Mis novelas

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jueves, enero 12, 2023

ANTONIO LÓPEZ DE SANTA ANNA

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Hablando de dictadores, traje hace poco a este espacio a los Bonaparte, tío y sobrino, poderosos de Francia. Pues bien, la influencia napoleónica no dejó fuera a nuestro país y aquí, en el siglo XIX, tuvimos a un “Napoleón tropical”, el controvertido Antonio López de Santa Anna, villano favorito de la historia y, sin duda, un personaje que en nada ayudó al desarrollo de la naciente República Mexicana, quien se inspiraba en Napoleón Bonaparte hasta en la pose y el caminar.

Vino al mundo este señor cuando nuestro país era todavía una colonia española, en el puerto de Veracruz. Se enlistó en el ejército realista siendo muy joven, para pelear contra los insurgentes en la última fase de la Guerra de Independencia. Junto con Iturbide, se cambió de bando para formar parte de la élite gobernante desde los albores del México independiente.

Buen militar, valiente, carismático y astuto, pronto ganó terreno en el ámbito político-militar de la época.

En mi libro “Metepec, capital del Estado de México en 1848”, hablo de él así:

…un personaje sinigual en nuestra historia: Antonio López de Santa Anna, encarnación, causa y efecto del caos que prevaleció en una nación que intentaba no naufragar cuando apenas había soltado amarras.

Mucho se ha escrito sobre este hombre singular. Pero, como apunta Enrique Krauze en “Siglo de caudillos”, nadie lo ha descrito mejor que un perspicaz conocedor de las personas, Lorenzo de Zavala:

Es alto y delgado de cuerpo, sus ojos negros y en extremo vivos. Su nariz perfecta, no tanto su boca… El alma de general no le cabe en el cuerpo. Vive en perpetua agitación, se deja arrastrar por el deseo irresistible de adquirir gloria. Él calcula el valor de sus sobresalientes cualidades. Se enoja con el atrevido que le negó renombre inmortal… Podría decirse que su valor toca los ápices de la temeridad… Arroja miradas de indignación sobre el campo que ocupa. Alienta a los soldados con la tierna súplica de un amigo. Se enfurece en la derrota, después se abandona a la pusilanimidad sin cobardía. Ignora la estrategia… Si llega a convencerse de que la guerra se hace por principios, y de que la ciencia es necesaria para matar miles o centenares de miles de hombres, entonces vendrá a obtener un lugar entre los generales de superior fama. 

Este hombre que la marquesa Calderón de la Barca comparó con un comediante de opereta, quien no tenía, como dice Armando Fuentes Aguirre, Catón, en su libro “Santa Anna, ese espléndido bribón”, una ideología propia, pues lo único en que él creía era en Santa Anna, fue un elemento que agravó la problemática nacional de esa convulsa primera mitad del siglo XIX, en que México sufría, internamente, la disputa entre liberales y conservadores y, en el ámbito internacional, la ambición del vecino del norte y la mirada también acechante de las potencias europeas, especialmente Francia. Sin ningún escrúpulo se pasaba de uno a otro bando, según su conveniencia personal, exacerbando las hostilidades.

A esta auto-cita, quiero agregar hoy lo que dice el historiador Rafael M. Muñoz en el libro “Santa Anna, el dictador resplandeciente”, publicado por el FCE, acerca del comienzo de la sexta ocasión en que este hombre fue presidente de México, en 1847:

Las asambleas departamentales de Jalisco, Guanajuato, San Luis y Aguascalientes, se indignan por la elección, sosteniendo que primero debe convocarse a un nuevo congreso. Santa Anna se encoge de hombros y ejerce la dictadura militar en forma absoluta pues no solamente hace desaparecer los principios radicales del federalismo sino hasta las apariencias de legalidad, al destruir la constitución. 

[…] Su conducta es enteramente desprovista de sentido común. Legisla a su antojo, sin plan ni método. Cada disposición suya remueve algún odio o provoca otro nuevo. Cesa a todos los empleados que no se hayan adherido al plan de Jalisco y las Bases de Tacubaya, manda realizar una leva de quince mil hombres sin distinción de personas.

[…] Se acaba el dinero del Gobierno. Los empleados abandonan las oficinas para buscar el sustento en otro trabajo, los jueces se dedican a vender la justicia. Y Santa Anna selecciona mil doscientos hombres para formar una guardia de granaderos, que uniforma a todo lujo, con paño fino, correas de charol y gorros de medio metro de alto, forrados con piel de oso.

[…] Es un desequilibrado, pero genial. Con la misma cabeza piensa y con la misma mano firma errores y aciertos.

De todo esto hace casi dos siglos, amigos, pero ¿no les suena terriblemente actual?


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