El llamado Boom Latinoamericano en Literatura, que
marcó un hito en las letras universales, fue detonado por Alejo Carpentier. Este
músico, escritor y viajero incansable plasmó en sus obras, magistralmente
entrelazadas, la cruda realidad, la pobreza de Latinoamérica, así como lo
fascinante de sus paisajes, de este mundo de maravillosos contrastes.
De nacionalidad cubana, Alejo
Carpentier nació en Francia en 1904. Cambió varias veces en su vida de
residencia: habitó en La Habana y en París, en Venezuela y en Haití, en México
y Madrid. Los personajes de sus obras están, como él, siempre de viaje. De cada
sitio extrae lo realista y lo maravilloso, los sonidos, los aromas, la
vegetación y el conocimiento del ser humano.
La idea de lo real maravilloso
fue introducida en un artículo publicado en el periódico "El
Nacional" en 1948. El año después apareció en la introducción de El
Reino de Este Mundo. Todavía hay desacuerdos entre los que estudian literatura
sobre exactamente lo que es la diferencia entre lo real maravilloso y el
realismo mágico, si hay una.
Carpentier describió lo real
maravilloso en su introducción: Pisaba yo una tierra donde millares de
hombres ansiosos de libertad creyeron en los poderes licantrópicos de
Mackandal, a punto de que esa colectiva produjera un milagro el día de su
ejecución... A cada paso hallaba lo real maravilloso. Al fin de la
introducción Carpentier puso una pregunta a los futuros lectores: ¿Pero qué
es la historia de América toda sino una crónica de lo real-maravilloso? Así aisló su
concepto a algo exclusivamente latinoamericano y no nacional. En El reino
de este mundo, lo real maravilloso forma una perspectiva más de la historia,
no es necesariamente una ficción.
Añadió más descripción en su
libro Alejo Carpentier: América, la imagen de una conjunción: Lo real
maravilloso es eso, esa inesperada alteración de la realidad, una revelación
privilegiada, una iluminación inhabitual, una fe creadora de cuanto necesitamos
para vivir en libertad; una búsqueda, una tarea de otras dimensiones de la
realidad, sueño y ejecución, ocurrencia y presencia.
De una de sus obras
fundamentales, Los pasos perdidos, comparto
este fragmento:
Silencio es palabra de mi vocabulario. Habiendo trabajado la música, la
he usado más que los hombres de otros oficios. Sé cómo puede especularse con el
silencio; cómo se le mide y encuadra. Pero ahora, sentado en esta piedra, vivo
el silencio; un silencio venido de tan lejos, espeso de tantos silencios, que
en él cobraría la palabra un fragor de creación. Si yo dijera algo, si yo
hablara a solas, como a menudo hago, me asustaría a mí mismo. Los marineros han
quedado abajo, en la orilla, cortando pasto para los toros sementales que
viajan con nosotros. Sus voces no me alcanzan. Sin pensar en ellos contemplo
esta llanura inmensa, cuyos límites se disuelven en un leve oscurecimiento
circular del cielo. Desde mi punto de vista de guijarro, de grama, abarco, en
su casi totalidad, una circunferencia que es parte cabal, entera, del planeta
en que vivo. No tengo ya que alzar los ojos para hallar una nube: aquellos
cirros inmóviles que parecen detenidos allá desde siempre, están a la altura de
la mano que da sombra a mis párpados. De lejanía en lejanía se yergue un árbol
copudo y solitario, siempre acompañado de un cacto, que es como un largo
candelabro de piedra verde, sobre el cual descansa los gavilanes impasibles,
pesados, como pájaros de heráldica. Nada hace ruido, nada topa con nada, nada
rueda ni vibra. Cuando una mosca da con el vuelo en una telaraña, el zumbido de
su horror adquiere el valor de un estruendo. Luego vuelve a estar el aire en
calma, de confín a confín, sin un sonido.
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