Mis novelas

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viernes, septiembre 30, 2022

LA ÓPERA EN MÉXICO

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

En nuestro país, donde las inclinaciones culturales son de por sí muy escasas entre el grueso de la población, quizás una de las ramas del arte que menos seguidores posee sea la ópera, esa combinación de instrumentos, voces humanas y artes escénicas, que para sus fans es pura magia y placer.

Uno de mis dos abuelos, el italiano, era un fanático de la ópera. Recién llegado a México, se dedicó un tiempo a dar clase de dicción en su lengua a los cantantes mexicanos de ese género. Y, desde luego, nos transmitió el gusto por el bel canto. Entre sus obras favoritas estaba Madama Butterfly, del enorme Giacomo Puccini, justamente la que el domingo pasado se representó en el Teatro Morelos, gracias al incansable esfuerzo de Gerardo Urbán, director de la Orquesta Filarmónica de Toluca.

Nuestra mente asocia siempre la palabra ópera con autores europeos: Mozart, Rossini, Verdi o Wagner, pero poco sabemos de la historia de este género en nuestro país. Les cuento a vuelo de pájaro:

En la corte virreinal hubo interés por el género hacia principios del siglo XVIII y, el 1º. de mayo de 1711, ante el virrey Fernando de Alencastre Noroña y Silva, duque de Linares, se estrenó por primera vez en América del Norte una ópera, compuesta, además, por un músico nacido en nuestro continente: Manuel de Zumaya.  Sin embargo, sería hasta finales de ese siglo cuando el maestro de capilla de la Catedral de Puebla, Manuel Arenzana, hiciera llegar al público obras de su autoría, que eran de corte cómico, lo que en Europa se conocía como opera buffa.

Hasta 1859 se estrenó en México una ópera seria, del músico mexicano Cenobio Paniagua, aunque la crítica de su tiempo dijo de ella, y con razón, que lo único nacional era él, pues ni el autor del libreto ni el tema, lo eran.

Sería hasta 1871 cuando el compositor Aniceto Ortega del Villar, estrenase la ópera Guatemotzin, que relata, con la impronta romántica del momento, la defensa de la Gran Tenochtitlan.

Desde entonces hay una larga lista de obras de este género compuestas por mexicanos, algunas inspiradas en personajes y hechos históricos de nuestro país, otras, alrededor de temas diversos. Por desgracia, muchas de ellas se han perdido por completo; otras solamente se olvidaron, pero sus libretos y partituras están ahí, esperando ser rescatadas. Entre ellas obras de Melesio Morales, Felipe Villanueva, Ricardo Castro y Ernesto Elorduy, por citar algunas.

Pero hay un hecho resaltable en los últimos años: existen en nuestro país –como en todo el mundo— mujeres que han entrado, pisando fuerte, en las listas de compositoras del género. Entre ellas, Marcela Rodríguez, Diana Syrse y, la autora de una ópera cuyo estreno mundial se llevó a cabo en el Palacio de Bellas Artes en julio de este año, Lorena Orozco. La obra, titulada Zorros chinos, es una adaptación de la pieza para teatro de Emilio Carballido y combina con increíble belleza instrumentos y elementos de la antigua china, con la actualísima y muy mexicana problemática del maltrato a las mujeres dentro del hogar.

También viene pronto un estreno muy prometedor: el 2 de octubre, en la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM, podremos conocer La sed de los cometas, con música de Antonio Juan Marcos y libreto de Mónica Lavín.

Acércate a la ópera y haz que nuestros creadores tengan público. 

jueves, septiembre 22, 2022

EL CHILE

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

No cabe duda, amigos, que no hay nada más representativo de nuestra mexicana esencia que ese frutillo picante que nos hace conocidos en todo el mundo: el chile.

Ingrediente indispensable en el alimento cotidiano, en la alta gastronomía y hasta en la medicina tradicional, el chile (del náhuatl chilli) es el fruto pendular de una planta herbácea originaria de América (México, Centro y Sudamérica). No hay ninguna evidencia ni referencia histórica acerca de él en las culturas antiguas de Europa o Asia, a pesar de que es un ingrediente que se usa con frecuencia en la cocina hindú y en algunos platillos chinos.

Aunque para buena parte del mundo la palabra chile es una sola, nosotros, los que de más variada forma usamos estos frutos, sabemos que son muchos y de diversos sabores.

Los botánicos calculan que existen entre dos y tres mil tipos de chile en el mundo, que clasifican en seis especies cultivadas y alrededor de veintidós especies silvestres. La mayoría de estas últimas se localizan en América del Sur. Entre las variedades cultivadas en nuestro país, se encuentran: el indispensable chile verde o serrano; el poblano, el pasilla y guajillo; el ancho y el mulato. El chile cascabel, el de árbol, en la zona de Veracruz y el chile de Chiapas o pico de paloma, en el sureste del país. Y, claro, el famoso chile piquín que es, según los científicos, el progenitor de todos los chiles mexicanos, desde el verde hasta el pimentón, con excepción del habanero y el manzano.

Ya se nos está haciendo agua la boca, imaginando la infinidad de platillos que se preparan con ellos, unos más picantes que otros. Salsas de todos colores, chiles molidos para espolvorear, rajas, chiles rellenos de esto y de lo otro… mordidas de chile entre bocado y bocado, para hacerlo picosito… Y hablando de picor, quizás muchos de ustedes no lo sepan, pero existen dos formas de medir qué tan picante es un chile, pues esto depende de la cantidad de capsaicinoides que posean, sustancias alcaloides que albergan los chiles en venas y placenta, no en las semillas, como algunos creen. La prueba la inventó un científico llamado Scoville en 1912. Es una prueba bastante rudimentaria y subjetiva que consistía en dar a probar a cinco catadores profesionales, que no sean consumidores habituales de chile, una solución con una cantidad mínima de capsaicina diluida en agua endulzada, que se iba aumentando una y otra vez, hasta que el sabor de la mezcla era perceptible en la lengua. Tres de los cinco catadores tenían que coincidir en la evaluación, que se registraba en múltiplos de cien unidades “Scoville”.

