Dicen los de Jalisco que su
terruño es la cuna de la mexicanidad. Y no andan tan errados, pues varios de
los íconos que identifican a nuestro país en el mundo provienen de ese estado:
el mariachi, el tequila, el jarabe tapatío… sin contar varios de sus platillos
típicos.
Indudablemente Jalisco es
también cuna de grandes autores en el ámbito de las letras. Entre ellos podemos
mencionar, antes que nadie, a Juan Rulfo, un fenómeno de la literatura
universal, quien recogió la tradición literaria tapatía y la llevó a la
cúspide. Además de él, otros jaliscienses habían plasmado con gran belleza el
paisaje y la vida del campo mexicano y legaron libros imprescindibles en la
historia de las letras: Juan José Arreola, Agustín Yáñez, Mariano Azuela, José
López Portillo y Rojas. A este último se achacaba haber llevado a la literatura
ideas subversivas al denunciar, en su novela “La Parcela”, algunas de las
injusticias, abusos de poder e impunidad que se cometían en el campo mexicano
durante el porfiriato. Otra de sus novelas, “Fuertes y débiles”, habla también
de esos temas, mezclándolos con la vida cotidiana en la ciudad de México
durante el gobierno de Madero y sugiere cómo se fraguó la conspiración para el
derrocamiento de ese desafortunado presidente de nuestro país. En otras
palabras, es López Portillo y Rojas (1850-1923) precursor de la novela de la
revolución mexicana. Pero hablando de la forma de pintar el campo y sus
habitantes, diremos que se podría considerar a este autor como el precursor en
cuanto llevar a la literatura el hablar de la población rural:
Al fin apareció el jinete
atisbado por ese rumbo, empequeñecido por la distancia y seguido también por
otro peón de estribo.
--Allí va el administrador, señor amo. ¿Lo
mira su mercé? –dijo.
–Sí, le veo –repuso Cheno,
aunque no tengo tan buenos ojos como los tuyos.
Pocos años más tarde Agustín
Yáñez (1904-1980) publicaba una de las más célebres novelas de la Revolución:
“Al filo del agua”, en este tono:
Gumersindo estaba sentado en
el batiente de la banqueta, con una botella al lado, que se caía de borracho,
canta y canta, entre malas razones; cuando me vio me habló, invitándome a
echarme un trago; no le hice caso y seguí mi camino. –¿No me oyes, jijo de tal,
que por aquí no me pasa nadie, porque no se me antoja y a ley de mis calzones,
jijo de la ésta y la otra? –me grita. Ni quien le contestara nada; nomás pelo
el cuete y sigo caminando, sin perderlo de vista…
Y como decíamos, fue Juan
Rulfo (1918-1986) quien consiguió fundir en sus obras el lenguaje del pueblo y
el paisaje del campo en una prosa poética inigualable. En el cuento “Diles que
no me maten”, de “El Llano en Llamas”, encontramos este fragmento:
Y yo echaba pal monte,
entreverándome entre los madroños y pasándome los días comiendo sólo
verdolagas. A veces tenía que salir a la medianoche, como si me fueran
correteando los perros. Eso duró toda la vida. No fue un año ni dos. Fue toda
la vida.
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