Entre los escritores galardonados con el Premio Nobel,
uno que, sin duda, parece personaje de novela, es el norteamericano Ernest
Hemingway. Hijo de un médico de Virginia y con seis hermanos, Ernest practicó
un sinfín de actividades durante su vida. Adquirió del padre el gusto por la
caza y la pesca, practicó todo tipo de deportes y aprendió música, que era la
afición de su madre. Boxeaba lo mismo que tocaba el violoncello. Trabajó como
reportero y se negó a asistir a la Universidad, a pesar de su clara
inteligencia y sus incontables habilidades. Pero el espíritu inquieto, indómito
de Hemingway necesitaba acción y libertad. Para saciar la primera, se enlistó
en el Cuerpo de Expedición Americano, para ir a la Gran Guerra europea. Como
tenía un defecto en un ojo, fue admitido solamente como conductor de
ambulancias de la Cruz Roja. Llegó a Francia a finales de mayo de 1918, para marchar a Italia. Unas
cuantas semanas más tarde fue herido de gravedad por la artillería austriaca.
Con las piernas heridas y una rodilla rota, fue capaz de cargarse a hombros a un
soldado italiano para ponerlo a salvo. La heroicidad le valió el reconocimiento
del gobierno italiano con la Medalla de Plata al Valor. Estuvo a punto de
perder la pierna de no mediar la intervención de una enfermera, Agnes Von Kurowsky, de quien se enamoró
locamente. La guerra y el destino se interpuso entre ellos y nunca se casaron,
pero Ernest quedó marcado para siempre por ese amor. Esa romántica historia ha
sido llevada al cine y se exhibió aquí bajo el título de Pasión de Guerra, una
cinta que seguramente recordarán.
Volvió a los Estados Unidos donde permaneció poco tiempo,
trabajando como reportero. Se casó con Elisabeth Hadley con quien se mudó a
París, para tratar de vivir como escritor y, con ello, saciar su ansia de
libertad. En París se relacionó con los
miembros de la llamada Generación Perdida: Gertrude
Stein, Ezra Pound y F. Scott Fitzgerald entre otros, y también con James Joyce.
La familia Hemingway vivía en un apartamento modesto, aunque en cartas a sus
familiares fanfarroneaba diciendo que habitaban en la mejor zona del Barrio Latino.
Como para la mayoría, sus comienzos literarios no fueron nada fáciles. Los
primeros trabajos pasaron inadvertidos. Ernest se ganaba la vida como
corresponsal viajando por toda Europa. En días de extrema necesidad llegó a
emplearse como sparring para boxeadores e incluso cazaba palomas en los Jardines de Luxemburgo cuando sacaba a
pasear a su hijo, para alimentarse con ellas. Por fin, en 1925, con la novela
Fiesta, saltó a la fama y comenzó a vender muy bien sus obras en Estados Unidos
queenviaba desde España, a donde se había mudado.
De nuevo participó en dos
guerras: la Guerra Civil española, del lado de los republicanos o “rojos”, y en
la Segunda Guerra Mundial, como patrulla y luego como corresponsal de guerra.
Tras esos años turbulentos se
estableció en Cuba, donde escribió varias de sus obras inmortales, entre ellas
la fascinante novela El viejo y el mar, que le valió el Premio Pullitzer en
1953, obra que también ha sido llevada al cine, magistralmente interpretada por
Anthony Quinn. Un año después se le otorgó el Nobel de Literatura por el
conjunto de su vasta y deslumbrante obra.
Pero este hombre asombroso
tenía un lado oscuro: era depresivo y había caído en el alcoholismo. En 1961 le
diagnosticaron la enfermedad de Alzheimer. A los pocos días, estando ebrio, se
disparó con una escopeta. Aunque no dejó nota suicida y hay quienes piensan que
pudo ser un accidente, se asume generalmente que se disparó deliberadamente
para acabar con su vida.
Les recomiendo
ampliamente la novela Adiós Hemingway, del cubano Leonardo Padura, una
entretenida manera de acercarse a este grande de las letras a través de otro
tremendo autor contemporáneo.
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