Uno de mis autores contemporáneos favorito es el cubano
Leonardo Padura. Su estilo que combina el humor, la alegría de vivir tan
caribeña, con el magistral manejo de la tensión narrativa, llenan de placer las
horas de lectura de sus obras. Entre sus novelas destacan las protagonizadas
por Mario Conde, un entrañable detective “a la cubana” que, para muchos de sus
críticos, constituye el alter ego del propio Padura.
Recientemente leí una novela de su autoría que se aleja
de ese personaje y del género de thriller tropical que le es
característico. Se trata de Como polvo en el viento, que el propio
Leonardo Padura ha calificado como la más personal de sus obras.
A través de un coro de voces, inspiradas en personajes
reales, quizá su grupo de amigos universitarios, Como polvo en el viento
es un recuento de los destinos divergentes a que la diáspora cubana lanzó a
muchos de ellos, quienes en la juventud convivían como miembros de una familia.
Si bien esta obra carece de la redondez y precisión
narrativas de su famosa tetralogía, a mí me llegó al corazón el halo de
nostalgia que transmiten sus páginas. Y contagió la tristeza de ver a una
generación que pugna por abandonar su tierra, su comunidad, sus costumbres,
familia y amigos. Me hizo ver ese reflejo en nuestra propia sociedad.
Pertenezco a la misma generación de Padura: ambos nacimos
en 1955. A él le tocó perder a sus amigos cercanos, los que consiguieron huir
de una sociedad en donde los caminos al éxito profesional y económico estaban
bloqueados, amén de sufrir, día y noche, la continua sensación de estar siendo
vigilados, espiados, y el terror de que a tal vigilancia sucediera la
detención, los interrogatorios, la tortura, la posible desaparición misteriosa.
A nosotros, los abuelos mexicanos, nos está tocando atestiguar y sufrir la diáspora
de la generación que nos sigue: la de nuestros hijos que tampoco encuentran
aquí las oportunidades de crecer profesionalmente de manera honesta, y se
niegan a vivir con miedo a las diversas formas de presión que los poderes
fácticos perfeccionan cada día.
Muchos de mis contemporáneos pasan la vida frente a una
pantalla tratando de no perder el contacto con unos nietos que hablan en otro
idioma, que no parten piñata en su cumpleaños ni conocen el sabor de un elote
comprado en la calle.
En Como polvo en el viento, como en sus demás
novelas, Leonardo Padura pinta la belleza de su isla cubana y sugiere, con la
prudencia de quien ha decidido vivir bajo el régimen que no aprueba con tal de
evitar la nostalgia perenne, el deterioro de una sociedad mutilada, que ha
perdido a muchos, a amigos y familiares que van convirtiéndose en ajenos,
distantes.
Un libro que conduce a profundas reflexiones, algunas
surgidas en el lector, otras, con preguntas del propio texto, como éstas:
¿Será verdad que nadie abandona el
sitio donde fue feliz…? ¿Y el sitio donde no lo fue, pero es su sitio y del
cual nunca hubiera querido ni pensado alejarse? ¿Se puede marcar el instante
preciso empeñado en torcer una existencia, ese quiebre funesto destinado a
empujar una o varias vidas hacia inesperados derroteros? ¿Cuánto dura, cuánto
pesa, cuánto decide un preciso o impreciso instante, visible o tal vez
desapercibido en su momento de eclosión…? Y la felicidad: ¿cuánto dura la
felicidad?
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