¡Qué
sabroso! En este mes patrio los antojitos hacen honor a su nombre: pensamos en
fiestas patrias y, de inmediato en platillos típicos; entre ellos, en uno de
los manjares tradicionales de nuestra gastronomía autóctona: los tamales. Ese
maravilloso invento de nuestros lejanos antepasados, que ellos llamaban tamalli, consiste en una ración de masa
de maíz mezclada con manteca, bien batida y rellena con algún guisado,
generalmente de carne o pollo en mole o en salsa, quizás las rajas de chile
poblano, o cualquier otra delicia que la creatividad de quien cocina, discurra
en el momento. Luego, bien envueltos en hojas de maíz, a veces de plátano, se
cuecen al vapor y así, calientitos, se pueden comer solos, acompañados con
frijoles o con salsa, crema, queso y algún guisado, al estilo Michoacán. ¿O qué tal una torta de tamal verde, la
famosa “guajolota”, acompañada de atole, antes de llegar al trabajo?
Hay
evidencias arqueológicas de este alimento en varias culturas de Mesoamérica y
Sudamérica, pero en ningún lugar del continente hay tanta variedad de tamales
como en México.
De
acuerdo con Fray Bernardino de Sahagún, los tamalli
estaban relacionados con algunas fiestas religiosas. Uno de los rituales más
significativos para los aztecas era la fiesta del Atamalcualiztli (tamales de agua). En esta festividad, que duraba
siete días, se realizaba una especie de ayuno, en donde únicamente se comían
tamales simples de masa, cocinados al vapor, sin chile ni sal u otras especies
o aderezos. Dicha celebración se realizaba cada ocho años, por considerarse
ésta la vida ritual del maíz, durante la cual había sido desollado con sal y
cal, trabajado y aderezado con chile. Durante el ritual se libraba al maíz, al
menos por esos días, de tal tortura.
También
en la festividad de Izcalli, al final del año, las mujeres distribuían tamales
a sus vecinos y familiares desde el amanecer. En esta misma festividad se
realizaba el ritual del huauhquiltamalli,
donde se preparaban tamales especiales de amaranto llamados huauhquiltamalli o chalchiuhtamalli. Algunos de estos tamales se ofrecían al dios del
fuego y a los difuntos, y otros se consumían muy calientes, junto con caldo de
camarones o acociles. Los jóvenes ofrecían al dios del fuego animales que ellos
mismos cazaban, y los sacerdotes les entregaban a cambio tamales calientes
cocidos, simbólicamente transformados por el fuego.
Se
consideraba a los tamales como el equivalente simbólico a la carne humana, y la
olla donde se preparaban (comitl),
simbolizaba el vientre materno. También se usaban los tamales en los rituales
de matrimonio, en donde después del amarrado de túnicas, la futura suegra le
daba a la novia cuatro bocados de tamal, y luego la novia le daba de comer a su
novio. Después del nacimiento de un niño, se hacían ofrendas de este alimento.
Además,
los tamales secados al sol eran parte de los alimentos suministrados a los
guerreros en campaña contra otros reinos o ciudades.
Aquí
en el Valle de Toluca, la costumbre de comer tamales durante todo el año está
bien arraigada. Hay gran variedad de ellos y muchos lugares en donde se
expenden tales delicias.
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