Mis novelas

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jueves, diciembre 14, 2023

ÁNGELES Y DEMONIOS

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Recientemente leí, junto con mis queridos lectores de mis grupos, titulados Por el placer de leer, Los demonios de mi cuerpo, la más reciente novela de Sandra Frid, autora mexicana con mucho ángel, que seguramente recuerdan por alguna de sus excelentes novelas anteriores: La mujer que nació tres veces, cuya protagonista es Nahui Ollin, La danza de mi muerte, alrededor de la misteriosa historia de Nellie Campobello, o Reina de Reyes, en voz de la esposa del gran Alfonso Reyes, por nombrar algunas.

En esta nueva entrega, Los demonios de mi cuerpo, esta talentosa escritora regiomontana se ha introducido (como hizo en sus obras anteriores), en las entrañas de la protagonista, la poeta Pita Amor, conocida en su tiempo como la Undécima musa. Una mujer, la personaja, contestataria, rebelde y genial, parecida a la autora sólo en esta última característica, pues Sandra, a quien conozco desde hace más de 20 años, es tranquila, amable y elegante.

Con talento y oficio, la pluma de Sandra Frid nos lleva al mundo interior y al ambiente que rodeó a esta enorme poeta del siglo XX, a quien la historia tiene un tanto olvidada.

La novela, con un título muy atractivo, nos tiene en vilo a través de todas sus páginas. El lector no pierde el interés en ningún momento, pues Pita parece revivir, en carne y hueso, provocando sentimientos encontrados hacia sus desplantes y destellos de genialidad y, por ende, de lo que podría calificarse como locura.

Una época gloriosa de nuestro México, donde surgieron grandes figuras en todas las ramas del arte y Pita Amor no era la excepción.

Agradezco a Sandra Frid por esta lectura, y me atrevo a hacerlo a nombre de mis grupos, que ya se lo expresaron personalmente.

Comparto con ustedes un fragmento, que seguramente los llevará directo a la librería en busca de esta excelente novela.

Entonces el suelo se separó y Guadalupe se fue hundiendo en la fisura. Cuando logró moverse, se dirigió a la escalera. Con la vista perdida en el tapete arrasado por los años deseó, una vez más huir. Las varillas de latón, que sujetaban la alfombra a los peldaños, le parecieron los barrotes de una celda. “Huir”, pensaba a cada paso, “huir de esta casa en la que a nadie le importo”.

Levantó la mirada; en la pared envejecía un grabado del colegio inglés donde estudiaron los varones Amor; la finca normanda que su padre describía al recordar su niñez; San Gabriel, la hacienda por la que tanto lloró; el retrato del abuelo…

Huir. Un mareo la obligó a sostenerse del pasamanos. Al fin llegó a la planta baja. Vio la escalera que llevaba al den. Deseó entrar y quedarse un rato en aquel espacio prohibido, lleno de cuadros y artistas. Pero había tomado una decisión y ya nada la detendría.

Caminó hasta la puerta.

[…]

Apretando los dientes, cerró el portón.

[…] Miró la fachada. Los recuerdos le cayeron encima como los confites que ella y sus hermanos fabricaban para las posadas. Sacudió la cabeza para alejarlos y evitar que la obligaran a arrepentirse.

[…] Sonriente, echó a andar. A cada paso sus dudas se disolvían. En la esquina de Abraham González y Lucerna oyó las campanadas del reloj de la calle Bucareli. Estiró el brazo para detener un taxi. Antes de darle la dirección memorizada, le dijo al conductor:

-¡Soy libre!

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