El
paso es la muerte, el trote es la vida; el galope, la felicidad.
Maximiliano de Habsburgo
Era un 19 de junio
de 1867. Después de un juicio sobre el
cual todavía la historia no termina de dar su veredicto, el hasta entonces
segundo emperador nuestro país, coronado bajo el título de Maximiliano I de
México, pero conocido por sus enemigos como “el austriaco”, sería pasado por
las armas junto con dos de sus generales: Miramón y Mejía.
Hasta hace poco,
la historia oficial, que hizo de don Benito Juárez un ser de tinte sobrehumano,
no reconocía al archiduque ni una sola cualidad, ni como gobernante, ni como
ser humano. Tampoco a sus compañeros de triste destino, Miguel Miramón, quien
fue, dentro de su ideología conservadora, un incansable luchador, y Tomás
Mejía, indígena fiel a sus principios.
En años recientes,
algunos autores han vuelto a la figura de Maximiliano con el fin de revalorarla
a la distancia. Armando Fuentes, “Catón”, en su crónica novelada “La roca y el
ensueño”, hace de Maximiliano un héroe y de Benito Juárez un villano. En la
orilla opuesta, José Manuel Villalpando, en la biografía novelada “Yo
Emperador”, intenta recrear a un Maximiliano maquiavélico, interesado, egoísta
y manipulador; un personaje que no se sostiene a través de la narración. Con
perfil parecido nos lo presentan en la serie de Netflix, “La Emperatriz”, de
reciente estreno.
En el centro de
estos extremos, se encuentra un autor austríaco, Konrad Ratz, que ha dedicado
varios años a la investigación de las fuentes directas y la valoración de la
bibliografía existente sobre el personaje. Sus investigaciones, junto con las
de muchos otros especialistas, me ayudaron enormemente a la construcción de un
Maximiliano con cualidades y debilidades, sin dejar a un lado las importantes
fuerzas internacionales que incidían sobre el curso de nuestra historia, según
cuento en mi novela El Cuervo y el Halcón.
Comparto con ustedes, amigos, en honor a quien murió gritando “¡Viva México!”, este listado de aforismos que el propio Maximiliano de Habsburgo escribió para normar su vida, y que traía siempre consigo, en una tarjeta que guardaba en el bolsillo interior de su chaqueta. Conocerlas nos acercará un poco al ser humano que, aunque de manera equivocada, dio su vida por nuestro país.
El
espíritu domina al cuerpo y lo mantiene dentro de los límites de la mesura y la
moralidad
No
mentir nunca, ni siquiera por necesidad o vanidad
Ser
afable con todo el mundo
Justicia
en todo y con todos
No
hablar mal del prójimo
No
responder irreflexivamente
No
blasfemar ni decir obscenidades
No
decir nada indecoroso, aunque denote ingenio
No
tener supersticiones pues son el fruto del temor y la flaqueza
No
bromear con los subordinados; no conversar con la servidumbre
Dispensar
finas atenciones y consideraciones a las personas que nos rodean
Teniendo
razón, usar energía férrea con todos
No
burlarse nunca de la autoridad ni de la religión
No
entusiasmarse, sino moderarse
Oír
a todos, confiar en pocos
No
dejarse arrastrar por la primera impresión
No
quejarse nunca, es un signo de debilidad
Distribuir
siempre el tiempo en muchas y regulares ocupaciones
Al
juzgar las faltas ajenas, pensar en las propias
A
cada paso, pensar en las consecuencias
Buscar
la soledad para pensar
Tomar
las cosas con cabeza fría
A
todo le llega su tiempo
Nada
dura eternamente
Cállate
cuando no tengas otra cosa mejor que hacer
Dos
horas de ejercicio diario
Estando
indispuesto, aislarse del mundo en absoluto
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