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jueves, marzo 02, 2023

HERNÁN CORTÉS (1485-1547)

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Entre los conquistadores de la historia, no puede faltar el que más nos concierne, el hombre que, por la fuerza, fundó nuestra mexicanidad, hija de dos raíces. Se trata, desde luego de Hernando de Cortés, Capitán General de la Nueva España y Marqués del Valle de Oaxaca.

Como Pizarro, Hernán Cortés era originario de la árida provincia de Extremadura, en España, e incluso era primo segundo de quien conquistara Perú, pero de mejor cuna, pues Cortés era hijo legítimo del hidalgo Martín Cortés y Catalina Pizarro. Su padre lo envió a Salamanca a estudiar leyes, más el talante inquieto y aventurero de Hernando lo empujó a abandonar los estudios y embarcarse hacia la recién conquistada isla de La Española. 

Astucia, valentía, ambición y falta de escrúpulos, fueron las características de este hombre a través de su exitosa carrera de explorador y conquistador. Gracias a ellas fue capaz de retar el poder de Diego de Velázquez, el gobernador de Cuba, y hacerse de nuevo a la mar tras las tierras continentales, llenas de tesoros, según sus informantes. Decidido a no retroceder jamás, Cortés utilizó a sus intérpretes, se enteró de las discordias entre los diversos pueblos y las aprovechó para avanzar hasta el corazón del Imperio Mexica, donde la superstición del tlatoani Moctezuma, la alianza con los tlaxcaltecas, las armas de fuego y los caballos, además de su más mortífera arma: la viruela, le permitieron convertirse en el amo del Cemanáhuac. Pero esas mismas características, y el exceso de crueldad que con frecuencia ejercía, le granjearon terribles enemigos que tuvieron siempre su poder en la cuerda floja. 

Son bien conocidos algunos de sus desplantes y hechos sangrientos, como la quema de naves para poner fin al motín de sus hombres que deseaban abandonar la empresa y volver a Cuba; la matanza de Cholula, la tortura de Cuauhtémoc y del cacique de Tacuba, quemándoles los pies para obligarlos a revelar el escondite del supuesto tesoro imperial. 

Pero quizá el aspecto más sombrío de este héroe militar sea el relativo a las mujeres de su vida.  Para él las mujeres fueron no solamente objetos de placer, sino también instrumentos para afianzar su poder. La Malinche, Malitzin o doña Marina, fue quizás la más importante. Sin ella, el éxito en su guerra contra los mexicas no habría sido tan rápido y, quizás, no lo habría conseguido. Esa mujer inteligentísima, le explicaba las creencias, formas de vida, alianzas y enemistades de los pueblos indígenas. Con ella procreó a su hijo predilecto: don Martín Cortés, mismo nombre que dio, un año más tarde, al hijo que tuvo con su esposa española, Catalina Xuárez.  Fue esta española, ciertamente, la peor de las víctimas de la crueldad de Cortés. No la desposó por amor, sino por obligación, pues el gobernador Diego de Velázquez, casado con la hermana de Catalina, lo mandó a apresar por haber incumplido la promesa de matrimonio hecha a su cuñada, y lo soltó solamente para que llevara a cabo dicho juramento. Triste comienzo para un matrimonio del que Cortés creyó haberse librado al partir en expedición de conquista. Sin embargo, Catalina, enamorada o todavía encaprichada con él, viajó a alcanzarlo en cuanto se enteró de que era ya el dueño de la ciudad de México. Cortés fingió gran alegría, pero obviamente no era genuina, pues vino a estorbarle en la casa de Coyoacán, donde vivía en amasiato con doña Marina, amén de gozar de toda aquella criada india o dama española que diera gusto a su mirada, debilidad que siempre había tenido, según palabras de Bernal Díaz del Castillo: cuando mancebo, en la isla Española, fue algo travieso sobre mujeres… y, según testimonio de Vázquez de Tapia durante el juicio de residencia de Cortés: tenía infinitas mujeres dentro de su casa, de la tierra, e otras de Castilla, e según era pública voz e fama entre sus criados e servidores, se decía, con cuantas en su casa tenía acceso, aunque fueran parientas unas de otras; e que con otras mujeres casadas es notorio que ha tenida muchos accesos…

Una de esas mujeres indígenas a quien Cortés tomó por la fuerza, fue la hija de Moctezuma, Tecuixpo, bautizada doña Isabel de Moctezuma, quien tuvo la entereza de repudiar a su propia hija, Leonor, aduciendo que no podía ser madre del fruto de una violación.

Y no sólo de amores forzados o consentidos guardó mudo testimonio la casa de Coyoacán donde habitó el Conquistador. También de la misteriosa muerte de doña Catalina, su esposa legítima, quien, según la opinión de muchos, fue estrangulada por su propio esposo, harto de los reclamos de ella sobre sus infidelidades. Crimen que, de haber ocurrido, quedó sin resolver y, desde luego, sin castigar por la justicia de los hombres. 

Sin embargo, Cortés no halló la paz ni siquiera en la tumba, pues sus restos fueron exhumados y cambiados de sitio más de diez veces, antes de quedar, por decreto presidencial de 1947, en el Hospital de Jesús, una de las edificaciones arrasadas por el terremoto de 1985.

 Este hombre imprescindible en nuestra historia es personaje de mi novela De estirpe guerrera, te invito a leerla.


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