorito del escritor Bohumil Hrabal, donde todavía se conservaba, bajo una cornamenta de venado, la mesa que habitualmente ocupaba ese talentoso checo.

No fue fácil cumplir con la recomendación. La mujer que guiaba nuestro recorrido nos dijo que era un sitio que los praguenses protegían de los turistas, deseando evitar que le arrancaran el espíritu tradicional y localista. Sin embargo, ante los ruegos de mi esposo y el argumento de mi interés literario en el personaje, finalmente accedió a introducirnos furtivamente.

La taberna, semejante a todas las de la zona, se encuentra en el sótano de una vieja construcción. Es oscura, ruidosa e impregnada de los penetrantes aromas de la cocina checa y su cerveza, envueltos en humo de fuerte tabaco.

De haber leído antes a Hrabal –cuyos fabulosos libros, confieso, no conocía entonces— habría disfrutado el doble la experiencia. Sin embargo, al introducirme más tarde en las magistrales líneas de su obra, las imágenes, las voces, los aromas del Tigre Dorado se materializan de nuevo en mi memoria.

Las novelas de ese mago de la pluma y la ironía me han hecho reír, pensar y sufrir como pocos.

Su traductora al español y biógrafa Monika Zgustova, dice con razón que Bohumil era un filósofo, que hay en su obra tanto de literatura como de filosofía. Una filosofía profunda, desgranada a través de su escritura como por casualidad, a raíz de situaciones cotidianas, y envuelta siempre en un humor negro y fascinante.

Como bien dicen, para muestra un botón, y aquí lo comparto:

Hace treinta y cinco años que trabajo con papel viejo y ésta es mi love story. Hace treinta y cinco años que prenso libros y papel viejo, treinta y cinco años que me embadurno con letras, hasta el punto de parecer una enciclopedia, una más entre las muchas de las cuales, durante todo este tiempo, habré comprimido alrededor de treinta toneladas, soy una jarra llena de agua viva y agua muerta, basta que me incline un poco para que me rebosen los más bellos pensamientos, soy culto a pesar de mí mismo y ya no sé qué ideas son mías, surgidas propiamente de mí, y cuáles he adquirido leyendo, y es que durante estos treinta y cinco años me he amalgamado con el mundo que me rodea porque yo, cuando leo, de hecho no leo, sino que tomo una frase bella en el pico y la chupo como un caramelo, la sorbo como una copita de licor, la saboreo hasta que, como el alcohol, se disuelve en mí, la saboreo durante tanto tiempo que acaba no sólo penetrando mi cerebro y mi corazón, sino que circula por mis venas hasta las raíces mismas de los vasos sanguíneos. Por regla general, prenso unas dos toneladas por mes, y para tener fuerzas para este bendito trabajo, durante treinta y cinco años he bebido tanta cerveza que con ella se podría llenar una piscina olímpica o una buena cantidad de viveros de carpas navideñas. De esta manera, a pesar de mí mismo, me he vuelto sabio y ahora me doy cuenta de que mi cerebro es un fajo de pensamientos prensados en la prensa mecánica, mi cabeza calva es la nuez de Cenicienta, y sé bien que los tiempos en los que el pensamiento estaba inscrito en la memoria humana tenían que ser mucho más hermosos; si en aquel tiempo alguien hubiese querido prensar libros, tendría que haber prensado cabezas humanas, pero tampoco eso habría servido para nada, porque los verdaderos pensamientos provienen del exterior, van junto al hombre como su fiambrera de fideos y por eso todos los inquisidores del mundo queman los libros en vano, porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo silencioso persiste incluso mientras lo devoran las llamas, y es que un verdadero libro siempre indica algún camino nuevo que conduce más allá de sí mismo.

Así comienza la historia de Hanta que desde hace treinta y cinco años trabaja en una trituradora de papel prensando libros y reproducciones de cuadros.

Con una hermosa prosa poética Bohumil Hrabal, que entre muchos otros oficios también trabajó como triturador de papel, nos trasporta en “Una soledad demasiado ruidosa” (1977) a un mundo triste y solitario que refleja su pasión por los libros.

 

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