Mis novelas

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jueves, julio 08, 2021

BERNARDO REYES Y LOS CLAVELES ROJOS

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

En mis paseos por la historia, procuro no solamente revisarla sino también revalorar a algunos de sus actores, unos injustamente minimizados; otros, exageradamente idealizados. Traeré hoy a esta charla al general Bernardo Reyes, padre de uno de los escritores más importantes de nuestras letras pero, por sí mismo, un personaje notable.

Bernardo Reyes Ogazón nació en Guadalajara en 1849, en el seno de una familia de ideas decididamente liberales. Su padre, Domingo Reyes, fue el jefe de las guardias nacionales del Estado bajo el gobierno de Jesús López Portillo en Jalisco.

Siendo Bernardo todavía un niño, escuchó gritos y balazos en la calle. Curioso, se asomó por el balcón. Entonces su madre, al tratar de ponerlo a resguardo, cayó herida de bala. Este hecho marcó para siempre su personalidad.

Cuando contaba apenas quince años, el joven Bernardo Reyes se unió a las fuerzas republicanas y estuvo muy cerca del general Ramón Corona, quien sería gobernador de Jalisco y pieza clave en el ejército de la República que venció al Imperio de Maximiliano.

Con dichas credenciales, Reyes pasó a formar parte del primer cuadro de los hombres de Porfirio Díaz, quien lo envió primero como gobernador interino de Nuevo León y luego lo hizo ocupar, en 1901, la cartera de Guerra y Marina.

Don Porfirio profesaba hacia el general Reyes sentimientos contradictorios: por una parte, confiaba en su excelencia y desempeño y lo admiraba como militar; por otra, recelaba de su carisma, y su nada oculto deseo de seguir escalando posiciones, sustentada en el enorme poder de quien tiene en su puño a todas las fuerzas armadas del país. Por ello, muy al estilo sagaz y desconcertante del Dictador, lo dejó, por una parte, hacer crecer sus expectativas de convertirse en vice-presidente y, por otra, intrigó en su contra para evitarlo. Finalmente, el desagrado de don Porfirio se hizo patente y, en cuanto otorga la Vicepresidencia a Ramón Corral, envió de nuevo a Reyes a gobernar Nuevo León.

Pero sus partidarios no quitaron el dedo del renglón y, en 1909, cuando una serie de eventos hicieron patente que la dictadura de Díaz estaba tocando su fin, los llamados “Clubes Reyistas” en prácticamente todo el país, trabajaron con pasión por la candidatura de Reyes para la vicepresidencia, a sabiendas de que su paso a la máxima investidura era cuestión de meses.

Los reyistas querían una transición controlada del poder, sin violencia. Sostenían la necesidad de un gobierno que voltease hacia al pueblo, reconociendo los problemas sociales que ya eran focos rojos en la nación. Compartían en gran parte la ideología recién publicada por Madero en su libro, pero preferían que Díaz se reeligiese por última vez para evitar confrontaciones entre las facciones que el dictador mantenía bajo su control. Se identificaban portando un clavel rojo en la solapa.

Sin embargo, el general Reyes no aceptó encabezar el movimiento organizado a su favor, pues, como militar que era, se negó a dar un paso sin la anuencia del Presidente, su superior. Así, la llamada revolución de los claveles rojos no prosperó. Al quedar acéfalo su partido, buena parte de miembros pasaron a las filas anti-reeleccionistas de Madero. Otros, quedaron a la expectativa para participar, en 1913, en el golpe de Estado en contra de Madero y Pino Suárez.

Durante la llamada Decena Trágica, el general Bernardo Reyes hizo aparición, montado en su caballo, frente a Palacio Nacional. Allí, abatido por los tiroteos de la madrugada del 9 de febrero, cayó muerto. Ese militar liberal, patriota y fiel a su deber quedó así, para la Historia Oficial, del lado de los traidores y sólo se le reconoce el mérito de haber traído al mundo a Alfonso Reyes, su hijo menor, uno de los escritores más importantes de nuestro país y, no hay duda, de la lengua española.

Nunca sabremos qué habría pasado si los reyistas, los del clavel rojo, hubieran logrado su objetivo de llevar a Reyes a la presidencia en un gobierno de transición hacia la democracia, pero bajo un líder de mano mucho más firme que la de Madero. ¿Se habría evitado la Revolución Mexicana? Una pregunta que quedará, por siempre, en el aire…

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