Mis novelas

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jueves, febrero 29, 2024

ESCRITORES PORTUGUESES

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Por alguna razón misteriosa, y a pesar de la cercanía tanto geográfica como cultural entre Portugal y España, a nuestro país que es hijo, en cuanto a las letras, de esa Madre Patria, poco y tarde nos llegan obras de los grandes autores que ha dado y sigue haciéndolo la nación lusitana. Con excepción de José Saramago, quien después de recibir el Premio Nobel y, gracias a las excelentes traducciones de su esposa Pilar, ha sido ampliamente difundido en nuestra lengua, nos suena familiar, quizás, el nombre de Fernando Pessoa, pero más por haberse convertido en personaje de otros novelistas, como el propio Saramago o el italiano Antonio Tabucci, que por su obra imprescindible. Pero poco conocemos de otros genios portugueses, como Eca de Queiroz, o los que todavía respiran y escriben en aquella península, como Agustina Bessa Luís, Antonio Lobo Antunes o José Luis Peixoto, por nombrar a los más famosos.

Marcados por el mar, por una orografía difícil y un clima casi siempre malo, los literatos portugueses se caracterizan por su profundidad, son expertos en penetrar hasta lo más íntimo del alma humana y retratan de forma asombrosa las intrincadas relaciones entre las personas. También son notorias la originalidad de sus descripciones y la inclinación a dejar testimonio de su realidad, de su gente y sus costumbres.

Para muestra, dos probadas, primero, un fragmento de La Sibila, novela de Agustina Bessa Luís:

uno de los aspectos más característicos de Quina era despreciar por principio a todas las mujeres. No que personalmente las odiase, pero, en general, les atribuía una categoría deprimente, y, como elemento social, no las tenía en cuenta. La verdad era que, toda la vida, había luchado ella por superar su propia condición, y, al conseguirlo, al llegar a ser apuntada como cabeza de familia, conocida en la feria y en el tribunal, buscada por negociantes, consultada por los viejos labradores, que la trataban con la misma seca objetividad usada entre ellos, mantenía en relación con las otras mujeres una actitud no desprovista de originalidad. Amadas, sirviendo a sus señores, llenas de un mimo doméstico e inconsecuente, convertidas en abyectas a costa de serles negada la responsabilidad, usando el amor con instinto de ganancia, parásitas del hombre y no compañeras, Quina sentía por ellas un desdén un tanto despechado e incluso tímido, pues había en esa condición de esclavas regaladas algo que la hacía sentirse frustrada como mujer.

Y del monumento que es el Libro del Desasosiego, de Fernando Pessoa, este fragmento, muy adecuado para mis colegas escritores:

Las frases que nunca escribiré, los paisajes que no podré describir nunca, con qué claridad los dicto cuando, recostado, no pertenezco sino lejanamente, a la vida. Cincelo frases enteras, perfectas palabras por palabra, contexturas de dramas que se me narran construidas en el espíritu, siento el movimiento métrico y verbal de grandes poemas en todas las palabras y un esclavo al que no veo, me sigue en la penumbra. Pero si diese un paso, desde la silla donde yazgo entre sensaciones casi realizadas, hacia la mesa donde querría escribirlas, las palabras huyen, los dramas mueren, del nexo vital que unió al murmullo rítmico no queda más que una añoranza lejana, un resto de sol sobre unos montes alejados, un viento que eleva a las hojas al lado del umbral desierto, un parentesco nunca revelado, la orgía de los demás, la mujer que nuestra intuición dice que miraría para atrás, y que nunca llega a existir.

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Mi mayor placer es soñar. Soñar dormida y más, despierta. Dejar volar la imaginación y tratar de convertir esos sueños en palabras.

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