Mis novelas

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jueves, enero 19, 2023

LA NOVELA CORTA

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Una de las obras más célebres y fascinantes de la literatura universal es, sin duda, El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Esa pequeña novela, ilustrada por el propio autor, encierra en unas cuantas páginas profundas reflexiones acerca de las debilidades humanas y plasma de manera enternecedora la esencia de la amistad. Qué fortuna para los lectores de tantos tiempos y lugares que este librito, traducido ya a ciento ochenta lenguas, haya sido publicado por primera vez en 1943 por Gallimard, un editor que, sin duda, no padecía la enfermedad de las cifras, propias, según el narrador de la obra, de las obtusas personas mayores.  Las personas mayores aman las cifras. Cuando les hablas de un nuevo amigo, no te cuestionan jamás lo esencial. No te dicen jamás: ¿cómo es el sonido de su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Colecciona mariposas? Ellas te preguntan: ¿Cuántos años tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?

La misma buena suerte han corrido otras grandes obras imprescindibles. Algunas, porque todavía el criterio del tamaño no era impedimento, en su tiempo, para publicarlas. Tal es el caso de las primeras novelas breves, género surgido en Italia y considerado el inicio de la novelística italiana, que fue llevado luego al castellano por Lope de Vega y por Miguel de Cervantes, con sus Novelas ejemplares. Se caracterizaba por el realismo de algunas situaciones, el predominio de la aventura sobre la psicología, ciertos paralelismos en los episodios y conflictos amorosos trágicos. 

Maduró así, durante el siglo XVI, este género que hoy conocemos como novela corta, es decir, una narración en prosa de menor extensión que una novela y con menos desarrollo de los personajes y la trama, aunque sin la economía de recursos narrativos propia del cuento. En algunos lugares es más frecuente el empleo, para designar este subgénero narrativo, del galicismo nouvelle. Su antecedente es el relato corto medieval y tiene estrechas semejanzas con lo que la literatura inglesa denomina long short story. Julio Cortázar la define como un «género a caballo entre el cuento y la novela».

A pesar de la importancia de la novela corta, de su eficacia para atrapar el interés de los lectores y del alto grado de calidad que muchas de estas obras han alcanzado a través de la historia de la literatura, no faltan editores (pseudo-editores debiera llamarlos), inmersos en el reino de la mercadotecnia y guiados por el espíritu de “personas mayores”, incapaces de encontrar lo esencial, que rechazan en automático cualquier obra que no alcance las cien o doscientas cuartillas, bajo el absurdo y rebatible argumento de que eso no es un libro. 

¿Dónde habrían quedado, si este criterio fuese válido, las obras que acabamos de mencionar, o tantas otras novelas impecables que han deleitado a miles, millones de lectores en tiempos más cercanos? ¿Qué sería de El perseguidor de Julio Cortázar, Los cachorros de Mario Vargas Llosa, El perjurio de la nieve de Adolfo Bioy Casares, El pozo de Juan Carlos Onetti y El fantasma de Canterville de Oscar Wilde

Nos habríamos perdido de La amortajada de la chilena María Luisa Bombay, de El apando de José Revueltas, de Aura, de Carlos Fuentes y aun de la que puede considerarse, quizás, la más grande novela mexicana del siglo XX: Pedro Páramo, de Juan Rulfo.

El mundo no conocería a Alessandro Baricco, gracias a su espléndida obra Seda; se habrían quedado inéditas obras de Antonio Tabucchi, de Ignacio Solares y de muchos otros grandes de la pluma.

Colegas escritores: no dejemos que tales editores, oscuros personajes, a quienes el poder de decidir qué obras verán la luz y cuáles no, ha convertido en verdaderos villanos, en dictadores prepotentes, impidamos que priven a los lectores de estas delicias literarias, exquisitos bocadillos de las letras. Amigos lectores: compren y disfruten esos pequeños gigantes de la literatura universal.


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