En
1769, en una isla del Mediterráneo, María Letizia Ramolino daba a luz un hijo
más, el segundo de los ocho que tendría, sin imaginar siquiera el destino
inmenso que se abría ante él. La isla había sido vendida un año antes a Francia
por la República de Génova. Sus habitantes, los corsos, no se sentían franceses
en absoluto y guardaban rencor a Italia por haberse deshecho de ellos como una
mercancía. El esposo de María Letizia, Carlo di Buonaparte, aristócrata de
Córcega, llamó a su hijo Nabulione.
Durante
su infancia temprana, este niño huraño y retraído, mal estudiante, excepto en
matemáticas, no daba aún cuenta de su genialidad. Tal vez, porque como él
decía: no puedo escribir bien porque me
arrastran dos corrientes: la de las ideas y la de mi mano. Las ideas son más
veloces y, por tanto, adiós a los caracteres.
Fue
hasta después de los diez años, cuando ingresó junto con su hermano José a la
Real Escuela Militar de París, que comenzó a mostrar sus aptitudes y, a los 16
años, fue comisionado como teniente de artillería. Al estallar la Revolución,
este joven militar comenzó a destacar por su determinación, su capacidad y su
valor, convirtiéndose en un personaje importante bajo el régimen del
Directorio.
Al
frente del ejército francés, emprendió con gran éxito la invasión de Italia. Querido
por sus tropas, temido por el enemigo, siguió dando cuenta de su genio, de su
profundo conocimiento de la estrategia militar tradicional y su capacidad para
aplicarla en el momento y la forma necesarias para vencer; asimismo, fue un
maestro en materia de espionaje y simulación. Me creen afortunado porque soy hábil: pero los hombres débiles son los
que acusan a los fuertes de tener suerte, afirmaba.
Una
vez ocupada Italia y terminadas las negociaciones con Austria para respetar los
nuevos límites territoriales, Napoleón volvió a Francia, donde se le recibió
como un héroe. Entonces propuso emprender una expedición para colonizar Egipto,
en la que participaron, además de la fuerza militar, un buen número de
científicos e investigadores. Esto era algo novedoso, que granjeó a Bonaparte
la simpatía de muchos ilustrados de la época.
En Egipto consolidó su poder, ordenó la abolición de la servidumbre y el
feudalismo y garantizó los derechos básicos de los ciudadanos. Fue llamado por
los egipcios Sultán Kebir, que significa Sultán de Fuego. Se me considera severo y duro. Tanto mejor, eso me exime de serlo, decía.
Desde
Egipto, Napoleón estudiaba la situación europea y se preparaba para regresar.
Volvió a la escena francesa cuando su país estaba seriamente amenazado por la
Segunda Coalición, formada por la alianza de los enemigos de Francia: Gran
Bretaña, Austria, Rusia, Portugal y Nápoles. Bonaparte se presentó como el
personaje fuerte, tanto en lo militar como en lo político, y se puso a la
cabeza del golpe de estado del famoso 18 de Brumario, que lo convirtió en
Primer Cónsul y, al poco tiempo, en Cónsul vitalicio. Desde el Consulado,
emprendió importantes reformas en todas las áreas de gobierno, desde obras
públicas, educación, relaciones exteriores y reconciliación entre facciones
internas. De esa época es el Código napoleónico, fundamento de las
legislaciones de muchos tiempos y lugares, todavía en nuestros días.
Pero
la ambición de poder del general corso no tenía límite. No conforme con el
consulado vitalicio, consiguió auto coronarse emperador de Francia y emprender
el ensanchamiento de las fronteras del Imperio, iniciando las guerras de
conquista más atrevidas de varios siglos. No
soy sucesor de Luis XVI, sino de Carlomagno, aseguraba y, picado por el
aguijón enajenador del poder, llegó a pensar, como todos los grandes de la
historia, que tenía una misión escrita en las estrellas: el hombre de genio es un meteoro destinado a quemarse para alumbrar un
siglo. En efecto, este hombre dejó su marca en la historia, no solamente de
Francia, sino de buena parte del mundo. Entre su legado, además del Código y
otras leyes, están innumerables y majestuosas construcciones, así como
importantes descubrimientos en Egipto. Inspiró y protegió a muchos artistas,
entre ellos Beethoven y Víctor Hugo. Pero desgraciadamente, esa huella estaba
llena de sangre: fueron millones de soldados, tanto de los suyos como de sus
enemigos, los que murieron durante las batallas que provocó. Uno de sus más
furiosos críticos, Thomas Jefferson, lo calificó como “el Atila de nuestro
tiempo”, quien: ha causado la muerte de
cinco o diez millones de seres humanos, la devastación de otros países, la
despoblación del mío, el agobio de todos sus recursos, la destrucción de sus
libertades…Ha hecho todo esto para hacer más ilustres las atrocidades
perpetradas, para engalanarse a sí mismo y a su familia con diademas y cetros
robados.
Luces
y sombras propias del ser humano, enormes en los que destacan.
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