Existe en Metepec, como en muchos lugares de América, una corriente neoindigenista, defendida por grupos de personas que sustentan sus prácticas en estudios serios, para difundir la esencia de filosofías prehispánicas. Su objetivo principal es alcanzar una convivencia respetuosa y pacífica, en armonía con las leyes de la naturaleza. Uno de los instrumentos para ello es la llamada danza étnica.
Contamos en este municipio con una
comunidad danzante, compuesta por seis grupos:
·
Ehécatl
nahui
·
Mexica
tiahui
·
Metepetl
·
Monarca
·
Ollín
yoliztli
· Señor de la exaltación
En 1997, todos
ellos se unieron para recibir la más alta encomienda náhuatl: custodiar el
Fuego nuevo.
Desde luego, esto
no sucedió al azar. Debe haber buenas
razones para que un lugar y su comunidad sean aceptados para recibir tal
honor.
El antecedente fue
la visita, en 1990, de un grupo de caciques huicholes a nuestra ciudad,
acompañados por el señor Jesús Espino, pieza fundamental en todo este asunto.
Cabe aclarar que los huicholes se ostentan como los auténticos aztecas, pues
basándose en varios códices y tradiciones, aseguran que su tierra corresponde
al legendario Aztlán, de donde salieron las migraciones de las tribus
nahuatlacas hacia el altiplano. Estos señores, guardianes de muchas creencias y
prácticas tradicionales, quedaron impactados a la vista del Cerro de los
Magueyes. Las casas, rodeando al cerro, parecen rezarle, rendirle pleitesía
–opinaron. Después, en la cima, los sobrecogió el ángulo en que se encara al
señor Xinantécatl, o Nevado de Toluca; el dominio visual del valle, siendo
posible observar desde ahí, en días claros, el centro arqueológico de
Teotanango. Supieron también que el cerro alberga numerosos enterramientos mexicas
y matlatzincas, y que se han encontrado restos correspondientes a tiempos
prehistóricos. Por algo los frailes convirtieron Metepec en centro regional de
la nueva religión, erigiendo toda la profusión de iglesias y capillas que hoy
conocemos. Desde su cosmovisión, este cerro –sagrado para ellos como todas las
elevaciones orográficas-, reúne los elementos humanos, históricos y naturales
para ser un centro de energía, sede ritual de gran importancia. Aquí residen
los cuatro elementos o fuerzas de la naturaleza: Agua, pues ha sido una zona
lacustre; tierra, viento, fuego (que debería ser traído) y un quinto elemento,
en el centro de lo creado: el hombre, representado en Metepec por un mosaico
étnico y cultural.
En 1997, se hizo
contacto en Iztapalapa con el maestro Fernando Flores Moncada, considerado por
los danzantes como descendiente de Nezahualcóyotl, y heredero de la tradición
del Fuego Nuevo y se le invitó a Metepec.
Los argumentos
huicholes lo convencieron. El reto era aterrizar el proyecto. Para ello, Flores
Moncada exigía que toda la comunidad danzante de Metepec trabajase unida, en
armonía. Los que conocemos la naturaleza celosa y personalista de los
metepequenses, podemos imaginar la dificultad que esto representaba, aunada a
la poca disposición que suelen tener las autoridades para apoyar –económica y
logísticamente- cualquier evento de índole cultural. Pero fueron vencidos todos
los escollos.
Llegaron cerca de
ciento cincuenta danzantes de diversos grupos del país. Desde el atardecer del
20 de marzo comenzaron los eventos, todos relacionados con la cultura
prehispánica. El ritual dancístico comenzó a las 23:00 hrs., y concluyó a las 2
hrs. del día 21, con el encendido del fuego, realizado por Mauricio Flores
Aranda, “Mazacocotzin”, hijo del Prof. Fernando Flores Moncada.
El ambiente era mágico aquella tarde. Había llovido casi todo el día, sin embargo, justo a la hora de comenzar el ritual, las nubes se abrieron y en el firmamento clarísimo se pudieron observar la luna y el cometa Hale-Bopp, que justamente pasaba sobre el hemisferio. La hoguera se encendió en la cima del cerro, frente a la ermita, y de ahí se bajó una antorcha hacia la escalinata del calvario.
La distribución
del fuego tiene dos vertientes: el fuego sagrado encendería las almas,
propiciando la unión de los miembros de la comunidad; el fuego común daría
calor a los hogares, fomentando la unión familiar. Al igual que en las
comunidades de huicholes, donde alrededor del fuego los viejos cuentan a los
jóvenes las historias que deben saber; les transmiten “la costumbre”, mientras
raspan un hueso para infundir ritmo a la narración.
Las danzas no se
realizan para dar espectáculo. Obedecen a una serie de ritos. Cada paso tiene
un significado, de acuerdo a la cosmovisión mexica. Los elementos del
vestuario, los instrumentos musicales, nada es accidental ni ornamental. Por ejemplo, los huesos de fraile, especie de
cascabeles de semilla que se atan a los tobillos, significan todo lo que se
obtiene de la madre tierra, y a través de la danza se transforma en energía.
El ritual
dancístico del Fuego Nuevo se ha repetido cada comienzo de primavera desde
aquella noche mágica. Este año, debido a la pandemia, como en todas las
actividades, no existe aún certeza de poder llevarlo a cabo.
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