Está
muy en boga ese estilo de baile que aquí llamamos danza árabe y los
norteamericanos, belly dance, es
decir, danza del vientre. Esta disciplina engloba diversos estilos de bailes
folclóricos y rituales, provenientes de otros tantos sitios y culturas del
Medio Oriente. Entre ellos se encuentran antiguas danzas de la India, Egipto,
Siria y Persia, mezcladas con el estilo andalucí, emparentado con los bailes
flamencos del sur de España.
Son
elementos comunes los movimientos circulares de las bailarinas, relacionados
con las órbitas de los astros y con ritos encaminados a la fertilidad,
preocupación primigenia de las antiguas culturas en que surgieron. Tales movimientos sensuales sedujeron al
mundo occidental desde el primer encuentro. Las corrientes orientalistas de
Europa, desde el siglo XVIII y, con más frenesí en el XIX, idealizaron y
expresaron, a través del arte, todo lo relacionado con esas culturas
exóticas.
En
esa época, el mito se hizo realidad en una mujer de trágico destino que se
convirtió en ícono universal: Mata Hari, la famosa bailarina, fusilada bajo
acusaciones de fungir como doble espía durante la Primera Guerra Mundial.
Esta mujer no tenía en realidad nada de
sangre oriental: su verdadero nombre era Margaretha Geertruida Zelle,
originaria de los Países Bajos, donde nació en 1876. Muy joven, contrajo
matrimonio con un oficial de marina mucho mayor que ella. A él lo asignaron a
la isla de Java. Al volver a Europa, Margaretha trajo consigo el conocimiento
de la danza y, en su mente fantasiosa, una historia que inventó sobre sí misma:
“Mi madre, gloriosa bayadera del templo de Kanda Swany, murió a los catorce
años, el día de mi nacimiento. Por ello, los sacerdotes me pusieron Mata Hari,
que quiere decir “ojo de la aurora”. Afirmaba haber aprendido allá los sagrados
ritos de la danza.
En
1903, ya divorciada, se mudó a París; allí comenzó su éxito como bailarina
exótica, en un circo, donde la gente hacía cola para verla actuar. Y muchos
caballeros desfilaban a los camerinos, en busca de algo más que danza. Mata
Hari coleccionaba aplausos… y amantes, de todas las nacionalidades. Aunque sus
favoritos eran los uniformados, se anotaron en su larga lista otros hombres
importantes, como el compositor Giacomo Puccini o el Barón Henri de Rothschild,
quien la colmó de joyas. A todos les
contaba versiones diferentes sobre su origen y, seguramente, los engañaba
acerca de sus sentimientos.
Cuando
estaba en la cúspide, estalló la Gran Guerra. Mata Hari se encontraba en
Alemania. Su amante en turno, Kraemer, cónsul alemán en Amsterdam y jefe del
espionaje de su país, la involucró en el jugoso negocio de la información
secreta. Ella comenzó a obtener información de los franceses, específicamente
del capitán Ledoux, jefe del Servicio secreto de su país, con quien estaba
también involucrada.
Obviamente,
una mujer tan notoria no haría un buen papel como espía secreta; las cosas se
complicaron aún más porque se enamoró de un joven oficial ruso. Poco antes de
que la Guerra llegara a su fin, Mata Hari cayó prisionera en Francia y se le
sometió a uno de los juicios que la historia registra como una gran injusticia,
sin pruebas concluyentes, y basado en hipótesis no probadas. Aun así, utilizándola como castigo ejemplar,
se le condenó a la pena de muerte.
Ninguno
de sus amantes impidió el desenlace. Tampoco sus encantos, ya un poco
marchitos, que trató de utilizar con los guardias y, al final, con el pelotón
de fusilamiento. Cuentan que se negó a que le vendaran los ojos, y que lanzó un
beso de despedida a sus verdugos, con tal dulzura, que sólo cuatro de los doce
soldados se atrevieron a apuntarle. Los otros ocho dispararon fuera del blanco.
De
acuerdo con las leyes vigentes, su cuerpo, como el de todo criminal, se entregó
a los estudiantes de medicina para su estudio. Su cabeza embalsamada permaneció
en el Museo de Criminales de Francia, hasta que alguno de sus admiradores la
robara y desapareciera en 1968.
Tal
es la historia de Mata Hari, la espía, famosa por su talento para bailar. Quizá
no una mujer ejemplar, pero sí digna de ser mencionada en este mes dedicado a
las mujeres.
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