El tiempo, la modernidad, la globalización, son vientos
poderosos que borran y arrasan casi todo… excepto con tradiciones fuertemente
arraigadas. Tal es el caso del tianguis de los lunes en Metepec, como en otros
sitios del antiguo Valle Matlatzinca, hoy conocido como Valle de Toluca.
Desde el periodo de esplendor del señorío matlatzinca,
las comunidades que aprovechaban la fertilidad, la riqueza de los bosques y
aguas de estas tierras, sabían a dónde acudir cada día de la semana para
canjear sus productos por otros bienes en el tianquiztli. El comercio, inherente a todo grupo humano, servía
también para ampliar las redes sociales y distraerse de la monotonía cotidiana.
La colonización española trastocó casi todos los aspectos de la vida y el pensamiento de nuestros pueblos, sin embargo, no incidió sobre esta costumbre del mercadeo, que no era ajena a los pueblos de allende el Atlántico.
Hoy como entonces en Metepec, vendedores y compradores se dan cita cada lunes bajo las lonas y mantas que los protegen del sol y la lluvia. Esas improvisadas techumbres no impiden que todos nuestros sentidos despierten durante la jornada de tianguis. El bullicio se apodera de la ciudad típica; en él se mezclan los pregones, asegurando el mejor precio, las legumbres más frescas y las frutas más dulces. Lleve sus elotes, güerita, están bien tiernos… mire estos higos, reinita, pura miel…ándele marchantita, aquí está el mejor jitomate… para sus niños, mamacita, lléveles los mangos… venga por su pescado que apenas hace un rato estaba nadando… acá los chiles, calidad exportación… ándele señito, para que ya termine yo, mire que buenas habitas. A diez el manojo de flor para sus quesadillas. Frases como éstas, tan familiares que a veces olvidamos su riqueza, se escuchaban seguramente en aquellos tiempos, cuando el castellano era aún una lengua desconocida. Desde entonces las notas de quienes venden sus habilidades musicales se mezclaban con las voces del mercado y los saludos y conversaciones, pues el tianguis es siempre un lugar de encuentro social. En el tianguis de los lunes todavía es posible ir en busca de algún grupo musical y contratarlo para llevar serenata o amenizar una reunión. Aunque por desgracia, acaparan la oferta los puestos de grabaciones “piratas”, una de las plagas de estos tiempos.
Los ojos se llenan de los colores con que la naturaleza ha pintado sus frutos: tomates y rábanos, mameyes y mandarinas, mangos y naranjas, sobresalen de la gama de verdes que forman, entre otras muchas, las hojas de acelga, de naranjo o de pápalo y los chiles de todos tamaños, sin olvidar tomatillos y pepinos. A todo ello se suman los colores de las prendas de vestir, las piezas de artesanía, los artículos para el hogar. Porque es difícil pensar en algo que no pueda conseguirse, a buen precio, en el tianguis de Metepec.
La fiesta es también para el olfato: frutas perfumadas y hierbas de olor preparan a los visitantes para rendirse al antojo inaplazable de darle gusto al gusto y comerse un elote, un buen taco de plaza, un tlacoyo de haba bien preparado y una nieve de futa, hecha en barril de madera como antaño, haciendo una pausa antes de continuar la compra de la semana.
Ya con la canasta o la bolsa de mandado llena, es tiempo de
volver a casa. Y para ello también existe un medio tradicional: los carromatos
jalados por mulas, que recorren el antiguo camino desde el tianguis hasta San
Miguel Totocuitlapilco, pasando por San Miguel, San Sebastián y San Lorenzo. Un
medio de transporte que no contamina el aire y donde la plática puede continuar
un rato más, sin la zozobra de la velocidad que en este tiempo nos llena de
neurosis.
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