Bien
cierto es que la historia suele tratar injustamente la memoria de algunos
personajes. En la gesta de la Independencia nacional hay héroes a los que ahora
quizá sobredimensionamos y otros, cuya participación resultó crucial en su
momento, a los que apenas nombramos en estos días.
De
uno de ellos quiero ocuparme esta tarde. Para poner un poco de emoción, omitiré
su nombre hasta el final de este espacio, con el deseo de que ustedes, amigos,
lo adivinen y se comuniquen a esta estación.
El
héroe en cuestión era originario de la provincia de Nueva Vizcaya, en donde
nació en 1786. Huérfano desde la infancia. Hizo estudios en el seminario, que
se pagaba haciendo copias de textos de gramática latina que vendía a sus
compañeros. Consiguió mudarse a la Ciudad de México e inscribirse en el Colegio
de San Idelfonso para estudiar derecho civil y canónico.
Se
alistó en el Ejército Insurgente en 1812, bajo las órdenes de Hermenegildo
Galeana, lugarteniente de Morelos. Junto con ellos participó en el sitio de
Cuautla; sobresalió durante la toma de Oaxaca, cuando nadie se atrevía a cruzar
un foso, él lanzó su espada otro lado y exclamó: ¡Va mi espada en prenda, voy
por ella! Luego cruzó a nado el foso y cortó la cuerda de un puente, lo que
permitió la entrada de las tropas insurgentes a la ciudad.
Comandó
las fuerzas insurgentes en Veracruz, donde avanzó con éxito al principio, sin
embargo, tras varios reveses, se vio obligado a esconderse en la selva durante
cuatro años. Salió para unirse al Ejército Trigarante pero al poco tiempo de la
entrada triunfal a la capital, se enemistó con Iturbide, pues no aceptaba otra
forma de gobierno que no fuese la república. Se le detuvo como conspirador,
pero escapó de la cárcel para volver a ocultarse en la selva veracruzana.
¿Ya
lo tienen? Voy a ayudarles un poco: tres de sus cuatro nombres de pila eran:
José Miguel Ramón… aunque pasaría a la historia con un alias… sigo:
Se
unió a Antonio López de Santa Anna en el plan de Casamata para derrocar al
emperador Iturbide. Una vez ganada esta revuelta formó parte del triunvirato
que ocupó el poder ejecutivo en el gobierno de la República, hasta que se
eligiese democráticamente a un presidente.
La
elección recayó precisamente en su persona: ¡Por supuesto, hablamos de José
Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix, alias Guadalupe Victoria, primer
presidente de México!
Había
cambiado su nombre desde aquella, su inolvidable victoria, la toma de Oaxaca,
que agradecía en buena parte a la Virgen de Guadalupe, patrona de los
insurgentes.
Este
hombre realizó importantes acciones de gobierno, que poco pudieron lucirse por
la lastimosa situación social, política y económica en la que había quedado el
país después de 11 años de guerra y la fuga de capitales españoles. Pero a él
le debemos la creación de la hacienda pública y la abolición de la esclavitud,
que fue declarada el 16 de septiembre de 1825, cuando celebró por primera vez
el Grito de Dolores. Además, estableció el Colegio Militar, restauró la Ciudad
de México, mejoró la educación, concedió amnistía a los presos políticos,
estableció planes para un canal en el Istmo de Tehuantepec, abrió nuevos
puertos para la navegación, comenzó la construcción del Museo Nacional, creó
guarniciones en Yucatán para prevenir y contrarrestar los intentos de
reconquista española. Creó la Marina Armada, lo que permitió que su mayor
logro: la completa independencia de México cuando el general Miguel Barragán y
el capitán Pedro Sainz de Baranda derrotaron el último bastión español en San
Juan de Ulúa. En la política, sus acciones fueron conciliadoras, intentó
aplicar una política que atrajera a todos, y formó su gabinete con miembros
destacados de las diferentes facciones. Sin embargo, enfrentó la intolerancia
religiosa ante la libertad de expresión y prensa, establecidas en la
Constitución, la cual respetó escrupulosamente. Siempre honesto y
bienintencionado, rechazó en dos ocasiones los intentos norteamericanos de
comprar Texas, llegando a ofrecer 5 millones de dólares (y quizás una buena
comisión para él).
A
pesar de todo, la traición nunca dejó de acecharlo y fue derrocado por un
levantamiento que encabezó su propio vicepresidente, Nicolás Bravo.
Aquejado
por la epilepsia, se retiró a la fortaleza de Perote, sede entonces del Colegio
Militar que él mismo había fundado. Allí murió el 21 de marzo de 1843.
1 comentario:
Fundamental lo que mencionas querida Berta; acaso solo te faltó mencionar que vivió en el Palacio de Gobierno, a donde asiló a su invitado, de gran fama ya en ese momento, pese a su juventud, José María Heredia y Heredia...
Te aplaudo y leeré tu libro...
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