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lunes, marzo 11, 2024

MATA HAR

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Está muy en boga ese estilo de baile que aquí llamamos danza árabe y los norteamericanos, belly dance, es decir, danza del vientre. Esta disciplina engloba diversos estilos de bailes folclóricos y rituales, provenientes de otros tantos sitios y culturas del Medio Oriente. Entre ellos se encuentran antiguas danzas de la India, Egipto, Siria y Persia, mezcladas con el estilo andalucí, emparentado con los bailes flamencos del sur de España. 

Son elementos comunes los movimientos circulares de las bailarinas, relacionados con las órbitas de los astros y con ritos encaminados a la fertilidad, preocupación primigenia de las antiguas culturas en que surgieron.  Tales movimientos sensuales sedujeron al mundo occidental desde el primer encuentro. Las corrientes orientalistas de Europa, desde el siglo XVIII y, con más frenesí en el XIX, idealizaron y expresaron, a través del arte, todo lo relacionado con esas culturas exóticas. 

En esa época, el mito se hizo realidad en una mujer de trágico destino que se convirtió en ícono universal: Mata Hari, la famosa bailarina, fusilada bajo acusaciones de fungir como doble espía durante la Primera Guerra Mundial. 

        Esta mujer no tenía en realidad nada de sangre oriental: su verdadero nombre era Margaretha Geertruida Zelle, originaria de los Países Bajos, donde nació en 1876. Muy joven, contrajo matrimonio con un oficial de marina mucho mayor que ella. A él lo asignaron a la isla de Java. Al volver a Europa, Margaretha trajo consigo el conocimiento de la danza y, en su mente fantasiosa, una historia que inventó sobre sí misma: “Mi madre, gloriosa bayadera del templo de Kanda Swany, murió a los catorce años, el día de mi nacimiento. Por ello, los sacerdotes me pusieron Mata Hari, que quiere decir “ojo de la aurora”. Afirmaba haber aprendido allá los sagrados ritos de la danza.

En 1903, ya divorciada, se mudó a París; allí comenzó su éxito como bailarina exótica, en un circo, donde la gente hacía cola para verla actuar. Y muchos caballeros desfilaban a los camerinos, en busca de algo más que danza. Mata Hari coleccionaba aplausos… y amantes, de todas las nacionalidades. Aunque sus favoritos eran los uniformados, se anotaron en su larga lista otros hombres importantes, como el compositor Giacomo Puccini o el Barón Henri de Rothschild, quien la colmó de joyas.  A todos les contaba versiones diferentes sobre su origen y, seguramente, los engañaba acerca de sus sentimientos.

Cuando estaba en la cúspide, estalló la Gran Guerra. Mata Hari se encontraba en Alemania. Su amante en turno, Kraemer, cónsul alemán en Amsterdam y jefe del espionaje de su país, la involucró en el jugoso negocio de la información secreta. Ella comenzó a obtener información de los franceses, específicamente del capitán Ledoux, jefe del Servicio secreto de su país, con quien estaba también involucrada. 

Obviamente, una mujer tan notoria no haría un buen papel como espía secreta; las cosas se complicaron aún más porque se enamoró de un joven oficial ruso. Poco antes de que la Guerra llegara a su fin, Mata Hari cayó prisionera en Francia y se le sometió a uno de los juicios que la historia registra como una gran injusticia, sin pruebas concluyentes, y basado en hipótesis no probadas.  Aun así, utilizándola como castigo ejemplar, se le condenó a la pena de muerte.

Ninguno de sus amantes impidió el desenlace. Tampoco sus encantos, ya un poco marchitos, que trató de utilizar con los guardias y, al final, con el pelotón de fusilamiento. Cuentan que se negó a que le vendaran los ojos, y que lanzó un beso de despedida a sus verdugos, con tal dulzura, que sólo cuatro de los doce soldados se atrevieron a apuntarle. Los otros ocho dispararon fuera del blanco.

De acuerdo con las leyes vigentes, su cuerpo, como el de todo criminal, se entregó a los estudiantes de medicina para su estudio. Su cabeza embalsamada permaneció en el Museo de Criminales de Francia, hasta que alguno de sus admiradores la robara y desapareciera en 1968.

Tal es la historia de Mata Hari, la espía, famosa por su talento para bailar. Quizá no una mujer ejemplar, pero sí digna de ser mencionada en este mes dedicado a las mujeres.

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