Últimamente,
a raíz de la proliferación de líderes populistas o neo-populistas en varios
rincones del mundo, ha vuelto a hablarse de Benito Mussolini, el dictador
italiano que es inspiración para muchos de estos políticos y constituye uno de
los villanos favoritos de la historia moderna.
Mussolini se
hizo del poder gracias a un ingenioso golpe de estado sin balas, la célebre
Marcha sobre Roma, a donde llegó apoyado por una muchedumbre compuesta
principalmente de obreros para exigir al rey que lo nombrase Primer Ministro y
aceptara su plan de gobierno que incluía varias reformas populistas (muchas de
ellas positivas, hay que decirlo).
En una
Italia recién unificada como país, que había sufrido la Primera Guerra Mundial
cuando apenas intentaba consolidarse, y donde reinaba un soberano débil, la
figura fuerte de aquel líder obrero, que aglutinaba a las mayorías
empobrecidas, obtuvo el apoyo con relativa facilidad. Su influjo se notó de
inmediato: el país dejó de sufrir constantes huelgas y manifestaciones y la
economía se proyectó hacia arriba. También los ánimos, gracias a su propaganda
que ensalzaba la historia y las cualidades de su pueblo. Sin embargo, como todo
dictador, cometió, de forma creciente, un sinnúmero de injusticias y abusos de
poder. Lo más negro de El Duque (Il Duce) como se le conocía en su tiempo, fue
haberse aliado con la Alemania de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial,
quedando ligado, para la posteridad, a uno de los peores genocidas de la
historia.
Pero hay en
la biografía de Mussolini una joven cuyo trágico fin la convirtió en personaje
romántico: Clara Petacci, la amante que eligió morir con él antes que
abandonarlo, precisamente un 28 de abril de 1945 en el pueblo de Dongo, cerca
del lago Como. Intentaban huir juntos a Suiza cuando fueron descubiertos por
unos partisanos. Los aprehendieron y los mantuvieron prisioneros en una villa a
las afueras de aquel poblado. Al otro día los hicieron caminar por una vereda
para ejecutarlos. Al ver que les dispararían, Claretta intentó proteger a su
amado y recibió los primeros tiros. Luego el cuerpo sin vida de Benito cayó
sobre el de ella. Tras este novelesco fin, ambos cadáveres fueron groseramente
ultrajados y exhibidos en la Plaza Loreto de Milán.
En busca del
lado humano de tales personajes, realicé, hace pocos años, una investigación
bibliográfica y de campo; entrelacé su historia con la de otros personajes
ligados a la ambición de poder absoluto y a la ciudad de Roma, para escribir la
novela Volver a Roma, publicada en México bajo el sello Textofilia y en España
por Editorial Adarve. Comparto un pequeño fragmento, narrado en voz del
partisano que los custodiaba en la Villa María:
Pasé las
horas que restaban a esa noche, la más larga de mi vida, escuchando la
conversación entre Mussolini y Clara, que tampoco durmieron más de dos o tres
horas. Él se disculpaba sin parar por haberle arruinado la vida; la voz se le
cortaba. Basta, Ben mío, tú no me arruinaste nada, le diste sentido a mi vida,
cambiaste lo que pudo haber sido una existencia burguesa, sin pena ni gloria,
en el privilegio de entregar mi alma, mi juventud, a un hombre de los que la
historia cuenta con los dedos de una mano. Esperemos la salida del sol
abrazados en la cama. No creo que salga el sol, será otro día gris frente a
este lago funesto, afirmó él.
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