Uno
de los pensadores más lúcidos de nuestra historia, cuyas ideas se plasmaron en
varias de las leyes de la recién nacida República Mexicana, así como del Estado
de México allá por el siglo XIX, fue el sacerdote, masón y liberal José María
Luis Mora.
Aunque
cercano a Gómez Farías, Mora mantenía una postura más moderada dentro del
espectro del liberalismo, pues conocía a profundidad las aristas, recovecos y
atavismos del carácter mexicano.
Vale
la pena revisar sus postulados, casi todos de una sorprendente vigencia,
publicados tanto en sus libros como en diversos artículos de prensa,
fundamentalmente en el periódico El Observador, del grupo masón yorkino.
Sin más preámbulo, comparto un fragmento de su ensayo titulado Discurso sobre la libertad de pensar, hablar y escribir:
Si en los tiempos de Tácito
era una felicidad rara la facultad de pensar cómo se quería y hablar como se
pensaba, en los nuestros sería una desgracia suma, y un indicio poco favorable
a nuestra nación e instituciones, si se tratase de poner límites a la libertad
de pensar, hablar y escribir. Aquel escritor y sus conciudadanos se hallaban al
fin bajo el régimen de un señor, cuando nosotros estamos bajo la dirección de
un gobierno, que debe su existencia a semejante libertad, que no podrá conservarse
sino por ella, y cuya leyes e instituciones le han dado todo el ensanche y
latitud de que es susceptible, no perdonando medio para garantizar al ciudadano
este precioso e inestimable derecho.
Tanto cuanto hemos procurado
persuadir antes la importancia y necesidad de la escrupulosa, fiel y puntual
observancia de las leyes, nos esforzaremos ahora para zanjar la libertad entera
y absoluta en las opiniones; así como aquéllas deben cumplirse hasta sus
últimos ápices, éstas deben estar libres de toda censura que preceda o siga a
su publicación, pues no se puede exigir con justicia que las leyes sean
fielmente observadas, si la libertad de manifestar sus inconvenientes no se
haya perfecta y totalmente garantizada.
No es posible poner límites
a la facultad de pensar. No es asequible, justo ni conveniente impedir que se
exprese de palabra o por escrito lo que se piensa.
[…] Es verdad que entre las opiniones hay y debe haber muchas erróneas, lo es igualmente que todo error en cualquiera línea y bajo cualquier aspecto que se le considere es perniciosísimo; pero no lo es menos que las prohibiciones no son medios de remediarlos; la libre circulación de ideas, y el contraste que resulta de la oposición, es lo único que puede rectificar las opiniones. Si alguna autoridad se concediese la facultad de reglarlas, ésta abusaría bien pronto de semejante poder; ¿y a quién se encargaría el prohibirnos el error? ¿Quién está exento de él?
Les
dejo para meditar está probada del gran pensador, amigos… tan aplicable hoy que
se diría escrito esta semana.
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