Mis novelas

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jueves, abril 21, 2022

LA NOVELA HISTÓRICA: JUEGO DE ESPEJOS

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Un tema que me apasiona, tanto que a ello dedico la mayor parte de mi tiempo, es la novela histórica. Este género, relegado hace años a las bibliotecas de los intelectuales, hoy es uno de los que más ventas producen a editores y libreros.  También atrae a más y más plumas, autores que utilizamos la historia como tema principal de su obra o, a veces, sólo como pretexto para hablar del tiempo en que vivimos y de nuestros fantasmas y obsesiones personales.  

          ¿A qué se deberá esta proliferación de obras surgidas de momentos, inspiradas en personajes históricos? ¿Qué tan fiel a la historia es y debe ser una narración de este tipo?

          Una novela encierra en sí misma un universo: personajes, ambientación, lenguaje, tiempo, argumento, conflictos, reflexiones. A través de estos múltiples y complejos elementos, el escritor plasma una concepción de la vida, siempre desde la visión del arte, desde la consecución y búsqueda de la belleza. 

          El novelista que saca, por decirlo así, elementos de la Historia, se apropia de ellos para hacerlos parte de ese universo que es su creación. En ese momento los desliga de la fidelidad histórica (cuestión que muchos historiadores no le perdonan), y los somete a las reglas internas de su narración, reglas impuestas por el escritor, el artista cuyos fines, decíamos, son estéticos. 

Sin embargo, lo maravilloso de la novela, desde el punto de vista del autor, es que se trata de un espacio al que le cabe todo, puede combinar ese objetivo estético con otros, como la denuncia social y política, sus ideas sobre una posible mejor realidad, presente, pasada o futura, su análisis psicológico de los personajes históricos y de los ficcionales, que algunas veces (¡qué coincidencia!) se parecen a alguien en su realidad.

Dice la doctora Maricruz Castro Ricalde en su libro Ficción, narración y polifonía, “El caso de los mundos de ficción, en relación con los mundos posibles y la verdad, es el extremo a lo que puede conducir la imaginación.  Entre los mundos posibles, hay algunos más cercanos a la realidad y otros que se tocan con la ficción”.  Mario Vargas Llosa, en sus Cartas a un joven novelista, apunta: “La ficción es una mentira que encubre una profunda verdad; ella es la vida que no fue, la que los hombres y mujeres de una época dada quisieron tener y no tuvieron y por eso debieron inventarla. Ella no es un retrato de la Historia, más bien su contracarátula o reverso, aquello que no sucedió, y precisamente por ello debió de ser creado por la imaginación y las palabras…”.

          La novela histórica, entonces, no es “la Historia” pero ¡cómo se parece a ella! Se da este nombre a aquellas narraciones donde los sucesos históricos determinan el argumento, le proporcionan gran parte del trasfondo; es decir, su acción se ubica predominantemente en el pasado.

          Paralelamente (o como una parte del mismo) al llamado boom de la literatura latinoamericana, surge en nuestros países lo que algunos especialistas como Ángel Rama, Seymour Menton, José Emilio Pacheco, bautizaron en 1979 como “La nueva nueva novela histórica”. A través de ella los escritores latinoamericanos, enfocados más hacia los problemas sociohistóricos que psicológicos, buscan las claves para comprender el mundo actual. Haciendo eco al llamado de Fernando del Paso en la Revista de Bellas Artes en 1983, los novelistas latinoamericanos (Fuentes, Vargas Llosa, Silvano Santiago, Sergio Ramírez, Herminio Martínez, Ignacio Solares, por mencionar a los más conocidos), “asaltan las versiones oficiales de la historia”.

          Como las demás obras del boom, la nueva nueva novela histórica se caracteriza (de acuerdo con Seymour Menton) por su afán muralístico o totalizante, experimentación estructural y lingüística, erotismo exuberante e intertextualización.

          A pesar de sus reticencias, los historiadores (unos más que otros), se han reconciliado con la novela histórica, y, haciendo notar sus salvedades, muchos maestros de Historia sugieren a sus alumnos acercarse a “la Historia dura”, a través de este género literario. Porque han reconocido, como dice Bill Buford, que “la buena literatura narrativa es un acto de seducción: su objetivo es excitar.  Excita la curiosidad, interés, expectativas”. Que es, sin duda, una buena herramienta para acercar a los lectores a su materia, muchas veces árida y difícil de comprender, para despertarles el deseo de saber más. 

          Ahora bien, ¿es esta nueva “nueva novela histórica” todavía el cajón donde se deben clasificar las obras de quienes seguimos escribiendo ficción a partir de la Historia?  Porque los 80 ya resultan lejanos… No tengo la respuesta, se queda, como siempre, en manos de los teóricos.

          Pero más allá de clasificaciones, les recomiendo acercarse a este género que resulta siempre apasionante.

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