Mis novelas

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jueves, abril 07, 2022

LEONA VICARIO

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Una de las mayores inquietudes de las mujeres es la dificultad de combinar la vida de pareja y madre con la vocación. Aún en este siglo XXI pocas lo consiguen. Pero hay en nuestra historia, precisamente entre los llamados héroes de la Independencia, una mujer que desafió a su entorno para entregarse a esas dos pasiones: el amor y el seguimiento de sus ideales, compartidos con su pareja.

Se trata de doña Leona Vicario, nombre que para muchos tiene relación solamente con el de alguna calle, sin saber quién fue y cuáles los méritos de esta valerosa mujer a quien el destino ligó por un tiempo a nuestro Estado.

Al seno de una familia criolla y acomodada de fines del siglo XVIII, nació en la capital de la Nueva España una niña de ojos grandes y facciones pequeñas, a quien bautizaron con el kilométrico nombre de María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador.  A muy temprana edad, Leona quedaría huérfana de padre y madre, permaneciendo bajo la custodia de su tío, el abogado Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, hombre conservador, fiel a la corona por profunda convicción y, claro, por convenir a sus negocios.

Al despacho de don Pomposo, seguramente instalado dentro o al lado de su casa, llegó a trabajar como pasante un joven inteligente, nada feo y, como buen yucateco, muy romántico: Andrés Quintana Roo. Desde el momento en que se vieron, Leona y Andrés quedaron flechados. A pesar de la estrecha vigilancia sobre la jovencita, los enamorados encontraron la forma de hablarse, enviarse notas, comentar ideas y lecturas ilustradas que el joven conseguía con sus colegas de la Real y Pontificia Universidad de Nueva España. En cuanto se tituló de abogado, Quintana Roo pidió la mano de Leona, pero el tío, sabedor de las ideas revolucionarias de su empleado, se la negó rotundamente y prohibió a la sobrina tener relación con él, redoblando la vigilancia sobre ella.

El amante destrozado salió de la capital para unirse al ejército insurgente. Leona encontró siempre la forma de mantener correspondencia con él y servirle de espía en los altos círculos de la ciudad. Además, se unió al grupo secreto llamado Los Guadalupes, afines al movimiento independiente.

Cuando el tío descubrió las andanzas de su pupila, la encerró en el convento de Belén de las Mochas. Pero no contaba con la bravura y decisión dignas de su nombre, y Leona, disfrazada de negra vendedora de pulque, huyó a lomo de asno, para ir a reunirse con Andrés en el mineral de Tlalpujahua, donde éste se encontraba, al servicio de Ignacio López Rayón. El comandante los casó y los jóvenes vivieron juntos la zozobra de la guerra, durmiendo en cuevas y participando en batallas.

Quintana Roo presidió después la Asamblea Constituyente, misma que formuló la declaración de Independencia de nuestra nación.

Más tarde, la pareja sufrió una fuerte decepción por la ambición imperial de Iturbide al triunfo de la Independencia, y se retiró a vivir a Toluca, donde Leona y Andrés se dedicaron al periodismo y las actividades intelectuales.

Derivado del ardor ideológico que expresaban sin temor en sus diarios, allá por 1830 Quintana Roo y su esposa se enemistaron con Anastasio Bustamante y con Lucas Alamán, cayendo en desgracia a los ojos de los poderosos que no consiguieron cambiar sus ideas ni sus principios, pero sí, evitar que se difundieran a gran escala.

Finalmente, doña Leona falleció algunos años antes que su compañero, en 1842, en la Ciudad de México.

Mi reconocimiento a doña Leona Vicario: una mujer que hizo honor a su nombre y pone muy en alto el valor femenino.

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