Mis novelas

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miércoles, agosto 18, 2021

CLARICE LISPECTOR

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Hasta hace unos años, pocos lectores fuera de Brasil habían oído siquiera el nombre de una de las más grandes autoras latinoamericanas: Clarice Lispector.

Esta escritora, nacida en Ucrania en 1920, al seno de una familia judía practicante, se crio en Brasil y utilizó siempre la lengua portuguesa en su obra.

Su estilo, ajeno por completo al realismo mágico de los autores del boom latinoamericano, ha hecho que se le compare con James Joyce, con Virginia Woolf o con William Faulkner, a pesar de que alguna vez confesó no haber leído a Joyce, si bien comparte con esos autores rasgos y obsesiones.

Mi querido maestro Miguel Cossío Woodward, ferviente admirador confeso de Clarice, expresa en su prólogo a Cuentos reunidos de esta autora: Su literatura es antesala y motivo del encuentro consigo misma y con la alteridad; es imagen y posibilidad de diálogo con el enigma recóndito del otro, extraño e inaccesible y, quizás, con el misterio sin nombre que se ignora e intuye. En todo cuanto escribió está la misma angustia existencial, similar búsqueda de la identidad femenina y, más adentro, de su condición plena de ser humano. […] Sus novelas se detienen en la visión sorprendida de un momento o una situación aparentemente sencilla y donde, sin embargo, se desencadenan en tropel las voces de una fuga infinita. […] Leer a Clarice es, por lo tanto, encontrarse con ella. Desnudar su palabra, compartir una sensualidad casi física, entrar en el cuerpo de una obra que vibra y chispea, algo así como hacer el amor, que es deseo, sexo y deceso.

En su temprano lecho de muerte, en 1977, esta autora atormentada escribió: “Muero y renazco. Incluso yo ya morí la muerte de otros. Pero ahora muero de embriaguez de vida […] Mi futuro es la noche oscura”.

Esa idea de nacimiento en las tinieblas, la había desarrollado magistralmente en su novela La manzana en la oscuridad, de la que comparto una probada:

Pero ésa era una noche de muchas lecciones. Es necesario tener paciencia, a veces una noche es larga.

Es que en las tinieblas los pájaros habían sentido la acidez del alba y, mucho antes de que ésta rayase para las personas, ellos la respiraban y empezaban a despertar. Había un pájaro, especialmente, que poco faltó para que volviera loco a Martim. Era uno que llamaba a su compañera en la oscuridad; con paciencia y con calma, llamaba, llamaba. Hasta que la cosa fue creciendo hasta el punto de que Martim dio un salto y abrió la ventana de golpe. En la ventana abierta fue recibido por el silencio súbito del pájaro. Más con la nariz que con los ojos, el hombre comprendió que la oscuridad no era estable y que el pájaro ya estaba viviendo una madrugada que para él, Martim, aún era el futuro. Esto vagamente le pareció un poco simbólico y satisfactorio. Volvió y se acostó otra vez. Y otra vez el pajarito paciente volvió a empezar. El tranquilo canto del llamado llevó al hombre a un paroxismo: se tapó los oídos.

Pero al taparse los oídos, no oía al pajarito.

Sólo entonces comprendió que en realidad ansiaba oírlo. Parece que muchas veces se ama tanto una cosa que, por decirlo así, se intenta negarla, y otras veces es el rostro amado el que más nos apena. Y Martim, que tanto buscaba explicaciones para su crimen, pensó entonces si no habría huido del mundo por un amor que él no había podido tolerar.

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