Mis novelas

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martes, junio 29, 2021

DOÑA JOSEFA

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Revalorar a nuestros héroes patrios, quitarles las máscaras pétreas, los halos de excesiva perfección con que los ha cubierto la historia oficial, constituye una manera objetiva –y divertida— de estudiar el pasado. Y esto viene al caso en especial para las mujeres de nuestra historia, la mayoría de ellas olvidadas, minimizadas, o peor, como en el caso de Josefa Ortiz de Domínguez, convertidas en efigie de cobre, dura y deshumanizada.

¿Quién imaginaría, al ver el adusto perfil de la señora de las monedas de bajísima denominación, la rica historia y valor de esta dama?

Pocos saben que Josefa no pertenecía a la alta sociedad colonial antes de contraer matrimonio con Don Miguel Domínguez, un influyente abogado a las órdenes del Virrey. Que luego de quedar huérfana, ella atendía, junto con su media hermana y su sobrina, una tabaquería donde no sólo se compraban cigarros, sino que hombres y mujeres permanecían allí fumando un rato y hablando de política y de chismes. Así se enteraba la niña de las cosas que sucedían en la Nueva España.

Más tarde, estuvo interna en el Colegio de las Vizcaínas, para aprender comportamiento adecuado y labores femeninas, convertirse en una “mujercita”. Allí la conoció Miguel Domínguez, uno de los benefactores de esa institución.

En el afán de la historia moralista de ignorar todo pecadillo de las biografías de los héroes, se borraron de la vida de Josefa datos de su maternidad: que estaba esperando el segundo hijo cuando, por fin, el hombre de leyes decidió casarse con ella. Que él tenía ya dos hijas de su primer matrimonio, casi de la edad de su nueva esposa. Que después, Josefa dio a luz doce hijos más, aunque dos murieron a temprana edad.

Que su lucha por la justicia, la cual desencadenó finalmente en su participación activa al lado de los iniciadores del movimiento de Independencia, comenzó defendiendo, ante su esposo el Corregidor, a las presas de la cárcel de Querétaro, situada bajo la Corregiduría, donde habitaba la familia Domínguez.

Y el detalle picante en la vida de esta mujer: que probablemente sostuvo un tórrido romance con el seductor Ignacio Allende.

Todos estos jugosos datos y chismes históricos, pueden leerlos en una hermosa novela de la escritora Rebeca Orozco, titulada “Tres golpes de tacón”.

Leo un fragmento de ella:

Mientras Apolonia le lavaba el cabello lentamente, Josefa recordó con entusiasmo los días que había llevado a su hijo a la Alameda, cerca del cuartel, para que tomara sus lecciones. Cada mañana Ignacio había ordenado que la banda militar, que ensayaba en el kiosco, tocara para ella una serenata. Tan sonoro era su cortejo que el hombre se adueñó de su corazón. A sus diez años, Miguel María resultó ser un jinete habilísimo. Algunas veces, Josefa acompañaba a su hijo en sus recorridos, compartiendo la misma montura que Ignacio, abrazándolo fuertemente, paseando entre los árboles frutales de las huertas, embriagándose con los olores a cítricos que despedían las hojas. Con el corazón agitado, recordó el día en que Miguel María se había escapado con el capitán Aldama a la montaña, e Ignacio se atrevió a invitarla a la cascada. Para calmar los efectos de los hirientes rayos del sol, se sentaron sobre unas rocas y se dejaron empapar por el torrente de agua. El capitán se quitó la casaca y ella debió despojarse de algunas de las basquiñas que traía bajo la saya. Fuera de la mirada del mundo, se atrevieron a proclamar su propia independencia. Se abrazaron y besaron desaforadamente. Fueron cómplices de la misma idea de libertad. La poseyó con pasión, como si se lanzara a la conquista de un territorio mil veces añorado. Vivieron esos instantes sin mirar el horizonte, sin promesas, sin pensar en el porvenir. Debieron regresar al cuartel apresuradamente y separarse.

La nana entró callada, pisando apenas el suelo, como un ángel.

-Ya va a ser hora de cenar, señora.

Josefa intentó evocar de nuevo las escenas de amor con Ignacio, pero en su lugar aparecieron escenas de guerra. Fusiles y sangre. El capitán Allende debería iniciar una rebelión. ¿Lo volvería a ver? Se persignó, rogó a Dios por él, por él, por él. Apolonia vació otro balde con agua caliente y la corregidora sumergió la cabeza para olvidar sus congojas.

1 comentario:

Eduardo dijo...

Excelente resena - entrevista

Soñar...

Mi mayor placer es soñar. Soñar dormida y más, despierta. Dejar volar la imaginación y tratar de convertir esos sueños en palabras.

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