Mis novelas

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martes, agosto 03, 2021

EL ESPÍRITU DE ISIDRO FABELA

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Tengo la convicción de que los lugares poseen, de alguna manera, algo parecido al alma. Como las personas, transmiten sensaciones y provocan sentimientos. Quizás se deba a cuestiones físicas como sus dimensiones, coordenadas, altitud, temperatura o el índice de humedad o tal vez –y me inclino más por esta explicación— a  los seres que han pasado por estos sitios y, especialmente, a aquellos que los han habitado.

Acudo cada mes a la casa que fuera de don Isidro Fabela, conocida como Casa del Risco, allá en el bello barrio de San Ángel en la Ciudad de México, para impartir talleres literarios. Una casa donde se respira el amor al arte y al saber que su dueño profesó durante su vida. Guiado por los principios liberales y humanistas que compartió, durante su juventud, con sus compañeros del Ateneo de la Juventud, don Isidro no se dedicó a acumular riquezas materiales, excepto por sus dos pasiones: los libros y las pinturas. Reunió así una cuantiosa y selecta biblioteca y una pinacoteca exquisita, que, junto con la Casa del Risco donde se albergan, donó a la nación mexicana a través de un fideicomiso. Quería que muchos mexicanos disfrutaran, como él lo hizo, de estos manjares del conocimiento y el arte.

Pero eran mucho más ambiciosos los ideales que guiaban el pensamiento y la acción de Isidro Fabela. Él pensaba que América Latina debía unirse en un haz compacto al que llamaba Confederación Hispanoamericana, para hacer frente al imperialismo, expansionismo e intervencionismo de las naciones poderosas, específicamente de los Estados Unidos, quienes, guiados por la engañosa doctrina Monroe, se apoderaban día a día de todo el continente, ya fuese en forma política o económica.

Siendo Secretario de Relaciones Exteriores, durante el gobierno de Venustiano Carranza, redactó, en términos de Doctrina (para con ello responder a la Monroe), el principio que regiría, por más de medio siglo, la política exterior de nuestro país. Lo llamó Doctrina Carranza, y a  la letra reza: “Todos los Estados son iguales ante el Derecho, ningún país tiene derecho a intervenir en los asuntos internos o externos de otros; nacionales o extranjeros deben ser iguales ante la soberanía del Estado en que se encuentren; la diplomacia debe velar por los intereses generales de la civilización pero no debe servir para la protección de intereses particulares”.

Además de ocuparse de la cartera de Relaciones Exteriores durante más de un gobierno, Isidro Fabela fue un gobernador ejemplar de nuestro Estado. Su gobierno tuvo especial énfasis en cuestiones educativas y culturales, consciente, como buen intelectual, humanista y conocedor de sociedades más avanzadas, que sólo a través del conocimiento se accede al progreso, a la democracia y a la libertad del ser humano.

Vale la pena recordar las bellísimas palabras (que no eran palabras huecas) pronunciadas durante su discurso de despedida a sus colaboradores en el gobierno estatal, en 1945:

“Cuando fui atacado dura e impíamente –y lo fui muchas veces— jamás pensé en corresponder la injuria con la injuria, a la violencia con la violencia, porque así hubiera encadenado uno con otro los actos violentos, violando la Ley y manchándome de sangre las manos; y no, eso no podía hacerlo, pues como dije en Atlacomulco, yo salgo de aquí, amigos míos, sin una gota de sangre en mis manos y sin un peso mal habido en mis bolsillos.

¿Cómo no había yo de proceder así con limpia conducta y con fe ciega en mí mismo si había recibido las enseñanzas de Madero para amar la libertad? ¿Y cómo no había yo de proceder así si mi mejor maestro en la vida pública, me enseñó a amar a la patria  a su manera y su manera de amar a la patria era excelsa?”

Dicen que cuando Adolfo López Mateos  depositó su voto en las elecciones presidenciales de 1958, lo hizo en una papeleta que decía: “Mi voto es por el mexicano que debería ser Presidente de la República: Isidro Fabela”. ¡Qué razón tenía este ex presidente! Si pudiésemos tener, hoy mismo, un gobernante con altos ideales, firme a sus principios, honesto, pacifista y consciente del problema educativo, tanto a nivel estatal como nacional, qué bellamente podríamos escribir la historia… haríamos de todo el territorio gobernado un espacio tan mágico como la Casa del Risco.

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