En estos días en que todos
quisiéramos más dinero del que tenemos para las compras, ofertas y
celebraciones, nos damos cuenta que la crisis es un problema recurrente en nuestro
pobre México que, desde que es país (y aún durante sus últimos años
coloniales), no ha visto la suya más que en pequeños momentos, comparables a
oasis en un gran desierto y que valdría la pena cuestionar si no fueron más
bien espejismos propios de quienes vagan con sed en tales paisajes de arena.
Encontré entre mis curiosidades
bibliográficas, un poema escrito durante la última década del siglo XIX, cuando
la paz porfiriana presumía gran bonanza económica y gran parte de la riqueza de
nuestro país se encontraba en unas pocas manos, la mayoría extranjeras. Enrique Sort de Sanz, el joven poeta, era
entonces un estudiante de derecho, becado por el gobierno. Con una pluma ágil y
de manera muy ingeniosa, parodia su propia situación, parafraseando al famoso
Nocturno a Rosario, de Manuel Acuña. Aquí parte de su poema:
LAMENTOS DE UN BRUJA.
I
Pues bien, yo necesito
hablar de mi arranquera,
decirte que no aguanto
mi horrible situación;
le debo, te lo juro,
a la Inglaterra entera,
al sastre, al sombrerero,
al mozo, a la casera,
y hasta en la misma fonda
¡tengo una cuenta atroz!
II
Yo quiero que tú sepas
que ya hace muchos días
no salgo de mi cuarto,
pues temo que al salir,
hambriento y con mis penas
tan negras y sombrías,
si algún inglés me cobra,
hago una de las mías,
le pego un garrotazo
que no hay más que pedir.
III
De noche, cuando a obscuras
me acuesto en mi tablado,
pensando que es muy triste
dormirme sin cenar,
por más que yo procuro
soñarme un potentado,
sueño que mis ingleses
al fin me han encontrado
y ya sin más esperas
¡me van a fusilar!
IV
Comprendo que los pesos
jamás han de ser míos,
comprendo que en mi bolsa
no se han de ver jamás,
y así y todo, los busco
con locos desvaríos,
y duros y pesados,
redondos y tan fríos,
en vez de amarlos menos,
los quiero mucho más.
V
A veces pienso en darles
mi eterna despedida,
ya no tener por ellos
tan bárbara pasión;
mas es en vano todo,
pues mi alma nunca olvida
que son tan necesarios
en esta triste vida,
que aquel que no los tiene
ni le calienta el sol.
VI
Y luego que ya estaba
a punto de lograrlos,
el pagaré esperando
mi firma nada más,
el usurero avaro
gozándose en contarlos,
yo para mis adentros
jurando no pagarlos...
la pluma entre mis dedos,
la tinta en su lugar.
VII
¡Qué hermoso hubiera sido
gozar de aquellos duros
y sin pagarle a nadie
cuidarlos con amor,
tenerlos en secreto,
guardarlos muy seguros,
gastarlos poco a poco,
y alegre y sin apuros
sentirse casi, casi,
¡tan grande como un Dios!
VIII
¡Figúrate que hermosas
las horas de mi vida!
¡Qué copas, que cigarros,
qué opíparo festín!
Todo eso había de darme
La suma prometida;
Por eso hoy que he perdido
esta ilusión querida,
me siento entre los seres
el ser más infeliz.
XI
Bien sabe Dios que ese era
mi más hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza;
mi dicha y mi placer,
bien sabe Dios que en nada
cifraba yo mi empeño
sino en gastar la plata,
muy pollo y muy risueño,
en toros, en licores,
¡en puros y en comer!
X
Esa era mi esperanza;
mas ya que a sus fulgores
se opone mi renombre
de tracalero atroz,
adiós por la vez última,
amor de mis amores,
el sol de mis tinieblas,
consuelo en mis dolores,
mi más brillante ensueño,
mi adoración, ¡adiós!
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