Mis novelas

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miércoles, noviembre 17, 2021

DON PORFIRIO EXILIADO

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Un personaje del que todavía nos falta distancia temporal para poder valorar sin apasionamiento, es Porfirio Díaz, el dictador cuya mínima sensibilidad hacia los desfavorecidos provocó la Revolución mexicana y empañó su imagen de patriota, héroe en la guerra contra los franceses y, sin duda, un administrador con visión progresista y globalizada.

El mayor hierro de Díaz fue, como el de muchos en la historia de la humanidad, perpetuarse en el poder. Ningún gobernante es perfecto, y prolongar los periodos en el poder, no hace más que profundizar las áreas de omisión o desatención por su parte.

Mi abuelo creció bajo su gobierno y lo sobrevivió por medio siglo; participó años después en la Secretaría de Hacienda de gobiernos post revolucionarios. En su archivo personal (que últimamente he estado revisando), guardaba la copia de una carta enviada por Don Porfirio al ministro de Hacienda y Crédito Público, desde su exilio en Francia. La comparto con ustedes que, seguramente, tendrán opiniones de toda índole sobre su contenido:

Por el periódico oficial acabo de saber que el Gobierno de la República ha ordenado se me pague el haber que la ley concede al General de División retirado, con más de cuarenta años de servicio.

No obstante que aún no se me comunica oficialmente, me dirijo a Ud. Permitiéndome suplicarle se sirva dar sus órdenes, a fin de que los $6,570 seis mil quinientos setenta pesos, importe anual de mi pensión, se apliquen por mitad, al Colegio Militar y a la Escuela de Aspirantes, con instrucciones para que cada uno de esos establecimientos, divida la suma que le corresponde, en tantas fracciones como primeros y segundos premios obtengan los alumnos, al finalizar el año escolar.

Con este pequeño donativo a cada alumno premiado, quiero obsequiar a los abnegados patriotas en cuyo honor militar se ha de fincar la paz, tan indispensable para la prosperidad y respeto internacional de mi Patria, ya que en mis actuales circunstancias, no puedo ofrecerle mis servicios en los días que me queden de la vida que sin reserva le consagré.

Dicha carta, firmada en Francia en enero de 1912, destila ironía. Su estilo formal y amable no consigue ocultar la frustración, el rencor de un hombre que, si bien se equivocó en las áreas que antes mencioné, estuvo seguro de haber dado lo mejor de sí para su Patria, a la que sin duda amaba.

Cabe mencionar que la pensión de que habla la carta era una cantidad ridícula (más o menos el 150% del ingreso anual de una enfermera en ese tiempo), si consideramos las pensiones millonarias que, más cerca de este tiempo nuestro, se otorgó a los expresidentes y a los generales en retiro.

Ahí les dejo el tema. Será un gusto recibir sus opiniones.

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