Mis novelas

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martes, agosto 24, 2021

LOS RETOS HISTÓRICOS DE LAS MUJERES

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Nuestro país no ha sido pionero en cuestión de reconocimiento de los derechos de las mujeres, ni en el campo de las leyes ni en el de las prácticas sociales. Recorrer el camino de la historia es, en ese sentido, un recorrido por la injusticia y, por ende, una historia de retos permanentes para quienes han luchado por revertir esa tendencia.  Aquéllas reconocidas por la historia como heroínas de la Patria, han vencido los obstáculos que, para la mayoría, impedían el desarrollo.

Por las noticias que tenemos de tiempos anteriores a la Conquista, podría pensarse que las mujeres indígenas vivían, quizás, en mejor situación: la cosmovisión que partía del indispensable principio dual aun para las deidades, permitía que, si bien las funciones se dividían de acuerdo a los géneros, no se viera al femenino como inferior, sino como un complemento igual e indispensable para la vida.

Parece pues, la discriminación de la mujer nos llega de allende el Océano, con la cultura occidental de raíz judeo-cristiana, patriarcal y machista. Los soldados españoles se encargaron de hacer de las mujeres de los vencidos objetos usados para saciar sus apetitos carnales y para ser atendidos en sus necesidades de alimentación y limpieza.

De aquel periodo oscuro para el género femenino, rescatamos a unas cuantas mujeres, que pueden contarse con los dedos de una sola mano: la astuta Malitzin, lengua de Cortés, quien consiguió hacer notar sus capacidades, pero nunca pudo –ni siquiera intentó— dejar de ser la esclava que el Capitán usó en cuerpo y espíritu para sus fines.  Un siglo más tarde, la historia de Sor Juana Inés de la Cruz hace patente la situación de la mujer por entonces: a pesar de su insaciable deseo de saber, no le era posible acudir a la Universidad. Por no poseer dote (es decir, por no ser económicamente atractiva), no se le arregló un matrimonio conveniente. Encontró, como único refugio para su desarrollo intelectual un convento y, aún allí y a pesar de su renombre que alcanzaba las altas esferas del poder, fue sometida por la jerarquía católica, en manos, claro (y todavía en este siglo XXI), sólo de varones.

Hacia principios del siglo XIX, cuando la Colonia se acercaba a su fin, la llegada de las ideas de la Ilustración francesa iluminó también la esperanza de algunas mujeres, aquéllas con suficientes recursos y facilidades para acceder a ellas: algunas criollas vanguardistas. Entre ellas, dos heroínas de nuestra Independencia: Josefa Ortiz de Domínguez y Leona Vicario. ¿Qué trabas vencieron estas mujeres valientes? En primer lugar, a la más grande enemiga del desarrollo del ser humano: la ignorancia. Tanto Josefa como Leona tuvieron la enorme ventaja de acercarse a los libros, llenarse de lecturas importantes que, además podían comentar con sus respectivos esposos: el Corregidor Miguel Domínguez y el jurisconsulto Andrés Quintana Roo, en el caso de Leona. Ambas acudieron a grupos de intelectuales que se reunían para encontrar la forma de llevar estas ideas ilustradas a la acción social y política. Desde luego, no consiguieron esas activistas políticas, madres de la Independencia de nuestro país, ni atisbar siquiera el día en que sus derechos en esa esfera fueran reconocidos por la ley.

Para dedicarse a tales cuestiones, estas mujeres, madres de familia, contaban con una posición que les permitía estar apoyadas por servicio doméstico, es decir, no debían atender personalmente a sus hijos. Pero no gozaban de esos privilegios todas sus contemporáneas. La mayoría era analfabeta y pocos maridos tomaban en cuenta la opinión de sus mujeres o les permitían externarla delante de extraños. Además, el grueso de la población femenina trabajaba arduamente en el hogar, atendiendo docenas de criaturas y soportando embarazos y partos con pésima atención médica. Muchas morían en esos trances.

La ignorancia, la insalubridad y el acatamiento absoluto de la autoridad masculina (muchas veces subrayado con violencia física y/o psicológica), era el común denominador de las mujeres novohispanas y lo siguió siendo durante el México independiente del siglo XIX.

El gobierno porfirista se ocupó en fundar escuelas para las mujeres: hubo en todo el país, como aquí en el Estado de México, normales para señoritas y escuelas de enfermería. Llegaron a nuestro país, a invitación de la esposa del presidente, órdenes de educadoras francesas, católicas, que fundaron escuelas como el Sagrado Corazón y el Colegio Francés. Por primera vez se permitió a una mujer: Matilde Montoya, cursar la carrera de Medicina en la Universidad y surgieron algunos talentos como la poeta Laura Méndez, Rosa del Valle o la música Guadalupe Olmedo.

Sin embargo, la idea arraigadísima de que el único lugar adecuado y “decente” para las mujeres era el hogar, seguía prevaleciendo aun entre los intelectuales. Además, dada la estructura piramidal de la sociedad de ese tiempo, las mujeres que se encontraban en la base del triángulo, las que habitaban las casuchas de los peones de las haciendas y, a veces, trabajaban en la “casa grande” de las mismas, o las mujeres de los trabajadores de las minas, los ferrocarriles o las fábricas, padecían las peores condiciones de vida: pobreza extrema, insalubridad, ignorancia absoluta, violencia intrafamiliar e, incluso, por parte de los patrones que se sentían con derecho a abusar de cualquiera que viviera dentro de los límites de su territorio. En las haciendas se daban prácticas tan arcaicas como el “derecho de pernada”, donde el patrón tenía prioridad para desvirgar a la recién casada antes que el propio novio.

Al surgir el movimiento revolucionario, muchas mujeres siguieron a sus hombres en “la bola”. No podían quedarse esperando en las casuchas de las haciendas, expuestas al hambre y a la venganza del patrón. Así pues, nace la mítica figura de las soldaderas, “las adelitas”, mujeres que temían más a la soledad que a las balas.

También entre la elite social y cultural hicieron aparición las mujeres contestatarias: Antonieta Rivas Mercado, Nahui Ollín, Pita Amor o Frida Kahlo, por nombrar algunas de las más representativas, estaban en el escaparate mostrando al mundo que no había campo ajeno a la capacidad femenina.

Pero eran la minoría. El machismo, matizado, un poco debilitado, pero todavía vivo, siguió reinando en el México post revolucionario. La desigualdad de hecho, en todos los campos, era una realidad innegable. Los obstáculos legales a la participación del género en política se erguían como una muralla infranqueable. Fue hasta mucho después, en 1953, cuando se reconoció el derecho de voto a las mujeres. 

Si embargo… ¿qué decir de este tiempo, pleno siglo XXI, en que los feminicidios ocupan uno de los primeros lugares en la lista de lo peor de nuestra sociedad?

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Mi mayor placer es soñar. Soñar dormida y más, despierta. Dejar volar la imaginación y tratar de convertir esos sueños en palabras.

EL NIÑO BENITO JUÁREZ

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