Un tema que me apasiona, tanto que a ello dedico la mayor
parte de mi tiempo, es la novela histórica. Este género, relegado hace años a
las bibliotecas de los intelectuales, hoy es uno de los que más ventas producen
a editores y libreros. También atrae a
más y más plumas, autores que utilizamos la historia como tema principal de su obra
o, a veces, sólo como pretexto para hablar del tiempo en que vivimos y de nuestros
fantasmas y obsesiones personales.
¿A qué se
deberá esta proliferación de obras surgidas de momentos, inspiradas en personajes
históricos? ¿Qué tan fiel a la historia es y debe ser una narración de este
tipo?
Una novela
encierra en sí misma un universo: personajes, ambientación, lenguaje, tiempo,
argumento, conflictos, reflexiones. A través de estos múltiples y complejos
elementos, el escritor plasma una concepción de la vida, siempre desde la
visión del arte, desde la consecución y búsqueda de la belleza.
El
novelista que saca, por decirlo así, elementos de la Historia, se apropia de
ellos para hacerlos parte de ese universo que es su creación. En ese momento los
desliga de la fidelidad histórica (cuestión que muchos historiadores no le
perdonan), y los somete a las reglas internas de su narración, reglas impuestas
por el escritor, el artista cuyos fines, decíamos, son estéticos.
Sin embargo, lo maravilloso de la novela, desde el punto
de vista del autor, es que se trata de un espacio al que le cabe todo, puede combinar ese objetivo estético con otros, como
la denuncia social y política, sus ideas sobre una posible mejor realidad,
presente, pasada o futura, su análisis psicológico de los personajes históricos
y de los ficcionales, que algunas veces (¡qué coincidencia!) se parecen a
alguien en su realidad.
Dice la doctora Maricruz Castro Ricalde en su libro Ficción, narración y polifonía, “El caso
de los mundos de ficción, en relación con los mundos posibles y la verdad, es
el extremo a lo que puede conducir la imaginación. Entre los mundos posibles, hay algunos más
cercanos a la realidad y otros que se tocan con la ficción”. Mario Vargas Llosa, en sus Cartas a un joven novelista, apunta: “La
ficción es una mentira que encubre una profunda verdad; ella es la vida que no
fue, la que los hombres y mujeres de una época dada quisieron tener y no
tuvieron y por eso debieron inventarla. Ella no es un retrato de la Historia,
más bien su contracarátula o reverso, aquello que no sucedió, y precisamente
por ello debió de ser creado por la imaginación y las palabras…”.
La novela
histórica, entonces, no es “la Historia” pero ¡cómo se parece a ella! Se da
este nombre a aquellas narraciones donde los sucesos históricos determinan el
argumento, le proporcionan gran parte del trasfondo; es decir, su acción se
ubica predominantemente en el pasado.
Paralelamente
(o como una parte del mismo) al llamado boom
de la literatura latinoamericana, surge en nuestros países lo que algunos
especialistas como Ángel Rama, Seymour Menton, José Emilio Pacheco, bautizaron
en 1979 como “La nueva nueva novela
histórica”. A través de ella los escritores latinoamericanos, enfocados más
hacia los problemas sociohistóricos que psicológicos, buscan las claves para
comprender el mundo actual. Haciendo eco al llamado de Fernando del Paso en la
Revista de Bellas Artes en 1983, los novelistas latinoamericanos (Fuentes,
Vargas Llosa, Silvano Santiago, Sergio Ramírez, Herminio Martínez, Ignacio
Solares, por mencionar a los más conocidos), “asaltan las versiones oficiales
de la historia”.
Como las
demás obras del boom, la nueva nueva
novela histórica se caracteriza (de acuerdo con Seymour Menton) por su afán
muralístico o totalizante, experimentación estructural y lingüística, erotismo
exuberante e intertextualización.
A pesar de
sus reticencias, los historiadores (unos más que otros), se han reconciliado
con la novela histórica, y, haciendo notar sus salvedades, muchos maestros de
Historia sugieren a sus alumnos acercarse a “la Historia dura”, a través de
este género literario. Porque han reconocido, como dice Bill Buford, que “la
buena literatura narrativa es un acto de seducción: su objetivo es
excitar. Excita la curiosidad, interés,
expectativas”. Que es, sin duda, una buena herramienta para acercar a los
lectores a su materia, muchas veces árida y difícil de comprender, para
despertarles el deseo de saber más.
Ahora
bien, ¿es esta nueva “nueva novela histórica” todavía el cajón donde se deben
clasificar las obras de quienes seguimos escribiendo ficción a partir de la Historia?
Porque los 80 ya resultan lejanos… No
tengo la respuesta, se queda, como siempre, en manos de los teóricos.
Pero más
allá de clasificaciones, les recomiendo acercarse a este género que resulta
siempre apasionante.
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