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martes, marzo 09, 2021

METEPEC: DEPOSITARIA DEL FUEGO NUEVO

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Existe en Metepec, como en muchos lugares de América, una corriente neoindigenista, defendida por grupos de personas que sustentan sus prácticas en estudios serios, para difundir la esencia de filosofías prehispánicas. Su objetivo principal es alcanzar una convivencia respetuosa y pacífica, en armonía con las leyes de la naturaleza. Uno de los instrumentos para ello es la llamada danza étnica.  

Contamos en este municipio con una comunidad danzante, compuesta por seis grupos:

·         Ehécatl nahui

·         Mexica tiahui

·         Metepetl

·         Monarca

·         Ollín yoliztli

·         Señor de la exaltación

En 1997, todos ellos se unieron para recibir la más alta encomienda náhuatl: custodiar el Fuego nuevo.

Desde luego, esto no sucedió al azar.  Debe haber buenas razones para que un lugar y su comunidad sean aceptados para recibir tal honor. 

El antecedente fue la visita, en 1990, de un grupo de caciques huicholes a nuestra ciudad, acompañados por el señor Jesús Espino, pieza fundamental en todo este asunto. Cabe aclarar que los huicholes se ostentan como los auténticos aztecas, pues basándose en varios códices y tradiciones, aseguran que su tierra corresponde al legendario Aztlán, de donde salieron las migraciones de las tribus nahuatlacas hacia el altiplano. Estos señores, guardianes de muchas creencias y prácticas tradicionales, quedaron impactados a la vista del Cerro de los Magueyes. Las casas, rodeando al cerro, parecen rezarle, rendirle pleitesía –opinaron. Después, en la cima, los sobrecogió el ángulo en que se encara al señor Xinantécatl, o Nevado de Toluca; el dominio visual del valle, siendo posible observar desde ahí, en días claros, el centro arqueológico de Teotanango. Supieron también que el cerro alberga numerosos enterramientos mexicas y matlatzincas, y que se han encontrado restos correspondientes a tiempos prehistóricos. Por algo los frailes convirtieron Metepec en centro regional de la nueva religión, erigiendo toda la profusión de iglesias y capillas que hoy conocemos. Desde su cosmovisión, este cerro –sagrado para ellos como todas las elevaciones orográficas-, reúne los elementos humanos, históricos y naturales para ser un centro de energía, sede ritual de gran importancia. Aquí residen los cuatro elementos o fuerzas de la naturaleza: Agua, pues ha sido una zona lacustre; tierra, viento, fuego (que debería ser traído) y un quinto elemento, en el centro de lo creado: el hombre, representado en Metepec por un mosaico étnico y cultural.

En 1997, se hizo contacto en Iztapalapa con el maestro Fernando Flores Moncada, considerado por los danzantes como descendiente de Nezahualcóyotl, y heredero de la tradición del Fuego Nuevo y se le invitó a Metepec.

Los argumentos huicholes lo convencieron. El reto era aterrizar el proyecto. Para ello, Flores Moncada exigía que toda la comunidad danzante de Metepec trabajase unida, en armonía. Los que conocemos la naturaleza celosa y personalista de los metepequenses, podemos imaginar la dificultad que esto representaba, aunada a la poca disposición que suelen tener las autoridades para apoyar –económica y logísticamente- cualquier evento de índole cultural. Pero fueron vencidos todos los escollos. 

Llegaron cerca de ciento cincuenta danzantes de diversos grupos del país. Desde el atardecer del 20 de marzo comenzaron los eventos, todos relacionados con la cultura prehispánica. El ritual dancístico comenzó a las 23:00 hrs., y concluyó a las 2 hrs. del día 21, con el encendido del fuego, realizado por Mauricio Flores Aranda, “Mazacocotzin”, hijo del Prof. Fernando Flores Moncada. 

        El ambiente era mágico aquella tarde. Había llovido casi todo el día, sin embargo, justo a la hora de comenzar el ritual, las nubes se abrieron y en el firmamento clarísimo se pudieron observar la luna y el cometa Hale-Bopp, que justamente pasaba sobre el hemisferio. La hoguera se encendió en la cima del cerro, frente a la ermita, y de ahí se bajó una antorcha hacia la escalinata del calvario.

La distribución del fuego tiene dos vertientes: el fuego sagrado encendería las almas, propiciando la unión de los miembros de la comunidad; el fuego común daría calor a los hogares, fomentando la unión familiar. Al igual que en las comunidades de huicholes, donde alrededor del fuego los viejos cuentan a los jóvenes las historias que deben saber; les transmiten “la costumbre”, mientras raspan un hueso para infundir ritmo a la narración.

Las danzas no se realizan para dar espectáculo. Obedecen a una serie de ritos. Cada paso tiene un significado, de acuerdo a la cosmovisión mexica. Los elementos del vestuario, los instrumentos musicales, nada es accidental ni ornamental.  Por ejemplo, los huesos de fraile, especie de cascabeles de semilla que se atan a los tobillos, significan todo lo que se obtiene de la madre tierra, y a través de la danza se transforma en energía.

El ritual dancístico del Fuego Nuevo se ha repetido cada comienzo de primavera desde aquella noche mágica. Este año, debido a la pandemia, como en todas las actividades, no existe aún certeza de poder llevarlo a cabo. 


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