Un personaje del que todavía nos falta distancia temporal
para poder valorar sin apasionamiento, es Porfirio Díaz, el dictador cuya mínima
sensibilidad hacia los desfavorecidos provocó la Revolución mexicana y empañó
su imagen de patriota, héroe en la guerra contra los franceses y, sin duda, un
administrador con visión progresista y globalizada.
El mayor hierro de Díaz fue, como el de muchos en la
historia de la humanidad, perpetuarse en el poder. Ningún gobernante es
perfecto, y prolongar los periodos en el poder, no hace más que profundizar las
áreas de omisión o desatención por su parte.
Mi abuelo creció bajo su gobierno y lo sobrevivió por
medio siglo; participó años después en la Secretaría de Hacienda de gobiernos
post revolucionarios. En su archivo personal (que últimamente he estado
revisando), guardaba la copia de una carta enviada por Don Porfirio al ministro
de Hacienda y Crédito Público, desde su exilio en Francia. La comparto con
ustedes que, seguramente, tendrán opiniones de toda índole sobre su contenido:
Por el periódico oficial acabo de
saber que el Gobierno de la República ha ordenado se me pague el haber que la
ley concede al General de División retirado, con más de cuarenta años de
servicio.
No obstante que aún no se me
comunica oficialmente, me dirijo a Ud. Permitiéndome suplicarle se sirva dar
sus órdenes, a fin de que los $6,570 seis mil quinientos setenta pesos, importe
anual de mi pensión, se apliquen por mitad, al Colegio Militar y a la Escuela
de Aspirantes, con instrucciones para que cada uno de esos establecimientos,
divida la suma que le corresponde, en tantas fracciones como primeros y
segundos premios obtengan los alumnos, al finalizar el año escolar.
Con este pequeño donativo a cada
alumno premiado, quiero obsequiar a los abnegados patriotas en cuyo honor
militar se ha de fincar la paz, tan indispensable para la prosperidad y respeto
internacional de mi Patria, ya que en mis actuales circunstancias, no puedo
ofrecerle mis servicios en los días que me queden de la vida que sin reserva le
consagré.
Dicha carta, firmada en Francia en enero de 1912, destila
ironía. Su estilo formal y amable no consigue ocultar la frustración, el rencor
de un hombre que, si bien se equivocó en las áreas que antes mencioné, estuvo
seguro de haber dado lo mejor de sí para su Patria, a la que sin duda amaba.
Cabe mencionar que la pensión de que habla la carta era
una cantidad ridícula (más o menos el 150% del ingreso anual de una enfermera
en ese tiempo), si consideramos las pensiones millonarias que, más cerca de
este tiempo nuestro, se otorgó a los expresidentes y a los generales en retiro.
Ahí les dejo el tema. Será un gusto recibir sus
opiniones.
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