Empiezas
a leer y piensas: no estoy muy concentrada. Avanzas, fascinada por la poesía en
el lenguaje y te dices: quizás entienda más adelante. Sigues, como una nave a
la deriva, conducida por la poderosa corriente del lenguaje y declaras: no
importa si la historia no es clara, estoy gozando verdaderamente esta lectura.
Hablo de la novela titulada No entres tan deprisa en esa noche oscura,
de António Lobo Antunes, el portugués que se considera un fuerte candidato al
Nobel de literatura desde hace varios años.
Dividida
en los siete días de la creación, cada capítulo precedido precisamente por una
cita del Génesis, la novela narra, en la voz de María Clara, la protagonista,
la historia de una familia portuguesa alrededor de la enfermedad y muerte del
padre. La narradora se desdobla, su voz salta en el tiempo y en el punto de
vista; se pone en los zapatos de los demás miembros de su familia y vuelve a sí
misma, al íntimo fluir del subconsciente marcado por recuerdos, dolorosos en su
mayoría, frustrantes y envueltos en los secretos que guarda la familia –como
toda familia— para conservar la honorabilidad.
Lobo
Antunes, con su propuesta surrealista, ha logrado un estilo único, una
literatura que obliga al lector a desestructurar la mente, abrirse y tornarse
en un receptor sin expectativas, dispuesto a abordar la nave sin timón aparente
que, un submarino en que se sumergirá a los confines de un océano de emociones.
Gracias
a su primera profesión: la psiquiatría, este escritor conoce el fluir del
subconsciente a la perfección y, con su aliento poético, usando de manera
aparentemente caprichosa la puntuación y los silencios, la reiteración y las
omisiones, lo somete a la única disciplina de la belleza del lenguaje,
consiguiendo su anhelo de artista, que él mismo ha declarado en alguna
entrevista: Yo no quiero que los lectores comprendan mis obras, deseo que las
vivan.
Comparto
un fragmento de No entres tan deprisa en esa noche oscura, para que sean
ustedes, amigos, quienes juzguen de primera mano la calidad de este autor:
Cuántas
veces, por la noche, me ocurre oír a alguien que se acerca y aleja entre los
alhelíes y no me atrevo a acercarme a la ventana por temor a los muertos
Algo me dice al despertarme que ahí fuera
están los muertos
el señor general y el presidente Krüger que
hablan de Mozambique creyéndose en un balcón de África, mi abuelo que ordena
las piezas del ajedrez en la pérgola del lago, mi abuela de vuelta del Casino y
Adelaide que la espera con tisanas y chales, quién sabe si mi padre no acaba de
fallecer en la clínica y dentro de poco el teléfono, al principio una pausa en
la casa con el timbre que no para de sonar, después la misma pausa en la sala
de la planta baja mientras en el cuarto de las criadas y en el primer piso
protestas, arrastrar de zapatillas, habitaciones que se encienden de golpe, se
vuelven conocidas y van perdiendo misterio
anaqueles, espejos
mi hermana descalza en los escalones que
aparta brumas con los brazos
-Es para mí
un montón de perros quién sabe dónde, la
cocinera nueva con una bata de mi madre, la de color lila que yo envidiaba
tanto cuando éramos pequeñas, me la ponía a escondidas y adoptaba una expresión
severa para saludarme ante el armario
-Buenos días, señora
irritada porque mis pies no crecían y por
mi poco pecho, alguien suspendió el péndulo del reloj y el mecanismo de
desequilibró en un sollozo de ruedas, mi madre en un desliz
-Es tu padre ¿no?
seguro que si cogiese la llave y dos
vueltas ni un armario ni un baúl en el desván, cuántas veces, por la noche, me
ocurre oír a alguien que se acerca y aleja entre los alhelíes y me quedo en la
cama, no me atrevo a acercarme a la ventana por temor a los muertos
Terminas
de leer y dices: gracias, António Lobo Antunes por sumergirme en la belleza de
tus letras…
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