Siempre
que convivo con jóvenes, les pregunto qué es para ellos la lectura. Porque si
bien los pesimistas dicen que ya no existen los lectores entre las nuevas
generaciones, yo creo lo contrario: los jóvenes leen todo el tiempo; leen la
pantalla de la computadora, leen revistas, leen los subtítulos en el cine, leen
los espectaculares en la calle, leen los mensajes de texto en su celular… en
otras palabras, leen lo que les interesa.
No
leen La Ilíada cuando los obliga su maestro, y se fusilan el reporte de algún
amigo o de la Internet. Se niegan a leer por obligación. Pero por desgracia,
muchos de ellos no han encontrado el mejor platillo de la lectura: el libro,
este objeto que puedes traer en la bolsa, leer cinco minutos o cinco horas
seguidas, en casa o en la calle, despacio o rápido, en orden o en desorden.
Muchos se han perdido de esa gran experiencia que es tan satisfactoria, se los
aseguro, como un romance apasionado. Así lo expresa Alberto Ruy Sánchez, un
escritor mexicano: “Descubrí que leer era conocer una dimensión de la vida tan
intensa como enamorarse”. Algo así, parecido al amor que implica intimidad, entendimiento
y posesión, es lo que me han dicho algunos jóvenes a quienes, como decía,
pregunté sobre su experiencia como lectores. Aquí algunas de sus sorprendentes
respuestas:
“Prefiero
un libro a una película porque lo siento mío, yo nunca digo ‘mi peli’ aunque la
tenga en una cajita, pero sí pregunto por MI libro, porque mientras lo estoy
leyendo, es sólo mío, sólo a mí me lleva al mundo imaginario que construimos
entre él y yo”.
“Me
gustan los libros porque duran más que la película, estás más tiempo en esa
historia padre y la construyes como a ti te viene en mente”.
“Cuando
leo me siento parte de la historia, estoy ahí, como un personaje”.
“Casi
me muero cuando vi Harry Potter en el cine: era horrible y no se parecía nada
al Harry Potter de mi libro”.
“Yo
leo poco, sólo lo que me atrapa y me gusta mucho”, me confesó otro.
Así,
las opiniones de los jóvenes no son tan diferentes a las de los escritores,
esos aliens que les parecían tan distantes.
Como
miembro de la población adulta quiero pedir disculpas a los jóvenes por
permitir que los vacunen contra la literatura, que los alejen de esas
maravillosas experiencias, comparables al placer erótico, al obligarlos a leer
lo que no va con sus intereses ni con su espíritu. Porque, les aseguro, no hay
otra manera de ampliar la vida, sacarle jugo a nuestra breve y limitada estancia
en este mundo que la lectura; existencia limitada por el tiempo, por el
espacio, por la sociedad y los recursos.
Sólo leyendo podemos vivir varias vidas en una y eso nos hará más plenos,
más felices y tan libres como es posible.
Y
hablando de libertad, los invito a defender estos principios, que Daniel Pennac
llamó los Derechos imprescriptibles del lector:
1.
El derecho a no leer
2.
El derecho a saltarse las
páginas
3.
El derecho a no terminar un
libro
4.
El derecho a releer
5.
El derecho a leer cualquier
cosa
6.
El derecho al bovarismo (es
decir, a tener un mundo ideal, siempre mejor a la realidad)
7.
El derecho a leer en
cualquier parte
8.
El derecho a picotear
9.
El derecho a leer en voz
alta
10.
El derecho a callarnos [o
sea, seguir leyendo en silencio y, agrego yo, “mudarnos” por un rato a la
realidad alterna a que nos invita la lectura]
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