Mis novelas

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jueves, octubre 06, 2022

EL ARCÁNGEL MIGUEL

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DE LIBROS Y OTROS PLACERES

Víctima de la salvaje costumbre –que ya sería hora de erradicar— de “tronar cohetes” y, entre más sonoros, mejor, me cuesta un poco concentrarme para compartir con ustedes el origen y lo hermoso de las fiestas en honor de San Miguel Arcángel.

Este ser celestial, cuyo nombre en hebreo significa “¿quién como Dios?”, aparece como una devoción extendida en muchas religiones y un ser mítico de particular importancia en la historia de varias culturas, que coinciden en considerarlo el jefe de los ejércitos celestiales y el vencedor de Luzbel o Lucifer, el demonio.

En el judaísmo y la tradición rabínica, se le reconoce como el protector del pueblo de Israel y amparador de las sinagogas. También la iglesia católica lo considera su protector, mientras que para el Islam tiene el segundo lugar después de Gabriel.

Algunas iglesias protestantes le dan un significado aún mayor, equiparándolo con Jesucristo.

Aquí y allá, se cuentan sus diversas apariciones, tanto para informar de los designios divinos como para ayudar a los humanos a vencer al Maligno. Y rara vez lo veremos desprovisto de su portentosa espada.

Desde luego, en la Nueva España los evangelizadores aprovecharon muy bien al arcángel guerrero para atraer a los naturales. Y les vino como anillo al dedo para suplantar a Quetzalcóatl, la deidad multifacética emplumada (como las alas de Miguel), que los protegería de otros ídolos diabólicos.

Aquí en Malinalco, centro iniciático de los guerreros de élite, donde el templo principal, el Cuauhcalli, se relacionaba con ese dios águila y serpiente a la vez, la fiesta del 29 de septiembre, dedicada a San Miguel, es tan importante como la del 6 de agosto, la del Divino Salvador.

El elemento más bello y entrañable de esta fiesta son las cruces de pericón, hechas con ramos de esa pequeña flor amarilla, de intenso tono parecido a la de cempasúchil, cuyo nombre autóctono es flor de Yautli; se le llama también hierba de san Juan o flor de pericón.

El uso de esta flor se desprende del relato de la batalla entre san Miguel y Satanás, en un campo florido, que los frailes contaran a los indígenas. Una vez que el arcángel venció a su oponente, erradicó las tinieblas de ese campo que relució como si las flores tuvieran luz propia.

Las cruces de pericón se colocan en las puertas de las casas para evitar que el demonio que se suelta, dicen, la noche del 28, entre a los hogares.

El pueblo se engalana con esas cruces de flores frescas que le dan un aspecto bellísimo. Yo, por supuesto, las he colocado… no sea que venga el chamuco a plagiarme algún texto, aprovechando que estoy atarantada por el ruido de los cohetes.

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Mi mayor placer es soñar. Soñar dormida y más, despierta. Dejar volar la imaginación y tratar de convertir esos sueños en palabras.

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