Hace
cerca de un año, mis colegas Vicente Alfonso, Emiliano Pérez Cruz y una
servidora, nos reunimos para deliberar, después de leerlas y releer las
mejores, cuál de las setenta y tantas novelas recibidas para optar por el
Premio Nacional de Literatura “Laura Méndez de Cuenca” 2022 tenía los mayores
merecimientos para obtenerlo. Debo contarles que no fue fácil. A diferencia de
otros certámenes en que había fungido como jurado, en esta ocasión había varias
novelas muy muy buenas, bien escritas, con propuestas originales.
Finalmente,
debido a la recreación de una época interesante en nuestro país y en el mundo,
la estructura a dos voces bien diferenciadas, la tensión narrativa que nunca se
pierde, el excelente manejo del lenguaje, los diálogos siempre frescos y
creíbles y (aunque el autor lo niega sistemáticamente) estar inspirada en un
caso real, elegimos El regreso del Kazajo.
Pocos
saben que Kazajo se refiera a un lugar poco conocido Kazajistán, ahora un país
independiente en la costa del Mar Caspio, por entonces, en el tiempo de la
novela, miembro de la URSS.
Desmenuzaré
los elogios que mis colegas y yo escribimos en el dictamen:
La
recreación de la época interesante: Interesantísima, diría yo. El eje narrativo
de la novela se desarrolla en el año 1955, el de mi nacimiento, en medio de la
Guerra Fría, cuando las potencias se espiaban mutuamente a través de agentes
secretos, espías que muchas veces trabajaban para más de un solo amo.
Las
descripciones y referencias que nos sumergen con maestría en ese tiempo están
tan bien hechas (y lo digo con conocimiento de causa) que nunca imaginé que el
autor no fuera más o menos contemporáneo mío. Al conocer a Gerardo Antonio
Martínez mi asombro se cubrió de admiración, pues significa que, además de
investigar acuciosamente, tiene un gran talento para insertar estos datos con
enorme naturalidad.
Hablemos
ahora de las voces de la novela. El eje de la acción, situado en 1955, lo
cuenta un narrador omnisciente, cuya mirada se centra en Nacho Cervera, el
joven investigador, abogado “fifí” que atraviesa una crisis existencial. La
posibilidad de renunciar a su trabajo en un diario y dedicarse a la búsqueda de
Emilio Padilla, “El kazajo”, desaparecido en el aeropuerto de la Ciudad de
México al volver, tras veinte años pasados en prisiones soviéticas. En esta
parte de la novela las acciones se suceden vertiginosamente sin dar respiro al
lector: escenas criminales, policías “a la mexicana” y recorridos por la
capital de nuestro país. Los diálogos, ágiles y creíbles, nos sumergen en la
intriga y mantienen en vilo nuestra atención. Pero no dejan a un lado la
esencia de la literatura: el lenguaje de la calle se convierte en arte y
reflexión. Belleza y filosofía nacidas de momentos en que los personajes son
guiados por bajos instintos, tal y como sucede en las calles hoy en día.
La
verosimilitud de esos personajes, de esas acciones, denotan un profundo
conocimiento de las prácticas policíacas, así como de las entretelas del
Partido Comunista y de los diplomáticos de las grandes potencias.
El
otro hilo narrativo es un largo monólogo, insertado en fragmentos que alternan
con las acciones mencionadas, en que Emilio Padilla narra su historia, su
militancia en el Partido Comunista, y los horrores sufridos en las prisiones
soviéticas. Esa voz cambia el ritmo de la narración, pero no permite aflojar la
tensión, el interés ni dejar de disfrutar la belleza, la poesía que sale de la
pluma de Gerardo Antonio Martínez. Miedo, amor, desamor, soledad, son algunos
de los sentimientos que transmite al lector.
En suma, les recomiendo ampliamente esta novela; además, la edición, como todas las del FOEM, que (hasta ahora) son garantía de belleza y calidad. No van a arrepentirse. Este talentoso joven, lo vaticino, dará mucho de qué hablar en el futuro.
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