Colombia
es, por tradición, baluarte del buen castellano y cuna de grandes plumas.
También, país de conflictos políticos que han hecho historia y tierra rica en
bellos parajes tropicales, gente alegre, música y bailes.
Entre
sus talentos literarios se cuenta Laura Restrepo, una mujer de letras, pero
también de lucha social, de militancia política y de exuberante imaginación.
Ella
se inició en la escritura como periodista, aunque su formación universitaria es
en filosofía y letras. En la revista Semana conoció a Gabriel García Márquez,
de quien sin duda tiene influencia, pues mucha de su obra pertenece también al
movimiento del Realismo mágico. En sus entrevistas declara haber sido
influenciada por José Saramago, a quien admira desde su juventud.
En
1883, algunos años después de haber participado en la guerrilla, fue elegida
por el gobierno para formar parte de la comisión negociadora con el movimiento
rebelde.
Todas
estas vivencias, aunadas a su imaginación y buen oficio escribiente, le han
dado tema para algunos de sus libros.
Recientemente
leí su novela Dulce compañía, publicada por primera vez en 1995. Con
ella obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz de novela escrita por mujeres y
el Prix France Culture, otorgado por la crítica francesa.
En
dicha obra hace una metáfora de algunas de sus experiencias. La protagonista es
una reportera de sociales a quien envían a cubrir la nota de un barrio pobre en
los suburbios de la ciudad, en donde aseguran que se aparece un ángel
milagroso. Ella se dirige allá, entre avalanchas de lodo, y termina
enamorándose del ángel y teniendo con él un encuentro erótico.
Si
bien esto parecería una novelita rosa, Restrepo aprovecha tal argumento para
hacer un sinnúmero de denuncias: la sociedad clasista, la manipulación de la
iglesia católica, su interés y el del gobierno de mantener a la población en la
pobreza y la ignorancia, la tergiversación de los ideales de los luchadores
sociales por medio de la prensa, entre otras.
La
prosa de Laura Restrepo es fluida, elegante y divertida. Aquí una muestra:
Desde
que me vieron llegar al barrio, las de la junta me habían elegido. Encontraron
que yo era la propia, la muy esperada novia blanca y radiante; la que, por
alta, o por rubia, o tal vez por venir de afuera, presentaba características
ideales para sacarle cría al ángel. Nada había quedado librado al azar, y los
embates del padre Benito sólo habían precipitado el momento.
Y a
todas éstas, ¿qué pasaba conmigo? Yo sólo lo veía a él y su presencia me
aturdía, y me dejaba como muerta. Yo sólo lo veneraba. Y lo deseaba.
“Haz
en mí según tu voluntad”, le hubiera dicho, si no hubiera sido herejía y si me
hubiera preguntado qué hacer.
Los
romeros no cantaron más y volvieron al barrio, dejándonos solos, a los dos, en
el viento fresco de la mañana. Yo ardía en escalofríos, ya no estaba en mí. Yo
lo miraba y un solo pensamiento me latía en las sienes, “lo que ha de ser, que
sea”.
Y
fue. Dentro de la gruta, el ángel me hizo el amor con instinto de animal, con
pasión de hombre y con furor de dios.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario