Hace
algún tiempo amigos, vi en la TV la película Genius, que en español se tituló
Pasión por las letras, cuyo tema es la relación entre el escritor
norteamericano Thomas Wolfe, autor de novelas clásicas como El ángel que nos
mira y El niño perdido y su editor, Maxwell Perkins, de la Editorial Scribner,
famoso por haber descubierto y publicado a grandes plumas como Hemingway y
Fitzgerald, además del mencionado Wolfe.
La
historia está muy bien ambientada en esos años críticos para Estados Unidos y
retrata la vida de la ciudad de Nueva York y sus suburbios, como aquel donde se
encontraba la amplia residencia de la familia Perkins.
Para
quienes vivimos en el mundo de las letras, esta cinta es un soplo de esperanza:
nos hace revivir el deseo de encontrar –si es que todavía existe alguno—al
editor inteligente, al verdadero colega que se ve a sí mismo como un buscador
incansable de nuevos talentos; la pieza que, incorporada junto con el autor,
hará de la obra una nave espacial sin límites, una obra capaz de albergar a
millones de lectores de todos los tiempos y llevarlos hasta donde la
imaginación y la fascinación lo permitan.
¿Cuántos
Max Perkins quedarán por ahí, perdidos entre la sobrepoblada y canibalesca
selva editorial, llena de seres con mente pequeñita que sólo buscan la venta
fácil? Ésos a quienes las grandes corporaciones-vende-objetos-de-palabras les
dan inmerecidamente el título de “editores” cuando son una especie de
ejecutivos de cuenta cuyo único móvil es alcanzar las metas de ventas que les
fija su Gran hermano para no perder la chamba. Escupidores de frases pre-hechas
y ajenas al verdadero arte de la literatura como: su obra no es comercial, no
hay nicho de mercado para ese tema, el mercado no está demandando obras
complejas…
Quedan
así fuera del universo de esos pseudo editores las obras que impliquen alguna
propuesta audaz, las que se refieran a personajes históricos que no sean
“políticamente adecuados”. Bajo esos criterios, las grandes obras de la
literatura universal no habrían visto la luz. El consuelo para quienes hemos
sufrido alguna vez ese tipo de incomprensión es echar un vistazo a emblemáticas
anécdotas como éstas:
La
editorial Losada rechazó la novela "La hojarasca" del escritor
colombiano Gabriel García Márquez (Premio Nobel de Literatura 1982). En la nota
de rechazo se le recomendaba al escritor dedicarse a cualquier otro oficio
diferente a escribir.
La
novela "Rebelión en la granja" de George Orwell, fue rechaza por
varias editoriales. Una de estas escribió al autor: "Es imposible vender
historias de animales en los Estados Unidos".
La
escritora británica Agatha Christie vio sus manuscritos rechazados por más de 4
años. Hoy en día sus libros han vendido centenares de millones de copias en
decenas de idiomas. Solo Shakespeare ha vendido más libros.
La
novela del escritor argentino Ernesto Sábato "El túnel" fue rechazada
por todos los editores de Buenos Aires. Solo tras aparecer en la Revista Sur y
llegar a las manos del escritor Albert Camus, quien la elogió, la novela obtuvo
su merecido éxito.
La
novela "Lolita" de Vladimir Nabokov, fue rechaza por casi una decena
de editoriales que veían poco viable su venta tanto por lo obscena de la novela
como por la polémica que podría afectar a las propias editoriales.
Doce
editoriales rechazaron el manuscrito de la primera parte de "Harry
Potter" de J.K. Rowling. ¿Quién quiere leer historias de brujas? Le
dijeron. Hoy en día se estima que la saga de Harry Potter ha vendido más de 400
millones de libros mundialmente.
El
manuscrito del "Diario de Ana Frank" fue rechazado 15 veces. Una
editorial escribió: "Esta chica no parece tener una percepción o
sentimiento en especial que pudiera producir interés en el libro"…mismo
que ha vendido más de 25 millones de copias.
El
libro de cuentos "Dublineses" del escritor irlandés James Joyce fue
rechazado por 22 editoriales.
Éstas
y otras historias en que el éxito sobrevino después de muchos portazos, son
tónicos anti-depresión que los escritores no debemos olvidar… Y desde luego,
amigos, no dejen de ver la película Genius y rogar a sus espíritus benefactores
porque aparezca en nuestras vidas un Max Perkins.
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