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miércoles, marzo 22, 2023

STALIN

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Fue el siglo XX un siglo de grandes cambios en la población de todo nuestro planeta. Dos guerras mundiales más una infinidad de conflictos bélicos con intervención de grandes potencias y la redefinición de fronteras y países. También, tiempo de terribles y sanguinarios dictadores. Entre los que más influyeron en la política del mundo entero y dejaron un saldo de vidas perdidas enorme, se encuentra el temido José Stalin, líder de la URSS por tres largas décadas.

Stalin, que significa “hombre de acero” no era su verdadero nombre, sino un alias adquirido durante su militancia bolchevique. Se llamaba Iósif Vissariónovich Dehugashvili, y nació en Giorgia en 1879, al seno de una familia humilde. Quedó huérfano a temprana edad y fue acogido en un seminario. Sus ideas revolucionarias y su mal comportamiento le valieron la expulsión del mismo.

En 1903 se unió al partido bolchevique, liderado por Lenin, para luchar contra el sistema zarista. Pronto destacó en el partido y asumió la función propagandística, pues tenía el don de multiplicar a sus seguidores mediante la comunicación que, por entonces, no contaba con los medios electrónicos y redes sociales que ahora conocemos. Fue detenido en varias ocasiones, pero la prisión sirvió para alimentar su ardor revolucionario.

Ascendió dentro del partido, llegando a ser nombrado secretario general por el propio Lenin, quien después se arrepentiría de darle tanto poder y dejaría,  en su testamento, la instrucción de apartarlo del cargo supremo. Pero Stalin consiguió ocultar este escrito a la muerte del ideólogo comunista y, venciendo al grupo de Trotsky, se hizo del control del gobierno en 1924. Y lo ejerció, desde el inicio, a base de terror y autoritarismo, tal como Lenin lo había anticipado: Stalin es demasiado brusco, y este defecto, plenamente tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, los comunistas, se hace intolerable en el cargo de secretario general. 

El apóstol del comunismo se había quedado corto con el adjetivo de “brusco”. Stalin fue un gobernante autoritario y cruel como pocos. Usó el culto a la figura de su antecesor como bandera, aunque en la práctica se apartó de sus principios y gobernó bajo un solo criterio: sus propias ideas y su omnipotente voluntad.

A Trotsky, como sabemos, lo mandó perseguir y asesinar en nuestro país, donde se había exiliado y, supuestamente, contaba con la protección del gobierno que de poco le valió.

Al seno de su gabinete utilizaba la política de promover la intriga y acusaciones mutuas, el “divide y vencerás” haciendo, aun de sus más cercanos allegados, enemigos potenciales que, casi siempre, acabaron en los Gulags, ajusticiados o desaparecidos. Y lo mismo sucedió con todo aquél que osara expresar cualquier opinión, por mínima que pareciese, en contra de su actuación. Desarrolló el culto a su personalidad, erigiendo su propia efigie frente a todo edificio público a lo largo de su inmenso territorio. 

Treinta años bajo un yugo de tal naturaleza, donde se pierden todos los denominados “derechos humanos”, constituyen un infierno inimaginable. Ser obligado a trabajar en donde el sistema lo decida. No poder hablar con nadie sobre tus inquietudes, convertirte o nacer como una pieza del engranaje manejado por un solo hombre, un paranoico genial que ve, aún en sus familiares, la sombra del peligro, fue una realidad para los muchos millones de soviéticos de aquellos tiempos.

No hay datos precisos acerca del número de víctimas, pero, según los datos documentados por el propio Gulag, fueron detenidos más de 1’300,000 personas por motivos políticos. De ellas casi 700,000 fueron fusiladas. Del resto, pocos sobrevivieron a las condiciones extremas de ese confinamiento. Estos datos resultan muy conservadores frente a otros cálculos que hablan del doble o triple de estas cifras.

El horror de vivir bajo este régimen sirvió de inspiración a un sinnúmero de obras en todas las ramas del arte. 

En literatura, me vienen a la mente las recomendables novelas El gran hermano y La rebelión en la granja, de George Orwell, que critica con inteligente ironía el sistema soviético sin mencionarlo y, desde luego, las obras del Premio Nobel Aleksandr Solzhenitzyn, Archipiélago Gulag, Un día en la vida de Iván Denísovich y Pabellón de Cáncer, quien vivió en carne propia los horrores del estalinismo.

No olvidemos que la literatura es un juego de espejos para conocernos y reconocernos, y el estudio de la historia, la forma de detectar los yerros de quienes nos antecedieron, para tratar de evitarlos. 


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