Mis novelas

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martes, junio 22, 2021

IVÁN TURGUENIEV



Valga la cercanía del Día del padre para hablar de un autor fundamental en la historia de la literatura, en especial de la imprescindible novelísitica rusa: Iván Turgueniev (o Turguenev), nacido en 1818 en una Rusia gobernada todavía por los zares.

Si bien Turgueniev pasó gran parte de su vida fuera de Rusia –debido fundamentalmente a la relación que mantuvo por muchos años con la cantante española Paulina García, casada con Monsieur Viardot, un rico francés— su obra describe con gran realismo el ambiente y la sociedad rusa de aquellos años.

Turgueniev perdió a su padre siendo un adolescente y solamente tuvo un hijo natural con una mujer que trabajaba en el servicio de su casa. Sin embargo, la capacidad de observación, propia de su oficio, le hizo penetrar y comprender el significado de la brecha generacional, de los sentimientos que unen y separan a padres e hijos, de donde tomó tema y título para una de sus mejores novelas, llamada precisamente, Padres e hijos.

Los protagonistas, dos jóvenes cuya amistad surge durante un periodo de estudio en San Petesburgo, vuelven a sus respectivos hogares paternos, en la campiña. Se detienen, juntos, primero en casa de la familia Petróvich, hogar de Arkadi, cuyo padre, viudo y con una nueva pareja, trata con poco éxito de mantener la rentabilidad de la finca, cuando la economía rusa ya está padeciendo los problemas que desembocarían, décadas más tarde, en la revolución de 1917. En la finca habita también un hermano del padre, un hombre soltero, que ha viajado y leído bastante. Estos hombres defienden la cultura rusa, la estructura social y los principios que la han regido tradicionalmente. Padre e hijo se reúnen con inmensa alegría, pues se aman y respetan mutuamente. El padre admira al hijo por la preparación intelectual que ha adquirido; el hijo siente gratitud e inmenso cariño por su padre.

Pero Bazarov, el amigo, que se instala como huésped por algunos días, a la usanza de aquel tiempo, se convierte en el elemento de discordia, pues expresa sin tapujos el pensamiento de su generación, al que Turgueniev bautiza por primera vez como “nihilismo”. Cito aquí el pasaje en que aparece dicho concepto:

--¿Qué es Basárov? ¿Desea usted, tío, que le explique quién es Basárov?

--Hazme ese favor, querido sobrino.

--Pues es un nihilista.

--¿Cómo? --preguntó Nikolai Petróvich, mientras que Pável Petróvich quedaba inmóvil, con el cuchillo en el aire, untado de mantequilla.

--Es un nihilista --repitió Arkadi.

--Nihilista, según tengo entendido, procede del vocablo nihil, que significa nada --dijo Nikolai Petróvich--. En consecuencia, ¿ese término define a una persona que..., no reconoce nada?

--Di mejor que no respeta nada --aclaró Pável Petróvich volviendo a untar mantequilla.

--Que todo lo considera con sentido crítico --observó Arkadi.

--¿Y no es lo mismo? --preguntó Pável Petróvich.

--No, no es lo mismo. Nihilista es un hombre que no acata ninguna autoridad, que pone en duda y no acepta ningún principio, por muy respetable que sea.

 Más adelante en la novela, veremos al propio Bazarov en el seno de su familia, un padre dedicado a la medicina tradicional –la cual el hijo desprecia, considerándola fruto de la ignorancia— y una madre que, de tanto adorar y admirar a su hijo, teme hasta hablarle para evitar que se moleste y los abandone.

El desenlace, amigos, lleno de fibra humana, es sumamente conmovedor, mas no se los adelantaré para invitarlos a leer esta novela. Una lectura recomendable por su vigencia, por la excelente construcción de los personajes y, también, por acercarnos al ambiente de los propietarios del campo ruso decimonónico, en un viaje a bordo de la palabra, escrita con maestría.

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