Por supuesto, los pobres tipos terminaban “enchiladísimos”, es decir, con la lengua ardiendo, ojos y nariz escurriendo y de un humor de los diablos. Ahora, los avances científicos han permitido suplantar a estos infelices por una prueba de laboratorio denominada cromatografía líquida de alta presión, que produce resultados más precisos y sin molestar a nadie. 

La diferencia, en cuanto a picante se refiere entre unos y otros chiles, es enorme, ¡y vaya si lo sabremos los mexicanos! Por ejemplo, un jalapeño marca entre dos mil y cuatro mil unidades Scoville, mientras que un habanero asciende a las cien mil y hasta trescientos mil unidades.

Esto de comer picante es adictivo. Como la lengua va perdiendo sensibilidad, la gente requiere cada vez más picante para que la comida le sepa… hasta que el aparato digestivo dice ¡basta! La sensación de enchilamiento es muy polémica: mientras a algunos les parece sumamente desagradable, para otros resulta un gran placer: adoran llorar y moquear hasta que les ardan las orejas…  Y qué decir del gusto por sorprender a los extranjeros con una buena enchilada: es también parte de nuestra cultura, de nuestro picoso sentido del humor.

jueves, septiembre 08, 2022

PLUMAS JALISCIENSES

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Dicen los de Jalisco que su terruño es la cuna de la mexicanidad. Y no andan tan errados, pues varios de los íconos que identifican a nuestro país en el mundo provienen de ese estado: el mariachi, el tequila, el jarabe tapatío… sin contar varios de sus platillos típicos.

Indudablemente Jalisco es también cuna de grandes autores en el ámbito de las letras. Entre ellos podemos mencionar, antes que nadie, a Juan Rulfo, un fenómeno de la literatura universal, quien recogió la tradición literaria tapatía y la llevó a la cúspide. Además de él, otros jaliscienses habían plasmado con gran belleza el paisaje y la vida del campo mexicano y legaron libros imprescindibles en la historia de las letras: Juan José Arreola, Agustín Yáñez, Mariano Azuela, José López Portillo y Rojas. A este último se achacaba haber llevado a la literatura ideas subversivas al denunciar, en su novela “La Parcela”, algunas de las injusticias, abusos de poder e impunidad que se cometían en el campo mexicano durante el porfiriato. Otra de sus novelas, “Fuertes y débiles”, habla también de esos temas, mezclándolos con la vida cotidiana en la ciudad de México durante el gobierno de Madero y sugiere cómo se fraguó la conspiración para el derrocamiento de ese desafortunado presidente de nuestro país. En otras palabras, es López Portillo y Rojas (1850-1923) precursor de la novela de la revolución mexicana. Pero hablando de la forma de pintar el campo y sus habitantes, diremos que se podría considerar a este autor como el precursor en cuanto llevar a la literatura el hablar de la población rural:

Al fin apareció el jinete atisbado por ese rumbo, empequeñecido por la distancia y seguido también por otro peón de estribo.

 --Allí va el administrador, señor amo. ¿Lo mira su mercé? –dijo.

–Sí, le veo –repuso Cheno, aunque no tengo tan buenos ojos como los tuyos.

Pocos años más tarde Agustín Yáñez (1904-1980) publicaba una de las más célebres novelas de la Revolución: “Al filo del agua”, en este tono:

Gumersindo estaba sentado en el batiente de la banqueta, con una botella al lado, que se caía de borracho, canta y canta, entre malas razones; cuando me vio me habló, invitándome a echarme un trago; no le hice caso y seguí mi camino. –¿No me oyes, jijo de tal, que por aquí no me pasa nadie, porque no se me antoja y a ley de mis calzones, jijo de la ésta y la otra? –me grita. Ni quien le contestara nada; nomás pelo el cuete y sigo caminando, sin perderlo de vista…

Y como decíamos, fue Juan Rulfo (1918-1986) quien consiguió fundir en sus obras el lenguaje del pueblo y el paisaje del campo en una prosa poética inigualable. En el cuento “Diles que no me maten”, de “El Llano en Llamas”, encontramos este fragmento:

Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los madroños y pasándome los días comiendo sólo verdolagas. A veces tenía que salir a la medianoche, como si me fueran correteando los perros. Eso duró toda la vida. No fue un año ni dos. Fue toda la vida.

Y ahora habían ido por él, cuando no esperaba ya a nadie, confiado en el olvido en que lo tenía la gente; creyendo que al menos sus últimos días los pasaría tranquilo. ‘Al menos esto –pensó- conseguiré con estar viejo. Me dejarán en paz’. Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le costaba trabajo imaginar morir así, de repente, a estas alturas de su vida, después de tanto pelear por liberarse de la muerte; de haberse pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser un puro pellejo correoso, curtido por los malos días en que tuvo que andar escondiéndose de todos.

Soñar...

Mi mayor placer es soñar. Soñar dormida y más, despierta. Dejar volar la imaginación y tratar de convertir esos sueños en palabras.

EL NIÑO BENITO JUÁREZ

--> DE LIBROS Y OTROS PLACERES Un personaje que no debemos olvidar, por su importantísimo legado a la formación de este país, es...