Tengo
la convicción de que los lugares poseen, de alguna manera, algo parecido al
alma. Como las personas, transmiten sensaciones y provocan sentimientos. Quizás
se deba a cuestiones físicas como sus dimensiones, coordenadas, altitud,
temperatura o el índice de humedad o tal vez –y me inclino más por esta
explicación— a los seres que han pasado
por estos sitios y, especialmente, a aquellos que los han habitado.
Acudo
cada mes a la casa que fuera de don Isidro Fabela, conocida como Casa del
Risco, allá en el bello barrio de San Ángel en la Ciudad de México, para
impartir talleres literarios. Una casa donde se respira el amor al arte y al
saber que su dueño profesó durante su vida. Guiado por los principios liberales
y humanistas que compartió, durante su juventud, con sus compañeros del Ateneo
de la Juventud, don Isidro no se dedicó a acumular riquezas materiales, excepto
por sus dos pasiones: los libros y las pinturas. Reunió así una cuantiosa y selecta
biblioteca y una pinacoteca exquisita, que, junto con la Casa del Risco donde
se albergan, donó a la nación mexicana a través de un fideicomiso. Quería que
muchos mexicanos disfrutaran, como él lo hizo, de estos manjares del
conocimiento y el arte.
Pero
eran mucho más ambiciosos los ideales que guiaban el pensamiento y la acción de
Isidro Fabela. Él pensaba que América Latina debía unirse en un haz compacto al
que llamaba Confederación Hispanoamericana, para hacer frente al imperialismo,
expansionismo e intervencionismo de las naciones poderosas, específicamente de
los Estados Unidos, quienes, guiados por la engañosa doctrina Monroe, se
apoderaban día a día de todo el continente, ya fuese en forma política o
económica.
Siendo
Secretario de Relaciones Exteriores, durante el gobierno de Venustiano
Carranza, redactó, en términos de Doctrina (para con ello responder a la
Monroe), el principio que regiría, por más de medio siglo, la política exterior
de nuestro país. Lo llamó Doctrina Carranza, y a la letra reza: “Todos los Estados son iguales
ante el Derecho, ningún país tiene derecho a intervenir en los asuntos internos
o externos de otros; nacionales o extranjeros deben ser iguales ante la
soberanía del Estado en que se encuentren; la diplomacia debe velar por los
intereses generales de la civilización pero no debe servir para la protección
de intereses particulares”.
Además
de ocuparse de la cartera de Relaciones Exteriores durante más de un gobierno,
Isidro Fabela fue un gobernador ejemplar de nuestro Estado. Su gobierno tuvo
especial énfasis en cuestiones educativas y culturales, consciente, como buen
intelectual, humanista y conocedor de sociedades más avanzadas, que sólo a
través del conocimiento se accede al progreso, a la democracia y a la libertad
del ser humano.
Vale
la pena recordar las bellísimas palabras (que no eran palabras huecas)
pronunciadas durante su discurso de despedida a sus colaboradores en el
gobierno estatal, en 1945:
“Cuando
fui atacado dura e impíamente –y lo fui muchas veces— jamás pensé en
corresponder la injuria con la injuria, a la violencia con la violencia, porque
así hubiera encadenado uno con otro los actos violentos, violando la Ley y
manchándome de sangre las manos; y no, eso no podía hacerlo, pues como dije en
Atlacomulco, yo salgo de aquí, amigos míos, sin una gota de sangre en mis manos
y sin un peso mal habido en mis bolsillos.
¿Cómo
no había yo de proceder así con limpia conducta y con fe ciega en mí mismo si
había recibido las enseñanzas de Madero para amar la libertad? ¿Y cómo no había
yo de proceder así si mi mejor maestro en la vida pública, me enseñó a amar a
la patria a su manera y su manera de
amar a la patria era excelsa?”
Dicen
que cuando Adolfo López Mateos depositó
su voto en las elecciones presidenciales de 1958, lo hizo en una papeleta que
decía: “Mi voto es por el mexicano que debería ser Presidente de la República:
Isidro Fabela”. ¡Qué razón tenía este ex presidente! Si pudiésemos tener, hoy
mismo, un gobernante con altos ideales, firme a sus principios, honesto,
pacifista y consciente del problema educativo, tanto a nivel estatal como
nacional, qué bellamente podríamos escribir la historia… haríamos de todo el
territorio gobernado un espacio tan mágico como la Casa del Risco.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario